* El viaje que llevó de las primitivas sombras en la caverna al desarrollo del cine documental
Por Juan Francisco Urrusti y Ana Piñó Sandoval
La posición erecta permitió el crecimiento de nuestro cerebro y la utilización de nuestras manos para diversos fines, como el tallado perfeccionista de puntas de piedra hace 600 mil años. Y aunque la existencia de estas puntas obsesivamente simétricas implican un sentido estético primordial, decimos que somos homo sapiens sapiens (hombres que piensan o que saben o que reflexionan) a raíz del desarrollo del lenguaje, que comienza hace aproximadamente 250 a 100 mil años.
Es, por lo menos desde entonces, que tenemos una cavidad –la formada por la base del cráneo y la mandíbula- lo suficientemente amplia para que nuestras lenguas se muevan y hablen de amor, mientan o canten. Desde aquel lejano tiempo ya gesticulábamos con las manos y contábamos con un sistema auditivo desarrollado y unos ojos que podían ver muy bien, contemplar el mundo y contemplarnos a nosotros mismos.
Más recientemente, hace unos 80 mil años, cuando todavía convivíamos con los de Neanderthal, logramos generar y controlar el fuego. Y fue en una fría noche sin luna, quien sabe cuando, con los abuelos y las abuelas de todos los hombres, mujeres y niños formando un círculo alrededor de una hoguera, ensoñando con las formas de animales que parecía brotaban de las llamas, que empezamos a contar o cantar historias y tuvimos el primer atisbo de lo que algún día llegaría a ser el cine.
Alrededor de los fuegos sagrados, surgirían las historias de los dioses y las explicaciones de cómo crearon el mundo. Durante los sueños se empezó a dar la comunicación entre éstos y los primeros traductores y mensajeros de las visiones del más allá y con ellos nacería la ficción -materia prima de todas las religiones, pero también de la imaginación, que es la capacidad de crear imágenes nuevas, acaso de visualizar un mundo diferente al registrado sensorialmente. De esta época datan los primeros enterramientos cuidadosos de los hombres que piensan, señal de la toma de conciencia de sí mismos, del descubrimiento de la trascendencia, y el inicio de la domesticación -y la manipulación- del miedo a la muerte.
Pero pasarían todavía 50 o 65 mil años para que el Homo sapiens sapiens empezara a contar historias por medio de imágenes: desde el final de la última glaciación toros y ciervos, jabalíes y caballos corriendo, saltando al lado de los cazadores y la huella repetida de las manos -la firma más antigua-, empezaron a poblar los techos de las cuevas del mundo. En Lascaux, Francia, aparece la primera imagen animada: un hombre cayendo al suelo empujado por un bisonte herido. Así surgió la pintura como una forma de magia…y podemos decir que ya estaba ahí no solamente la idea del futuro cine, que no es sólo es combinación de la pintura y la magia, sino incluso la sala de cine: la caverna con las pinturas inmersas en la total oscuridad y que sólo podrán verse si se les ilumina expresamente.
A Platón no se le ocurrió que su metáfora de las sombras que se proyectan en la caverna, era en sí misma la gran idea, la idea del cine. La diferencia es que, mientras en la caverna las imágenes son sólo reflejos imperfectos del mundo ideal, en la sala de cine las imágenes no sólo reflejan pasivamente el mundo real, sino que inciden en nuestra conciencia, produciendo nuevas imágenes y transformando nuestros hábitos de consumo, valores y conductas. Se nos olvida que el cine es un fenómeno de luz, de iluminación y que es el resultado de un proceso de 100 mil años de tratar de ver más y mejor. Este proceso abarca cuanto hay, se libra en la cotidiana batalla entre la luz -de la conciencia- y las tinieblas –la falsa conciencia-, en cada pantalla de cine o de televisión, y en cada cabeza.
Los artistas de las cuevas reproducían los animales que veían tan fielmente como podían, no los « inventaban ». Así documentaban su vida cotidiana, si bien se supone que los pintaban para que se multiplicaran y para inducirlos mágicamente a ser cazados. Se ha dicho que el documentalista es como el cazador recolector al acecho de imágenes e historias que encuentra o descubre en el mundo que lo rodea y en el momento en que ocurren.
Cuando se define al documental como el tratamiento creativo de la realidad, vinculamos al documental no solo con la realidad sino con el poder creativo que está en el origen del arte, la primigenia magia a la que tenemos acceso. Y es que el cazador –esto es lo esencial- también es el artista y mago de la caverna. Sin magia y sin arte puede haber cacería de cualquier manera. Realmente no es necesario pintar animales en el techo de la cueva para cazarlos.
Tampoco es verdad que los animales accederán a ser cazados por ello, pero aun así, algo sucede en los espectadores cuando invocan a los animales de esa manera y a lo mejor no se consigue cazar/capturar al animal vivo, pero si su imagen, y con ello acceder a aquello que lo anima -¿su ánima o la nuestra?- Eso si está ahí, pervive ahí y en ese misterio se funda nuestra esperanza en nosotros mismos, los únicos que pueden verlo.
Por eso suponemos que es en la fuerza mágica de las imágenes captadas o generadas, donde reside su gran carga emocional y su posibilidad de transformar la realidad, de alterar el devenir. El caso es que, primero con la palabra y el canto, después con imágenes y la escritura, y recientemente, con imágenes sonoras, siempre hemos contado historias. Algunas historias, inventadas, y otras encontradas en la realidad.
¿Para qué?… Continuará
El cazador-recolector de imágenes. Parte 2