Por Hugo Lara

Pintor de formación, David Lynch incursionó en el cine a fines de la década de los sesenta con los cortometrajes “The Alphabet” y “The Grandmother”. Para 1976, Lynch hace una sonora entrada en el ámbito underground con su primer largometraje “Eraserhead”, cinta que le costó cuatro años de dedicación y que, en un planteamiento inquietante por su forma molesta con intención de incomodar, relataba un registro del desarrollo industrial desde una perspectiva repugnante para vincularlo con la desolación humana, y con ello introducirse en la interioridad del hombre, en las manifestaciones de rechazo al cuerpo y a la sexualidad. “Eraserhead”, película inquietante y difícil de ver, es una obra que marcó el camino de Lynch y sus preocupaciones, las que buscan penetrar al interior humano para descubrir su esencia putrefacta y maligna.

“Eraserhead” fue una producción marginal, evidentemente con un presupuesto ínfimo, pero que sirvió para que Lynch diera un fuerte paso dentro del medio cinematográfico. Llamado al cine industrial, Lynch dirige ya con más forma “El hombre elefante” (1980). Filmada en blanco y negro, la historia, ubicada en la Inglaterra victoriana, relata la infeliz vida de John Merrick, cuya espectacular deformidad física lo convirtió en una curiosidad de circo. Un científico se ocupa de él y descubre que, tras el aspecto monstruoso de Merrick, existe una auténtica humanidad, generosa y radiante. La anécdota sirve para poner en evidencia los aspectos más abyectos y despreciables del hombre y de la sociedad, en contraposición con su luminosidad y belleza, valores encarnados por Merrick. La historia le sirvió a Lynch para exhibir en un escaparate las constantes de lo que serían sus obras posteriores más significativas. Por un lado, concede al humano la dualidad del bien y del mal, del mundo maligno que coexiste con la armonía y de la confusión que ocurre a veces entre estas dos dimensiones.

“Dune” (1984), su siguiente filme, es quizá su obra menos personal. Basada en la novela de Frank Herbert, “Dune” fue una producción de uno de los grandes sultanes del cine, Dino De Laurentiis. Lynch contó con un gran presupuesto, pero tuvo que librar ciertos obstáculos, entre ellos, el enorme peso de su productor. Una anécdota de ciencia ficción, cuyo resultado es muy dispar, y donde se relata la historia de un guerrero, hijo de un noble asesinado, quien llega a un planeta desértico, donde sus habitantes están sometidos por el poder de otras razas. El joven es un mesías esperado por los habitantes subyugados, quien liderará su lucha contra los poderosos villanos. El pretexto es la pugna por la posesión de una extraña sustancia muy valiosa que produce este planeta. “Dune” fue un fracaso económico, pero sin embargo, sirvió para que Lynch contara nuevamente con el apoyo de De Laurentiis para su siguiente cinta “Terciopelo azul” (“Blue Velvet”, 1986), donde Lynch regresa a lo suyo.

De regreso a su pueblito natal debido a una enfermedad de su padre, Jeffrey (Kyle MacLachlan) encuentra en un prado una oreja humana. Su extraño hallazgo lo conduce, junto a Sandy, una chica ordinaria clasemediera, a introducirse al malsano ambiente de la cantante Dorothy Vallens, del hampón repugnante Frank Booth y del pervertido Ben. Lynch hace con “Terciopelo azul” una inquietante obra donde se conjuga en un vaivén incesante la luz y la oscuridad, la armonía y la perversión. Planteando la sutil manera en que un pequeño incidente puede alterar la cotidianidad y transformarla en una pesadilla macabra, “Terciopelo azul” es la manera en que Jeffrey es atraído al mundo sórdido y deforme que se esconde tras la armonía de la sociedad; es el modo en que la deformidad humana no está explícita como la figura de John Merrick, sino que se mueve al margen de la vista y de las apariencias.

Sus siguientes dos cintas no llegaron a México; si acaso, la primera existe en video. “Twin Peaks: Fire Walk with Me” respeta la misma línea de “Terciopelo azul”. Lynch plantea el misterioso asesinato de una joven en un pueblecillo de la montaña. Para resolver el crimen es comisionado un joven agente del FBI, quien se mueve por el apacible lugar donde los habitantes viven una armonía angustiante, donde el orden cotidiano incuba una silenciosa perturbación emocional. El psicópata asesino no es un fenómeno social; es parte de la misma estructura y es el complemento de su extremo, el también desquiciado bien. Para 1990, Lynch filma “Wild at Heart” (“Corazón salvaje”), cinta que le valió ganar la Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes. Trata sobre la fuga de una pareja por el sur de Estados Unidos. El itinerario que sigue la pareja está repleto de personajes exóticos y del ambiente malsano que fascina al cineasta.

Esta ambivalencia humana que plantea Lynch, la dualidad y la pugna entre bien y mal, constantes de sus cintas, incluso formalmente (muy importante es la iluminación en sus películas), es la tan inquietante como atinada visión del cineasta sobre el mecanismo de una sociedad que rinde culto al egoísmo y a los valores más ruines y superfluos, engendrando con ello miseria y autodestrucción.