Por Jessica Oliva
@Pennyoliva
“El Gran Hotel Budapest”, el nuevo filme del director estadounidense Wes Anderson, que se proyecta como parte de la 56 Muestra Internacional de la Cineteca, es uno de insania contenida, manufactura meticulosa y, sobre todo, timing perfecto. Todo en él sucede puntualmente en el milisegundo en que debe: una ceja levantada, una mirada calculadora, un puñetazo, pausa; después otro, pausa; después otro. Es, como frecuentemente sucede en su trabajo fílmico, una historia dentro de otra historia, dividida en varios capítulos que arrancan, tal como ocurre en “Los excéntricos Tenenbaum” (2001), con la portada de un libro.
El guión está inspirado en dos novelas del escritor austriaco Stefan Zweig: “Beware of Pity” y “The Post Office Girl”. En él, un narrador, interpretado al mismo tiempo por Tom Wilkinson y Jude Law, nos transporta a los interiores de rojos intensos del Gran Hotel Budapest, ubicado en la ficticia república europea de Zubrowka y que bien podría ser la versión pastel de aquél que Stanley Kubrick retrató en “El Resplandor” (1980). Al Overlook Hotel sólo habría que añadirle un pintoresco funicular, unos baños árabes, un ambiente de esnobismo excéntrico, personal uniformado con morados profundos y un conserje legendario que nunca pierde el estilo, llamado M. Gustave. Y son precisamente las peripecias de dicho hombre, encarnado por un brillante Ralph Fiennes, las que dan sustento a una travesía “deschavetada”, impecablemente confeccionada y cuyos personajes, más que hablar, disparan diálogos a grandes velocidades.
M. Gustave, cuya vocación servicial–por decirlo así– lo hace intimar en todos sentidos con las clientas ricas y ancianas, se convierte en el heredero de una valiosa pieza de arte. Cuando la familia de su benefactora se rehúsa a aceptar los deseos de la difunta, este amante de la poesía romántica y su leal lobby boy (Toni Revolori) deciden robar la pintura, lo que desata una serie de situaciones sin juicio alguno, que incluyen una fuga de prisión, un tiroteo dentro del hotel, una persecución digna de los juegos olímpicos de invierno, el asesinato de testigos y una alianza secreta de conserjes. Todo ello, enmarcado por una guerra indeterminada que aqueja al país, en medio de lo que parece ser una dictadura fascista.
…Anderson logra lanzar nuevamente el hechizo de sus mejores trabajos.
Este mitológico mundo de Europa del este es un universo de sets, habitado por un elenco masivo de estrellas (Sí, ahí están Bill Murray, Adrien Brody y Edward Norton, a lado de Tilda Swinton, Willem Dafoe, Saoirse Ronan y Lea Seydoux, entre otros), los cuáles dan vida a un ejército de panaderas, gendarmes, parientes enfurecidos, mercenarios y mucamas, quienes se mueven e interactúan con el mismo desparpajo de los muñecos animados de “Fantástico Sr. Fox” (2009). Con un humor ingenioso, seco, de premisas ridículas y que en ciertas secuencias incluso hace guiños a la comedia física del cine silente, Anderson logra lanzar nuevamente el hechizo de sus mejores trabajos.
No obstante, la melancolía andersiana– que vibraba tanto en las habitaciones de la mansión Tenembaum, como en ese amor de niños en “El reino de la luna” (2012) – cede un poco en esta ocasión, para dar paso a una construcción narrativa precisa, más filosa que nostálgica (aunque no deja de apuntar al pasado), en donde se enmarca la comedia y el absurdo en una estricta, continua y genial coreografía. El pandemonio se desata en este pedacito de Zubrowka, pero lo hace de forma confinada, en tomas obsesivamente simétricas, dentro de las cuáles cada uno de los elementos en movimiento está fríamente calculado. La locura se encuadra así en un ambiente casi geométrico… y no podría ser más cómica.