Por Pedro Paunero
La nebulosa fama de Al Adamson, entre fanáticos de la Serie B, Z y el cine de explotación se debe, específicamente, a un puñado de películas, de entre las tantas que rodara a lo largo de las décadas de los años sesenta y setenta del Siglo XX, entre las que cabe citar “Sangre en el castillo de Drácula” (Blood of Dracula’s Castle, 1969), y “Drácula vs Frankenstein” (1971). La primera, cuya engañosa publicidad se asentaba sobre la secundaria participación de John Carradine como mayordomo -cuya fama serviría, en teoría, para crear expectativas sobre la película-, a pesar de su indudable hediondez, mantenía una historia interesante y, por momentos, divertida.
Carradine la hacía del servicial, y cómplice criminal, George, que servía en Falcon Rock, un castillo asentado sobre la playa -el fortín conocido como “Shea’s Castle” o “Castle Ranch”, situado en Lancaster, en Los Ángeles, California, una propiedad incautada por el banco a su dueño-, donde Drácula (Alexander D’Arcy), y su esposa, la Condesa Townsend (Paula Raymond), mantenían secuestradas a un grupo de sexys jovencitas incautas, levantadas de la carretera por Johnny Davenport (Robert Dix), asesino serial y hombre lobo quien, como sus secuaces, profesaba una seudo religión a un tal Dios Luna, al que ofrecían a las chicas en sacrificio. La trama se cruza con la de una pareja, formada por el fotógrafo Glen Cannon (Gene Otis Shane), quien hereda el castillo, acompañado de su prometida, la modelo Liz Arden (Jennifer Bishop), con quien planea echar a los condes, pero cuyos planes no resultan como esperaban.
Pero también, este regustillo a cine culpable y de culto, se mantiene sobre la más incoherente, y peor ejecutada, “Drácula vs Frankenstein”, en la cual el Dr. Durea o Frankenstein (J. Carroll Naish), con su ayudante Groton (Lon Chaney Jr.), atenderán al llamado del Conde Drácula (Zandor Vorkov), para resucitar al monstruo, interpretado por John Bloom, con un maquillaje que parece haber sido hecho con los restos de una pizza vomitada por un perro. Durea regenta una Casa de los Sustos en una feria -a cuyo espectáculo atrae el enano Grazbo (Angelo Rossito), que sirve de voceador, en la entrada-, que no es sino la fachada tras la que oculta su laboratorio, en el cual extrae sangre de muchachas -¡otra vez!-, secuestradas por Groton, quien se vale para ello de un hacha bastante convincente.
La película -hay que ver cuántas llevan este título repetido, por ejemplo, existe un “Drácula contra Frankenstein” (1972), dirigida por Jesús Franco, y un “Dracula vs Frankenstein” (1970), dirigida por Tulio Demichelli (aka. Los monstruos del terror)-, concebida en un principio como la segunda parte de la exitosa Biker Movie “Satan’s Sadists” (1969) -de cuya trama no quedó nada al final, como puede verse, y perteneciente a toda una serie de películas sobre moteros y neonazis, con la participación del actor Robert Dix, indefectible para Adamson-, no es sino un exploit sobre motociclistas violadores y un ex marine, involucrado a la fuerza en sus crímenes, y vuelto una furia vengadora, que derivó hacia la pura trama psicotrónica, con el peor Drácula de la historia -con la voz manipulada electrónicamente, con la suposición de que sonaría más siniestra, con ridículos resultados-, y que devendría, patéticamente, en la última participación actoral, tanto de Lon Chaney Jr., como de J. Carroll Naish.
Como declararía posteriormente Denver Dixon -seudónimo de Victor Adamson, padre de Al e igualmente director-, entre toma y toma, Lon Chaney Jr., (aquejado por múltiples enfermedades, entre estas el cáncer, la depresión, y el alcohol), le habría hecho saber de su convencimiento sobre la inutilidad de su vida, y que sólo deseaba morir al final del rodaje, sin olvidar que, en paralelo, para J. Carroll Naish, tampoco resultaban mejor las cosas, al olvidar constantemente los diálogos, en plena filmación, y tener que leerlos directamente -con el único ojo bueno que le quedaba, mientras miraba (sin ver), a la cámara, con su otro ojo de vidrio-, en las tarjetas que le facilitaba el apuntador.
Amén de otros títulos infumables, entre los que se cuentan un par de sexploits, “Bedroom Stewardesses” (1978), resultado de editar -es decir, mutilar-, valiéndose para ello de la diestra tijera de su productor, Sam Sherman -con quien formara la barata productora Independent International Pictures Corp.- la película “Der Arzt von St. Pauli” (1968) originalmente dirigida por Rolf Olsen, con una trama -de por sí-, escandalosa, la de un ginecólogo dado a chantajear a sus pacientes, y “Nurses for Sale” (1976), que igualmente añadía escenas de desnudos a otra barata cinta de Olsen, “Käpt’n Rauhbein aus St. Pauli” (1971), así como un western crepuscular, “Lash of Lust” (1972), filmado, como tantas otras, en el siniestramente célebre “Spahn Ranch”, donde viviera la Familia Manson, Adamson vio terminada su carrera abruptamente, al iniciarse la década de los ochenta.
Después de la caída de los autocinemas y de los circuitos que exhibían sus películas, Adamson, sin poder adaptarse al emergente mercado del VHS, decidió probar suerte en los bienes raíces. Fue entonces que conoció a Fred Fulford, un contratista con quien tendría continuas desavenencias cuando este último, abusando de la tarjeta de crédito proporcionada por Adamson, fue más allá de sólo adquirir suministros para las obras que realizaba en su casa, gastando todo lo que su empleador tenía en el banco.
Un día del mes de junio de 1995, el hermano de Adamson lo denunció como desaparecido. Al había adquirido una casa en Indio, California, donde Fulford realizaba los trabajos de remodelación. A la policía le llevó cinco semanas antes de percatarse que Fulford había removido el jacuzzi del baño, el Sancto Sanctorum de Al. Investigaron. Removieron las baldosas. Y encontraron el cuerpo de Adamson. Fulford fue detenido en el Hotel Coral Reef, de San Petersburgo, en el mismo estado y, una vez encontrado culpable, sentenciado a prisión perpetua.
Una leyenda urbana apunta que Al, antes de desaparecer misteriosamente, habría podido terminar el guion para una última película, en la cual un hombre resultaba cruelmente asesinado, y su cuerpo escondido en su propia casa, tras una pelea que involucraba dinero, haciendo de esta una especie de profecía macabra sobre su propia suerte. Sin embargo, la coincidencia trágica se había dado ya, años antes, en lo que respecta a la sociedad que, Adamson, hiciera con Rex Carlton, guionista y productor de cierto renombre entre los cineastas de Serie B.
Fue, específicamente, la citada “Sangre en el castillo de Drácula” -con la inaudita participación del cinefotógrafo László Kovács, quien por entonces trabajaba con presupuestos miserables, en filmes como “The Incredibly Strange Creatures Who Stopped Living and Became Mixed-Up Zombies” (Ray Dennis Steckler, 1964), eterna candidata a peor película de la historia-, la cinta que había unido a Adamson, detrás de cámara, con nuestro citado guionista.
Carlton, responsable de guiones para indudables clásicos de Serie B, como “The Brain That Wouldn’t Die” (Joseph Green, 1962), se había suicidado por presión del crimen organizado, cuando no pudo reembolsarles la cantidad de dinero que le habían prestado para financiar una película.
Al parecer, “Sangre en el castillo de Drácula”, habría sido una de las últimas películas en las que, Carlton, se viera involucrado personalmente, al iniciar su rodaje en 1966, dos años antes de su muerte, aunque su nombre siguiera apareciendo en títulos como “El museo de la muerte” (Nightmare in Wax, 1969), “The Rebel Rousers” (cuyo rodaje comenzó en 1967, pero no fue lanzada sino hasta 1970, y en la cual actúan las estrellas del futuro cercano, Jack Nicholson, Diane Ladd, Bruce Dern y Harry Dean Stanton), o “Hell’s Bloody Devils” (1970), estas últimas, otras dos Biker Movies, en cada una de las cuales aparece como guionista y productor ejecutivo.
Hay una escena en “Sangre en el castillo de Drácula”, en la cual Johnny, el hombre lobo, se acerca a las rejas que dan a la calle, en la prisión donde estuviera cumpliendo condena, acompañado de Frank (John “Bud” Cardos), un policía corrupto al que ha sobornado con cinco mil dólares -que le serán depositados en su cuenta posteriormente, por el Conde-, para que le permita escapar. El policía se apresta a recibir un golpe en la cabeza, propinado por Johnny, para fingir un enfrentamiento, tras supuestamente sorprenderlo en un intento de escape, y pasar como inocente en la fuga. Johnny lo golpea. Y sigue golpeando hasta matar a Frank. Tras un corte al interior del castillo y sus ocupantes vampíricos, Johnny estelariza una fársica huida por un río, seguido por policías con perros -en la peor tradición de la “Fuga en cadenas” (The Defiant Ones, 1958), de Stanley Kramer-, encuentra a una bañista adolescente -con un llamativo bikini azul de bolitas, más adecuado para la playa, y no un río repleto de rápidos-, a quien somete y asesina, luego se hace de un auto, golpeando al conductor que ha pinchado una llanta, huye en este y lo desbarranca, con el conductor todavía vivo dentro, y se aleja, comiéndose un sándwich que encontrara en la lonchera.
Esta es, quizá, la más recordada escena de la película, e involucra, en toda su aspereza, una serie de constantes en el cine de Adamson y los guiones de Carlton, a saber, dinero, crimen, muerte y horror, con una pizca de locura. Elementos que, irónicamente, y por escalofriante coincidencia, alcanzaron la dura realidad de Al Adamson y Rex Carlton -más allá del barato celuloide-, en sus horas postreras.
Para saber más:
Alexis Puig. Hollywood sangriento: Crímenes, rituales y maldiciones en la meca del cine. Del Nuevo Extremo Editorial. Año 2022. 142 páginas.
Sobre Rex Carlton y la película “The Brain that Wouldn´t Die”:
“Trece películas para Noche de Brujas. Cerebros vivientes” por Pedro Paunero.
“Fugitivos en cadenas, antihéroes del cine” por Pedro Paunero.Sobre Biker Movies:
“Rebeldes del espacio y otras oscuras metáforas de la juventud en el cine (II)” por Pedro Paunero.