Por Ulises Pérez Mancilla
Abrí los ojos. Extrañamente, al segundo asistente de dirección y a mí nos habían asignado una auténtica suite presidencial. Nuestra habitación equivalía a por lo menos tres de las habitaciones que ocupaban nuestros demás compañeros. A cada uno le correspondía una cama king size, ubicadas ambas de tal manera que parecía que dormíamos en una sola. Extremo contra extremo, la mañana del día de descanso desperté cual personaje de ¿Qué pasó ayer? (The Hangover).
− Amigo, creo que a partir de ahora tenemos que encontrar reglas mínimas de convivencia. Respondió Jonathan a mis “buenos días, Jonh”.
“¿Reglas mínimas de convivencia?”, pensé y extendí mi mano para encontrar mi cámara fotográfica mientras Jonh relataba su sufrimiento de anoche debido a los estragos que el sapo había causado en mi memoria, irónicamente, mi mejor herramienta de trabajo sólo después del sentido común y la paciencia.
Iniciamos la cuarta semana de rodaje de la película concientes de que atravesamos por la peor etapa de filmación: justo cuando el cansancio acumulado, la nostalgia, la ansiedad y la convivencia diaria en un contexto que no nos pertenece comienza a gestar susceptibilidades tan extrañas que una misma causa puede desatar estados emocionales opuestos. Bipolaridad pues.
Día dieciocho
Como partido de fútbol, este día hay cambios en el equipo de fotografía. Por motivos personales Giovanni Salas sede su lugar como encargado de cámara a Rodolfo “El bofo”, quien hasta ahora se desempeñaba como datamanager (una figura que el video trajo consigo al cine y cuya función es bajar la información grabada por la cámara a un disco duro al menos dos veces al día; y que en un futuro con un poco de suerte y muchos ratos de ocio, hasta él mismo podría ir sincronizando el sonido e ir armando un boceto de edición en set).
Con la partida de Giovanni, también perdemos a Edgar (su hermano), dejando un importante vacío en el área de producción, mismo que se verá reflejado en los nervios de nuestra gerente. Aldo, el refuerzo, tendría que empezar desde cero a negociar los silencios en la muy ruidosa Coyuca de Catalán. Su atuendo de niño explorador provocó de inmediato la carrilla del director, que no en balde solía ganarse una jota al inicio de su nombre en sus mejores épocas como asistente de dirección.
Ya ha pasado una semana de convivencia con las niñas y si antes el problema era desinhibirlas, ahora lo que nos ocupa es regular su intensidad. Convertidas en actrices infantiles, pero en actrices al fin y al cabo, pronto comenzaron a actuar cual Giovanna Zacarías y Vanesa Bauche en Las vueltas del citrillo: ¿Por qué ella tiene la muñeca más bonita? ¿Por qué yo nada más digo re poquito?, este vestido me pica, Ulises, cuando te hable corre por favor. Don Odín, don Odín ¿hacía dónde tengo qué ver , gritaba desde el set Panchita, que se ganó el inocente odio de Fabis cuando se refirió a ella como: “la señora que me pone el micro”.
Esta tarde, damos la bienvenida a dos actores más: Justo Rodríguez (Eréndira Ikikunari) proveniente de Michoacán y Leticia Gutiérrez (La sangre iluminada), que ha viajado desde Francia con algunos meses de embarazo para interpretar a la tía Emma.
Día Diecinueve
Inician los llamados mixtos y las recurrentes jugadas de dominó con el plan de trabajo. Venimos a hacer de día noche, labor que emprende Pepe, el gaffer y sus muchachos. Comienza el manteado y las horas de espera. Ale Berriel ya no tiene más cambios para las niñas y éstas siguen sumando escenas dado lo mucho que las quiere la cámara. Pablo Tamez anda raro, deprimido. El hielo como remedio, medicado por el doctor del sindicato al inicio del rodaje para casi todos los males, ya no funciona. El club de la salud está rompiendo la dieta a la menor provocación.
Desde ayer, comenzaron a aparecer como cochinillas debajo de las piedras una camada de gatos güeros de rancho. Su futuro no podía ser más promisorio: con el tiempo no sólo se mudarían a la ofician de producción compartiendo espacio con Urbano, el contador de la película y su par de jóvenes asistentes, sino que muchos de ellos encontrarían hogar en el Distrito Federal gracias a María Oria y Elsa Reyes quienes, para empezar, sumarían a un nuevo miembro a sus familias.
Por la noche, toca la realización de la secuencia 10: Tía Emma y Lautaro cenan con los dulceros. Cantú realiza una iluminación detallada, mínima, apoyada en luces de quinqués de la época. Realizamos un plano de ubicación y después un reverso. Desde aquel llamado en que Tencho le corta las orejas a un burro, Odín no olvidaría que le “negué un reverso” por el resto del rodaje y hasta me compró un pizarrón para hacer plantillas en el set. Pero esta vez era distinto, el reverso planteado era más claro que el agua y no sólo eso, coincidía con un encuadre estéticamente precioso, con un tono de actuación de Abimael y Azalia de esos que rápidamente calificaríamos de “irrepetible”. No exagero, hasta el ruido había desaparecido de Coyuca de Catalán.
Corte y cambio de emplazamiento. Otros ángulos. La escena avanza. Elena Pardo se acerca y me muestra un par de fotos de su cámara. En lontananza, justo hacia donde ha tirado la cámara hay un riel del Dolly bastante obvio. En el nuevo encuadre se sigue viendo: “sale de salir”. Se va., pero en mí queda la duda sí se ve en el plano anterior pues es un hecho que ese riel vivió ahí todo el tiempo. Así fue pero no hay marcha atrás. Es noche, hay que terminar la escena, “ni modo”. Aunque otros ojos pudieron verlo, aunque muchas manos pudieron sacarlo sólo por disciplina antes de la acción, aunque el error se pueda arreglar en post, asumo la responsabilidad de no haberlo visto yo. Me siento apenado.
Día Veinte
Hoy Alex Cantú cumple 40 años. “Gracias por recordármelo”, bromeaba cada vez que lo felicitaban. Discreto como suele ser, celebró de la mejor manera: cámara al hombro y trabajando. En un tiempo muerto, los Arcelianos, que resultaron muy buenos músicos le interpretaron las mañanitas, junto a Abimael que literalmente hacía del “niño del tambor”. Al corte a comer, a Cantú, le esperaría un pastel casero elaborado por Azucena Salazar. A estas alturas, los pasteles temáticos de Azucena (decorados con burros, barcos en hundimiento y demás alusión al rodaje) eran ya toda una tradición en el crew.
Azucena (hija del Tío David que con sus estudios en psicología y todas las historias que seguramente escuchó alguna vez de su primo, debutaba en el quehacer cinematográfico haciéndose cargo de los niños como una especie de pedagoga en el set) había preparado ya pasteles para María Oria, El Charro (inigualable personaje, chófer de producción recurrente de la señorita Oria), La Negra, Ale Berriel, Jonathan y todos los que se acumularían antes de terminar este rodaje que, como pocos, había agendado tantos cumpleañeros.
El ritmo de esta tarde es bastante bueno. Alfredo Martínez se dispone a cuidar ferozmente su comida de utilería pues, como bien advertía Odín, en Tierra Caliente abunda el “hambre vieja”. Y vaya que es cierto, el apetito feroz de Abi en ocasiones ponía en aprietos al pobre Alfredo, dejándolo en los puritos huesos y sin refil para los demás actores. Abi le tomó especial cariño a Alfredo debido a su afición por las luchas. Se saludaban entre sí con un: “¿Qué pasó pitaya?” que al paso de los días acrecentaba su confianza hacia nosotros.
Mañana el llamado volvía a ser completamente diurno así que nos fuimos temprano. Para nuestra sorpresa, el menú había cambiado, la producción había instituido los “jueves pozoleros” en el hotel. Eso y una Victoria antes de dormir, tenían el sabor de una auténtica conquista sindical.
Día Veintiuno
Iniciamos con uno de esos llamados que tardan horas en arrancar. La RED ONE está quisquillosa y por largo rato nos sometemos al capricho de la máquina: “es una computadora, hay que dejarla procesar”, se justificaba El Bofo cada que había que reiniciar la cámara. El set en cuestión era el exterior de la tienda de doña Carmela. En lo general, se trataba de una secuencia con todos los elementos para lucir el trabajo de arte sobre la época, en lo particular, es quizá la mejor escena escrita para el personaje de Doña Carmela, con la que Azalia sacó la casta.
Dentro de la tienda, aparece Gabi Santos (cuequera con amplia experiencia como ambientadota, aquí en su debut como directora de arte) en calidad de duende juguetón moviendo elementos entre toma y toma. Lo hace con tanta frecuencia y naturalidad, que a diferencia de otras colegas suyas, es casi parte de su estilo no importarle la continuidad (¡y no la juzgo!). Gabi, siempre en avanzada, además de pasar poco tiempo en el set, se caracterizaba por olvidar su bolso justo en donde la cámara tiraba. Por ahora, su preocupación estaba en los sets de la próxima semana que de entrada, significaban la mayor parte de su presupuesto.
Al caer la noche, seguimos en la tienda ya con otra secuencia. Las niñas llevan rato citadas pero hasta ahora entran a escena. Están inquietas, imparables. No tienen diálogos pero acompañan a Abimael a cuadro. Al momento de su participación Panchita y Marilyn no tienen freno. El niño dirá un texto importante en el que recuerda a su padre muerto y está distraído. Bajita la mano las niñas lo molestan, lo desconcentran, lo incomodan. Va la toma y Abi se traba con su diálogo. Una vez más y se equivoca. Toma tres y no puede decirlo. El director se molesta: “¿Por qué el niño no se sabe su diálogo?”. Azucena y yo corremos a repasar. Abi está trabado. ¿A él lo regañan mientras ellas pueden hacer lo que quieran?
Rocío Belmont nos lo había advertido: Abimael es un niño inteligente que no acepta errores y cuando falla, siente una gran impotencia. Ahora está en shock, lleva 40 minutos llorando y nadie lo para. Lo intentó calmar su nuevo amigo Alfredo, lo intentó Marzo a quien admira, lo intentó su mamá que vino a hacer un Cameo y nada. Erik Baeza no tuvo más que cantar el wrapp. A veces, como bien habíamos aprendido el día del río, lo mejor es simplemente parar.
Día veintidós
Empezamos de cero la secuencia de ayer. Las niñas (que originalmente no estaban en la escena) han sido eliminadas. Respiro masivo detrás del de Abimael. La escena no sólo es perfecta sino que queda de volada y como no queriendo, ocurre la primera despedida masiva de actores. Terminan la película Azalia Ortíz, Justo Rodríguez y los arcelianos. Azalia llora y agradece la estima de todos. Abimael observa atento los abrazos, los buenos deseos, las sonrisas. Dentro de todo lo que ha aprendido, el aplauso de despedida es un ritual nuevo para él. En el company move, el guache le apuesta a Azucena que, cuando llegue ese momento para él, de ninguna manera llorará: “Ya verás que sí, cuando se vayan todos, ¿a poco no los vas a extrañar?”. No, decía el muy cínico.
Camino a Otlatepec, donde habríamos de terminar la escena interrumpida por la crecida del río, Odín reflexionaba sobre lo que le estábamos haciendo al niño. No era para menos, de algún modo habíamos impactado ya en la vida de Abimael sometiéndolo a la azarosa, presurosa y volátil vida del cine que a decir verdad, parecía que la estaba disfrutaba mucho. Hoy, debido al incidente de ayer, el director decidió darle un regalo que tenía reservado para el final del rodaje: un burrito de cuerda que hizo muy feliz al buen Abi, que finiquitó el resto de sus escenas casi como un trámite, poniéndose al tú por tú con Baltimore; logrando un duelo de actuación tan emotivo que a nadie podría importarle si la luz está en match con la de la semana antepasada o si en el master había dos flores y en el cerrado, cosas de la naturaleza, ahora sólo aparece una.
Baltimore dice adiós entre aplausos mientras producción organiza la caravana de regreso a Ciudad Altamirano; en la que iremos parando para grabar fragemntos de la travesía de la tía Emma y Lautaro tras el asesinato de su padre. Después de una semana de tensión, el crew se relaja. Jonathan rola los Miguelitos, Alfredo monta a caballo con el macho alfa, Fabiola hace un chiste sobre el personaje de Lautaro: “Mejor habría de llamarse Emmo, como su tía Emma” (hasta a Odín le causa gracia).
De regreso al hotel, la Negra, Alfredo, Elena, Jonh y yo, secuestramos la camioneta del Charro que en la mejor de sus facetas chilangas, avanza a todo volumen con el soundtrack no oficial de Burros a todo lo que da (soundtrack que, cabe aclarar, es encabezado por Juliántla del paisano guerrerense, Joan Sebastian). Ahí dentro, se fraguaba la que sería nuestra primera parranda nocturna en un antro de reciente apertura llamado Mayan.
Día veintitrés
Nunca antes el medio día había sido tan oportuno. No eran ni las 8 de la mañana y ya se hablaba de “los sobrevivientes del Mayan”. Mi cámara fotográfica pasaba de mano en mano haciendo de cronista de la noche. Kali, nuestra anfitriona que había ganado el apodo de la “Barbie de época” lucía hermosa y radiante en las fotos. Rápido trascendió que Marzo Ezata, con todo y sus rastas era popero de closet. En un diálogo de madrugada entre él y yo, habíamos llegado a un acuerdo: “lo que importa es el arriesgue”, decía él mientras lo secundaba.
Transpirábamos más que sudor y debimos haber estado a 40 grados. Definitivamente, uno de los días más calurosos de nuestra estancia. Pese a la cruda y el desvelo, la salida había apaciguado nuestros demonios. En apariencia este era un día tranquilo, de puras “pasaditas”; no obstante se fue complicando hasta convertirse en casi un día completo para los que no pertenecemos al sindicato.
− Abi, recuerda bajarte el sombrero con la mano izquierda. Le grite al niño mientras se alejaba a galope.
− No. Corre ve y dile bien lo que tiene que hacer. Corrí detrás del caballo unos 500 metros para que el niño dijera: Sí, te escuché.
− ¡Alfredo!
− Sí señor.
− Hay que borrar las líneas de cal de la cancha.
− ¿De toda la cancha?
− Sí, de toda.
− Negra, corre ve hasta allá y retoca al niño.
Piadosamente el doc comenzó a preparar sueros. Al mediodía, por alguna razón una secuencia que veníamos arrastrando de la semana pasada, en la que la tía Emma le enseña a hacer pocitas a Lautaro, no tenía locación, así que empezamos a improvisar. Bajo tensión realizamos un par de secuencias no preparadas porque ni se tenían los props, ni los actores habían estudiado sus diálogos, ni se había contemplado el tiempo del cambio de vestuario ni de peinado.
− No importa. Que vengan ya, así como estén.
Pero sí importaba, así que había que hacer de tripas corazón y sacar adelante nuestro trabajo lo mejor posible, por el bien de la película.
Checa aquí la parte 3:
En rodaje: Burros. La lucha contra el tiempo