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El 12 de septiembre de 2005, leí un titular que se me quedó grabado: “Hombre discapacitado en pañales secuestra aeronave rumbo a Bogotá”. Tres meses después, me encontré tocando a la puerta del hombre encarcelado que la prensa había apodado como “el aeropirata”. Esta película nació del tiempo que pasé con él, su silla, su cama, su casa y su familia.
  

Aunque yo tenía mi cámara de vídeo de boceto a la mano en mi primera visita, esta fue de poco uso; me encontré con un hombre reservado. Pero luego de varias visitas se fue rompiendo el hielo, revelando una mezcla de valentía y talento dramático que, junto al hecho de que le estaba prohibido salir de su casa, capturó mi imaginación. Empecé a bocetar el vídeo y a escribir, pero hasta cuando Porfirio entendió que yo estaba preparando una película, él no sospechó que yo lo estaba moldeando a él mismo hasta el día antes del rodaje. ¿Quién me va a interpretar? me preguntaba.
  

Me mudé a Florencia 5 meses y viví en los lugares y con la gente con la que quería trabajar, antes de disparar el primer fotograma. Durante ese tiempo, filmé bocetos de Porfirio, observando su movimiento que, particularmente, me hizo consciente del tiempo, así como de la noción católica y socrática del cuerpo como prisión del alma. Fue entonces cuando desarrollé la identidad visual de la película: el cuadro bajo, frontal, quieto y simétrico que, con una relación de aspecto cinemascope empujando las líneas del horizonte; podía hablar del personaje y su relación con el mundo que lo rodea.
  

El primer borrador del guion parecía una larga corriente de trabajo a conciencia, sin embargo, mi tiempo con Porfirio me enseñó a llevar todo ello a la esencia: retratar el drama del personaje de un hombre sin dispositivos dramáticos. Decidí que nunca le mostraría el guion, sino que más bien le leería líneas –en general en desorden- y le preguntaría para que él me las dijera de nuevo a mí para yo poder reformular, haciendo del lenguaje el suyo, no el mío.
  

Cuando decidí poner al Porfirio real como él mismo, decidí trabajar sólo con actores no profesionales. El hijo mayor de Porfirio y su cómplice de la vida real se había vuelto demasiado mayor para el papel, así que escogí a su hijo menor, cuya forma adecuada y movimientos ágiles eran rígidos pero hacían un tierno contraste con su padre. La esposa de Porfirio lo había abandonado después del secuestro y él me presentó a una joven vecina que resultó ser la cosa más bonita del mundo, y a quien le encantaba la atención que él tenía con ella. Al conocer a Jasbleidy, al tiempo juvenil y endurecida, la escogí por instinto, como lo haría con el resto del elenco.
  

Tres semanas antes del rodaje, invité a los dos personajes principales a vivir con Porfirio en la casa que había elegido para filmar. Los visité a diario, nunca con la intención de convertirlos en actores, solo para ganar su confianza y acostumbrarlos a la cámara, con sus reflejos naturales, tanto en discurso como en movimiento, para que pudieran prevalecer. Trabajé con los tres, así como lo hice con Porfirio al principio, sobre todo viéndolos moverse dentro de la casa, un espacio que se transforma tanto metafórica como literalmente en la prisión del círculo narrativo de la película.
  

Cada aspecto del rodaje había sido dibujado, pero el equipo de producción improvisó con las cosas que fui encontrando en el camino. Desde que escogimos trabajar con la mayor cantidad de luz natural posible, nos vimos forzados a ajustarnos constantemente a los cambios climáticos de la Amazonía. Un pequeño equipo, compuesto por 10 personas, venidas de Grecia, México, Colombia, Uruguay, España y Ecuador, nos permitió ser flexibles y preservar los espacios reales que trabajamos.
  

En uno de los momentos más profundos de la película, Porfirio mira a través de la ventana de su habitación y, me atrevo a decir, nosotros pudimos llegar a lo más profundo de su alma. Esto fue en la segunda toma del primer día de rodaje. Aunque creo que hemos capturado muchos otros buenos momentos, debo admitir que no lograron una inocencia tan brillante como la que vi en sus ojos ese primer día.
  

Terminamos el rodaje de “Porfirio” en octubre de 2010, justo alrededor de cinco años después de mi primera visita.
  

(*): El colombiano nacido en Brasil Alejandro Landes estrena mundialmente en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes su película “Porfirio”, su opera prima de ficción (aunque completamente pegada a la realidad), que sigue al premiado documental “Cocalero”, estrenado en más de 10 países. Su nuevo film contó con el respaldo como proyecto de la Residencia de la Cinéfondation de Cannes y del Instituto Sundance.