Por Enrique López T.

Linaje es
destino. Arthur Penn (27/IX/1922 – 28/IX/2010) hijo de un relojero, hizo gala de una puntualidad insólita: supo llegar exacto, incitar una ruptura,
renovar a Hollywood
. Pero claro, su recorrido es más importante: estudia
Literatura que deja para luchar en la Segunda Guerra Mundial, donde desarrolla
su gusto por el teatro montando obras para el ejército. A su salida estudia
Arte Dramático y Letras, se hace actor y es director de teatro para 1956;
trabaja asiduamente en Broadway cosechando éxitos y un Tony. Antes, en 1951,
entra en la NBC donde funge como ejecutivo, escritor y director de series de
televisión.

Su formación
intelectual, clásica, escénica y televisiva lo hicieron un director moderno; además de
que supo entender y retratar su tiempo. Inspirado por el cine europeo, su
singularidad radica en abordar de forma reflexivamente entretenida
los géneros clásicos
. Esto es patente desde su primer film El zurdo (The Left Handed Gun, 1958) un western ameno con tintes
psicoanalíticos sobre Billy The Kid con
Paul Newman, en el que ya se nota su estilo entre la abstracción y el arrebato,
y eso que al acabar el rodaje lo despidieron sin permitirle hacer el montaje
final.


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En su
cuarta película La jauría humana (The Chase, 1966) repitió la experiencia,
el productor Sam Spiegel se la quitó para re–editarla. Con todo su cine ganaba
en profundidad sobre todo en la recreación de la violencia y en su
apuesta de que puede aparecer aún entre los más civilizados
en ciertas condiciones.
A menudo los tropiezos abren la puerta al triunfo: un año antes filma Acosado (Mickey One, 1965),
película con un buqué de nouvelle vague
que no tuvo buena recepción, quizá por la temática; sin embargo, este tono europeo y el haber trabajado con
Warren Beatty le permitiría a la postre, lograr algo histórico.

Beatty no
era bien visto en la industria, había tenido más fracasos que éxito, sentía que
su carrera caía antes de despegar. Decidido a cambiar esto buscaba un gran
proyecto, uno que llegó a través de François Truffaut quién lo contactó con
Robert Benton y David Newman, guionistas embriagados por la nueva ola francesa
habían adaptado la obra Últimos cien días
de John Toland,sobre unos famosos ladrones de bancos
del suroeste de EE.UU., Bonnie Parker y
Clyde Barrow
.

La moral soberbiamente ambigua, los personajes más que clarobscuros, el sabor francés (sin contar un ménage à
troís que fue sacado) hicieron que el guión, ya propiedad de Beatty, fuera
rechazado por cada director al que se le ofreció. Hasta que los guionistas dijeron
que Arthur Penn era el ideal para el
trabajo
, los había impresionado su intento de cine de autor con Acosado, a caballo entre lo americano y
lo europeo.

En esa
época Penn llevaba casi dos años sin filmar, refugiado en el teatro. Beatty lo
convenció con insistencia, pero sobre todo porque ambos compartían un
sentimiento de revancha: debían demostrar que eran más buenos de lo
que les habían permitido ser, mejores de lo que todo mundo creía.

Así Arthur
Penn acaba dirigiendo Bonnie and Clyde(1967), su influencia fue inmediata: la
mayoría de los actores procedía del teatro y la televisión, eran rostros nuevos
de gente normal, necesarios para lograr afinidad; opto por filmar en Texas para
escapar del yugo del estudio; impuso una iluminación suave, una fotografía
sagaz y afianzó el guión evitando que la revuelta fuera demasiado
explosiva y fracasara
haciendo del protagonista (Warren Beatty) un
impotente en vez de un bisexual (homosexual implícitamente), pues ya tenía bastante
con matar, robar bancos y escapar de la ley como para lidiar psicológicamente
con eso.


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En cambio, dotó
a la película de acción y violencia
. Sembró trasgresión e insolencia
con humor, desenfado, malicia e ironía en un medio (aparentemente) estable,
macizo y serio. Esto hacía más creíble la violencia, y en cierto punto hasta atractiva
(“We rob banks”) pero nunca gratuita, pues Arthur Penn lo entendió
bien y lo expresó mejor:

“Estamos en la Guerra
de Vietnam, esta película no puede ser inmaculada, higienizada, nada de bang–bang,
es jodidamente sangrienta”.

 

Cinematográficamente
lo explotó sobre todo, omitiendo un corte. Fue la primera vez que en una misma
toma se veía el disparo y su efecto, la caída de la víctima acribillada, muerta.
Con esto ya tendría en vilo al público, pero fue más allá, con la escena final,
su afamado clímax: sonrisas, emboscada, ojos de sorpresa, de miedo, mirada de
amor, quizá una despedida, Bonnie y Clyde (de blanco como novios frente
al altar de la muerte) cayendo en cámara lenta, sacudidos por una tormenta de
balas, muriendo
; un silencio atónito; fin. (

Ve este video)

Y nada
volvió a ser igual. Bonnie and Clyde ayudó
al cambio de un Hollywood anquilosado hacia una Nueva Era arriesgada, inmersa en una revolución más que sexual. En
sucesión de estrenos y re–estrenos logró ser una de las más taquilleras,
apreciada por el público y la crítica (que tuvo que corregir sus malas notas)
se instaló en la cultura popular: la boina de Bonnie (la sensual Faye Dunaway)
impuso moda, y hasta hoy son muchas las referencias y reelaboraciones:
The Simpsons, Big Fish, Pulp Fiction, The Godfather, Natural Born Killers…

Insisto, linaje es destino; hijo de un relojero
este gran director supo ser puntual entre la introspección y el furor, el arte
y el espectáculo, entre lo europeo y lo americano, el cultivo del género y la
innovación, entre el uso de la violencia y el reflejo conciente de su época. Es
decir, sin Arthur Penn, sin su Bonnie and Clyde, el cine no sería lo que fue,
lo que es, lo que será.

Fuentes consultadas

Biskind, Peter. Easy Riders, Raging Bulls: How the Sex-Drugs-And Rock ‘N Roll Generation Saved Hollywood. Simon and Schuster, 1998.

“Arthur Penn: interviews”, editado por Paul Cronin y Michael Chaiken. University Press of Mississippi, 2008.

American Film Institute



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