Por Matías Mora Montero

Las palabras son extrañas, escribir es un acto de curaduría, dependiente de la elección adecuada y pulida de palabras que emanan sentimientos o pensamientos que brotan del interior; es complejo darles justicia al ponerlos en papel o computadora. En el caso de escribir sobre cine, cada película exige algo distinto ya que cada película, idealmente, despierta algo distinto, y ante ese rango de respuestas por parte del escritor, surge la necesidad de una curaduría particular por cada cinta reseñada. De vez en vez, el trabajo es insuficiente, la obra, por su escala, por su poder o por la razón que sea, causa que la mente del que escribe sobre cine se vuelva un caos, aquello que la película le transmitió supera cualquier texto que pueda idear, ha sido derrotado, pero no es una humillación, es una celebración, ya que el que escribe sobre cine, idealmente, es porque le gusta el cine, y si la película le ha dejado la imposibilidad de escribir puede ser porque la película le ha encantado y sorprendido a niveles que la palabra simple y sencillamente no puede describir. Este tipo de películas, titánicas, aterradoras en su habilidad de causar la más grande euforia, son verdaderamente raras, no son cualquier cosa y llegan una que otra vez cada cierto tiempo. En mi caso, me han llegado dos el mismo día, y teniendo toda esta introducción en cuenta, intentaré escribir sobre ellas.

Cerrar los ojos (Victor Erice)

Lo que más he disfrutado de esta edición de FICUNAM ha sido la retrospectiva a Erice, maestro que para mí está situado en el pedestal del mejor cineasta español y, quizás, iberoamericano. Con pocos largometrajes, cuatro en total, Erice ha formado un cuerpo de trabajo que, si bien es menor en cantidad a muchos autores, en su mérito y comprensión cinematográfica crea poesías envidiables alrededor de la familia, la historia, los lazos, el tiempo, la infancia, la creación y tantos temas más que hacen de su cine uno universal y sumamente empático. Es posible que, sobre todos los demás, su tema principal sea el propio cine. No soy la primera persona en recalcar esto, pero diré que con “Cerrar los jos”, su más reciente largometraje y su posible despedida al cine, Erice exhibe su cinefilia como vehículo hacia una sensibilidad muy específica del ser humano, aquella a la que denominamos como la memoria, recinto de recuerdos, de gustos, de momentos compartidos, de rostros y nombres. De entrada, aunque originalmente pensé en esto como conclusión, creo preferir de aquí partir, diré que la más reciente obra de Erice me da el sentir que el cine y la memoria son lo mismo, sinónimos y espejos que no sólo sirven para almacenar, sino para reflexionar y crear identidad. A la par, Erice no se queda en el sentimentalismo hacia el cine, aunque su cinefilia nunca había sido tan evidente (incluso considerando que su debút, “El Espíritu de la Colmena”, arranca gracias a “Frankenstein”, de James Whale), aquí se menciona de forma hilarante a Dreyer, se cuelgan carteles de Nicholas Ray, se canta la mítica “My riffle, my pony and me” de “Río Bravo” y el personaje que invita a la interpretación de la misma la menciona como “la canción de aquella peli”… Erice deja claro su conocimiento y amor por el cine, pero va un paso más allá, enuncia que el cine, así como la memoria, no lo es todo, sus posibilidades son finitas, la memoria es frágil, se daña, se escarza; el cine, la ventaja que tiene sobre la memoria, es que es un acto, desde sus inicios (que por cierto, el protagonista de “Cerrar los ojos”, Miguel Garay, en un punto de la película hojea y goza de un folioscopio de “La llegada del tren”, de los Lumiére), el cine es un acto de magia, de gran ilusión y de ciencia. Puede lograrlo dentro del mundo material, cosa que, la memoria, quizás no. Pero de nuevo, y ahora si elaborando, Erice va más allá, en un punto de “Cerrar los ojos”, un doctor sensible dialoga sobre el daño cerebral y afirma que la memoria no es todo lo que una persona es, que el sentir es igual de importante, ¿pero cómo identificar qué somos más allá de todo aquello, etiquetas y recuerdos, que vamos recogiendo alrededor de la vida?

“Cerrar los ojos” es la búsqueda por Julio Arenas, actor que desapareció en medio de un rodaje hace 20 años sin dejar rastro alguno, y dejando a Miguel, su director, sin película y sin mejor amigo. Sin arruinar la trama, la película dialoga con la vejez, Max, amigo y editor de Miguel, afirma que sólo hay una forma de saber envejecer “sin miedo ni esperanza”. Miguel pesca, escribe ocasionalmente, anhela y ahora, renace en él el deseo de encontrarse con Julio, ¿pero y si Julio no lo reconoce? Lo que Erice retrata entonces es una amistad tan pura que, personalmente, me fue imposible no llorar ante un canto que comparten ambos personajes, dando a saber que hay algo, muy en su interior, que los une, más allá de los recuerdos, de la memoria, de su historia con el cine, con la danza y las mujeres, hay algo oculto que todo lo une, algo innombrable. Algo que tan sólo se hace presente, y de la forma más breve posible, en la mirada. Así que Miguel empuja, su película inacabada se vuelve la búsqueda de milagros, a la par, se vuelve un espejismo de la realidad. Es impresionante que en una película llamada “Cerrar los ojos” es, en resumidas cuentas, el objetivo del personaje el obtener la mirada de alguien que hace una eternidad se les perdió. Yque  el objetivo del cineasta sea recordar. Ana Torrent, alguna vez de seis años y en el debút de Erice, cerraba los ojos y se identificaba “soy Ana, soy Ana”, más de 50 años han pasado, Torrent, actriz ya prolífica, regresa a trabajar con Erice y vuelve a cerrar los ojos mientras enuncia esas mismas palabras. El cineasta es aquel que regresa, filma tan sólo lo que ya pasó, lo proyecta en espera de milagros.

Esta es una verdadera obra maestra. Una que, ante la cuestión de si hay utilidad dentro del cine –o dentro de cualquier arte–, muestra esperanza.

Aggro Dr1ft (Harmony Korine)

En el mundo en el que vivimos, inmerso en contradicción, el concepto de amor y el de violencia no sólo coexisten sino que se complementan. El nuevo experimento de Korine, inmerso en empujes técnicos hacia una nueva estética que emana el propio infierno, tiene como su base una sinceridad sorprendentemente emotiva, tiene como centro al amor y a la lucha por mantener un sentido distorsionado de justicia, donde pueda prosperar un amor tan inmenso hacia los hijos, hacia la esposa, todo dentro de la crueldad del mundo, de aquel donde los cerdos mandan y los grandes demonios dominan los cielos, cosas hasta literales en la transgresora “Aggro Dr1ft”, pero no por ello son cosas alejadas a nuestra realidad. Esta alucinación de 80 minutos filmada en cámaras infrarrojas, influenciada por la estética y narrativa de un videojuego, cargada de música electrónica y onírica hace ya una experiencia sensorial y emocionante donde seguimos a Bo, asesino a sueldo y padre de familia que habita en un mundo donde la violencia reina, reconoce su papel de peón en un sistema de pocos beneficiados, tiene de acompañante a un demonio gigante que aterroriza los cielos y de encargo asesinar a otro demonio, uno cuya voz me llevó a los círculos más profundos del infierno, en donde me la pasé riendo ante sus diálogos, no sólo de este enemigo, pero en general la película es hilarante, en un punto Bo se encuentra con el propio Travis Scott, quien interpreta a Sion, aprendiz de Bo con lengua de serpiente a quien Bo le dice “Julio Cesár… es un libro” y Sion, admitiendo ignorancia ante la literatura, pregunta si Julio Cesár escribió la Biblia. Pero así como mueres de risa ante lo absurdo de sus situaciones y resoluciones, su sinceridad en diálogos concretos alrededor del amor, la sensualidad y el estado del mundo llevan a la inevitable conmoción emocional, eso es si, cachas, aceptas e interactuas con la rareza de su forma, de su experimentación, qué es lo que vas a ver te lo deja claro desde el primer segundo, la cosa es si te unes a su onda o no. Y es que aunque Korine la vende como una obra que imagina cómo será el ‘post-cine’, como se verá la imagen en movimiento una vez que el cine como hoy lo conocemos sea obsoleto, no sé que tanto lo que Korine presenta con la cinta sea la respuesta a estas cuestiones estéticas-cinematográficas, pero sí deja claro un sentimiento de vivir al filo del fin del mundo, y del fin de un lenguaje, ya que otro de sus recursos técnicos, uno que omití mencionar anteriormente a propósito, es un cargado uso de inteligencia artificial, es, quizás, la primer película que usa inteligencia artificial de forma tan casual, repentina y como parte en sí de su propuesta. Y es que sí, estas tecnologías predisponen peligros a la integridad de la imagen, cosa que le hace bien y que termina por quedar de forma hasta correcta en “Aggro Dr1ft”, pero pensar en el uso de esta misma tecnología en cualquier producción mayor me sigue causando rechazo y disgusto. Pero es que aquí Korine emplea la creación generativa de imágenes mediante I.A. como una herramienta más ante la búsqueda estética, no la base de esta, como otros proponen la I.A. sea usada en medios audiovisuales, entonces Korine logra usarla a su favor, creando texturas robóticas y cambiantes que, en su mayoría, implementa sobre los cuerpos (reales) de sus personajes, dando un tipo de ilusión que nada termina por ser real, incluso aquello que es más sincero se ve nutrido por artificios.

Esto es un pensamiento deprimente, da la idea, la aterradora idea, que no sólo es el cine que muere, pero el amor, pero las vidas, pero la integridad, es todo lo que muere. En ese sentido, la película de Korine es un testimonio alrededor de la muerte fenomenal, aunque promete tener los sentidos de un videojuego, al grado en que personajes se despiden diciendo “te veré en la siguiente vida”, la película acaba, de forma contundente, de forma épica. Como toda gran narrativa antigua que, para serlo, obtiene su respectiva conclusión. La película resulta ser una confrontación llena de atrevimiento, no es sólo un ejercicio, claro que “Aggro Dr1ft” es hija del cine de Stan Brakhage, del cine que rechazó lo convencional, que adoptó a la luz como un ser lleno de infinitas posibilidades, que llevó el color a horizontes nuevos, pero a la par, Korine sí imagina un futuro, tan lúgubre, tan violento, que la imagen debe ser violada, por la distorsión, por la inteligencia artificial, pero a la par, donde el amor sobrevive, ayuda a la mejora del ser y no teme explorar las partes sensuales, lo susurrado, aquello secreto entre dos almas, aquello hace que estas imágenes tengan una belleza, una que contagia al mundo real. Al salir de verla, junto a varios de mis mejores amigos, nos sentíamos simultáneamente en nuestro mundo y en otro, ese otro estuvo en su estado más visible y puro en la sala de “Aggro Dr1ft”, así que lo único que queríamos era regresar.

Al empezar mi día con “Cerrar los ojos”, sentí una esperanza renacida en el cine, al terminarlo con “Aggro Dr1ft” sentí haber presenciado la muerte del cine, mínimo del cine como lo conocemos. Estas contradicciones fueron algo muy bello de vivir.