Por Hugo Lara
pasado falleció John Hughes, para muchos, una figura representativa del cine
juvenil de los años ochenta. Para otros, un exitoso artesano como ha habido
muchos en Hollywood. A propósito de su fallecimiento en Nueva York, recuperamos
este texto publicado originalmente en 2005.
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La imagen de los
jóvenes ochenteros quedó oficialmente constituida en el verano de 1985. Esa
temporada es la cumbre del Brat Pack, gracias al estreno de El Club
de los Cinco (The Breakfast Club)y El primer año del resto de
nuestras vidas (St. Elmost Fire).
El Brat Pack es el apelativo que
un periodista le endosa entonces a una joven camada de actores que ha irrumpido
en el escenario de Hollywood con mucha fuerza y que pronto se convierten en la
estampa idílica de los adolescente norteamericanos. Entre la realeza de esta
generación están los protagonistas de The Breakfast Club: Anthony
Michael Hall, Judd Nelson, Ally Sheedy, Emilio Estevez y Molly
Ringwald. Y si estos últimos son los reyes del cuento, el Mago Merlín
tendría que ser necesariamente el director, productor y guionista John
Hughes.
Descubridor de ¿talentos?
Hughes tuvo un afortunado debut en la dirección en Se busca novio
(Sixteen Candles, 1984) entre otras razones porque ahí establece los códigos de
su comedia adolescente, su gran especialidad, y además porque descubre el
talento de los actores Anthony Michael Hall y Molly Ringwald,.
Para darse una idea de
este hallazgo, Stanley Kubrick mencionó alguna vez que la colaboración
entre Hall y John Hughes
era ‘la más prometedora desde James Stewart y Frank Capra”. A la distancia
está visto que fue una exageración.
Además de las cintas
ya citadas, Hall también actuó al servicio de Hughes en la
comedia Ciencia loca (Weird Science, 1985). En tanto, Ringwald terminaría
de edificar su prestigio como la ‘teenager american sweatheart’con The Breakfast Club y La chica
de rosa (Pretty in Pink, 1986), cinta en la que Hughes fue guionista.
Juventud, divino tesoro
Pero hacia finales de la década,
la inspiración de Hughes parece languidecer y su cine se encauza por fórmulas
más rutinarias como en Un experto en diversiones (Ferris Bueller’s Day Off, 1986), con Matthew Broderick, y Tío Buck al rescate
(Uncle Buck, 1989), con el gordo John Candy. Su oculta atracción por el melodrama por
fin sale a la luz en Papá a la fuerza (She’s Having a Baby 1988) y en La pequeña pícara (Curly
Sue, 1991), su último filme como realizador.
No deja de ser
curioso que Hughes sea un director de una sola época, pues dirigió ocho
películas entre 1984 y 1991. Ni una más. Pero Hughes supo tomarle el
pulso a la audiencia adolescente de los años ochenta, el sector de las clases
medias que manifestaba una ruptura con las generaciones que le precedían,
comprometidos con la militancia política y las transformaciones
revolucionarias.
En cambio, los
chicos de Hughes deciden apertrecharse en la búsqueda de las
satisfacciones personales, el éxito profesional y sexual. En contraste con los estudiantes
calenturientos de las comedias colegiales como Porky’s (1982), los
personajes de Hughes parecen atrapados en sus inseguridades e
indefiniciones. He aquí la raíz de la llamada Generación X.
En sus mejores
películas, Hughes nos muestra con transparencia a estos simples
adolescente que arden en sus hogueras cotidianas, que se enfrentan a dilemas
domésticos en la búsqueda de su identidad y de un futuro lleno de nubarrones.
Por cierto, un futuro que en la realidad los devoró a todos. Será por eso que
no ha vuelto a dirigir.