Por Déborah Farjí Núñez
  

Un cámper azul deteriorado, un viejo remolque y una carpa abren su entorno al documental de la guionista mexicana Nuria Ibáñez. La cuerda floja (Premio Miradas Nuevas de la 16ª edición del Festival Visions du Réel, Nyon, Suiza) incursiona en la vida itinerante de los cinco integrantes del Circo Aztlán en una gira por los alrededores del Estado de México. Dirigidos por Don Marce, su esposa Adriana, sus hijos Jacqueline y Mario, y su yerno Carmelo llevan a cabo la difícil tarea de presentar un espectáculo clásico que actualmente carece de toda atención mediática. Una radiografía a la voluntad de una familia consciente de su talento, técnica y tradición en medio de un panorama inundado de producciones modernas que mezclan el teatro, la danza, la música y los efectos especiales con las artes circenses.
  

En una pasiva observación a la intimidad del espacio vital, conversaciones cotidianas y anécdotas individuales, el documental ofrece fragmentos de la realidad de quienes encuentran el sentido de nacer, crecer y, eventualmente, morir en el circo.
  

Los hechos se aprecian a través de una cámara que intenta ser invisible, dejando en entredicho la espontaneidad de algunos de ellos. En ocasiones, los personajes se saben vistos y, aunque con mucha naturalidad reflexionan sobre su quehacer y la importancia del mismo, se siente forzada la inclusión de un aspecto primordial que altera el futuro familiar: Carmelo se plantea dejar el circo y su precariedad en vísperas de una vida más “normal”. He aquí la diferencia de enfoques entre quien, generación tras generación, reproduce el legado familiar y aquel que por azar entra en un mundo que no asume como propio.
  

Quizá lo más emblemático de esta cinta es la educación, sencillez, autoestima y determinación del jefe de familia y su esposa, valores que sabiamente han transmitido a sus hijos. A esto se suma el perfeccionamiento artístico en su disciplina, equiparable a la exigencia del Cirque du Soleil, al que incluso contemplarían unirse.
  

Ibáñez atrapa al espectador desde el primer minuto. No obstante, al quedarse al margen da por sentado lo que ella conoce, información que no traspasa la pantalla. Surge así el interés por entender más detalles, los antecedentes de la familia y sus objetivos. Inevitablemente uno se pregunta cómo logran sobrevivir y desplazarse de un pueblo a otro, mudar la carpa, el equipo, escenografía, utilería, gradas, taburetes, animales (pony, avestruz, chiva, perro) con tan pocos recursos.
  

Las carencias materiales y económicas parecen no incomodar a este clan de artistas. Apegándose a la lógica, sería impensable encontrar en la precariedad a 4 individuos que lúcidamente defienden la trascendencia de lo que hacen, no sólo dentro de un escenario sino a través de su propia existencia.