Foto: Ray Marmolejo. Cortesía Bestia Festival
Por Ali López
De “El gabinete del doctor Caligari” (Das Cabinet des Dr. Caligari, Robert Wiene-Alemania, 1920) se han escrito ya muchas cosas, pero lo importante es que, a pesar de esto, se seguirán escribiendo. Porque la película va más allá de su tiempo y su espacio, porque en sus fotogramas habita el arte cinematográfico, y porque aunque se haya dicho ya una y mil veces, es importante volver a repetirlo: “El gabinete del doctor Caligari” es una de las cintas más importantes y emblemáticas de la historia. El domingo pasado se proyectó en el Auditorio Nacional musicalizada con el órgano monumental a cargo de John Zorn, en el marco del festival Bestia, lo que resultó una experiencia inolvidable para sus miles de asistentes.
“El gabinete del doctor Caligari” es capaz de llenar un auditorio a casi 100 años de su primera aparición, y capaz de atrapar a aquellos espectadores que deciden posar sus ojos sobre ella. La película, a diferencia de muchas cintas de su época, no resulta parca ni obsoleta, por el contrario, el ritmo de su intriga es ágil, dinámico. Pues el planteamiento mismo de la trama, más la construcción inequívoca de personajes notorios, hacen que “Caligari” se desenvuelva más que como un sueño, como una fantasía; como la imaginación audaz de los anhelos diurnos.
Tenemos al recto y misterioso Cesare, (Conrad Veidt) alto, de facciones angulosas, vestido de negro, sonámbulo y confuso. Contrastante con los demás personajes, que aunque visten en tonos oscuros, caminan inclinados, son más finos y exageran sus gesticulaciones para denotar sus emociones. Mientras el primer zombie del cine se muestra calmo, reacio, sincero y mortuorio. Todo decidido en función de lo que “debe ser” de lo que el personaje significa, tanto para la trama, como para lo que fluye hacia afuera. El simbolismo cubista, surrealista y expresionista de una sociedad aletargada, dispuesta tanto a ser receptores de órdenes como a culpabilizar a los demás sobre sus males.
El doctor Caligari (Werner Krauss) con su performance exótico y efusivo, además de una indumentaria ataviada de elementos, representa a la doble cara de las autoridades, la de la bonanza y la de la rapiña; la imagen diurna de la burocracia que finge ser ciega, y la nocturna fase de la alevosía y la ventaja.
Sin embargo, lo importante, es que ni Cesare ni Caligari son en realidad los culpables de los males que azotan a la gente. Todo está en la mente de una persona que parece común y corriente, todo es el escapismo de una sociedad temerosa por ver su ciudad derruida.
De cuadros oscuros y solitarios, donde vemos personajes convertidos en sombras y espacios cerrados y asfixiantes, pasamos a la iluminación, con una secuencia llena de gente, de luz y de verdad; aunque está verdad no sea la más propicia. Así descubrimos que la película es una farsa, un juego onírico, un delirio estrepitoso de quien no entiende en donde está situado. Pero siempre hay alguien, alguien que logra abstraerse y observa lo que sucede, que al ver los problemas los comprende, y además, sabe cómo hacerles frente. Caligari sabe cómo solucionar su problema, sin embargo, no nos lo dice, espera que seamos tan inteligentes como él, que hayamos visto lo mismo.
Es cierto que una de las características más importantes del film es su estética, la construcción expresionista de decorados angulosos y contrastantes, de luces y sombras dibujadas con figuras geométricas sinuosas y asfixiantes. Podemos ver que cada uno de los espacios del cuadro, así como cada una de las tomas, están construidas centímetro a centímetro para un fin único, el de comunicar. “El gabinete del dr. Caligari” es una obra de arte, en toda la expresión de la palabra. Pues transmite la aprensión, lo mismo que el miedo, la locura lo mismo que la iluminación. Porque contrario a lo que se cree, la película no es una película en blanco y negro, utiliza la coloración del celuloide, en tonos sepia y azules, para acentuar la ambientación de sus escenificaciones. Sepia no es sólo día, y azul noche, son estados de ánimo, tanto de los personajes como de la situación.
Y aunque con el pasar de los años el cine de terror pasó a ser un género vilipendiado, en esta película alemana habita tanto como la expresión artística. Claro que es un terror pasado de moda, pero no por eso incapaz de causar aprehensión. Uno de los grandes aciertos de la trama de este clásico, y que lo ha hecho seguir vivo por tantos años, es ese dialogo dialectico que tiene con la vida y con la muerte, con lo real y lo falso. ¿Cómo saber que uno está vivo, qué lo que uno ve es cierto? ¿Será todo producto de nuestro cerebro, o en realidad podemos aseverarnos que todos percibimos lo mismo? “Caligari” juega con estos enunciados lógicos que tantas confusiones, teorías y cuestiones filosóficas han planteado. Y “Caligari” sigue funcionando por que la humanidad se sigue asombrando ante el poder onírico de la mente, del cine, y de las propias alucinaciones. La locura es parte de la cordura, tanto como el cine lo es de la vida; lo irreal de la película no es más que la materialización real de lo verdaderamente imaginario, la vanguardia artística en su máxima expresión.
Musicalizada o no, es más, con o sin música, restaurada o gastada, en un auditorio perfecto o en un cineclub de piojito, “El gabinete del doctor Caligari” será siempre única, será siempre capaz de asombrar a quien se atreva, y arrojará siempre temas, discusiones y charlas. Así es como se trasciende, como se habita más allá de la vida y la muerte, de lo real y lo real, de lo tangible o lo metafísico. Así es como el cine puede ser algo más que luz sobre tela.