Por Eduardo de la Vega Alfaro
Apenas ocho años después de la llegada del cinematógrafo Lumiére a la Ciudad de México y aún estando muy lejos de poder contar con una estructura industrial sólida, la incipiente cinematografía nacional ya se planteaba la necesidad de representar algunos de los más importantes aspectos de la gesta de Independencia iniciada en septiembre de 1910 en la extensa región del Bajío.
Según los datos compilados por el historiador Aurelio de los Reyes, se sabe que en septiembre de 1904 el pionero Carlos Mongrand, de origen francés, exhibió en Aguascalientes y San Luis Potosí una serie de “hermosos cuadros sobre episodios nacionales” dedicados, respectivamente, a Cuauhtémoc, Hernán Cortés, Miguel Hidalgo, José María Morelos y Benito Juárez [1]. Dichos cuadros habían sido tomados por el mismo Mongrand y es de suponer que los referidos a Hidalgo y Morelos exaltaban los proezas de ambos personajes como los principales héroes de la lucha por la Independencia.
Las películas de Mongrand, que probablemente fueron de muy corta duración, parecen haber hecho eco al proyecto del gobierno porfirista consistente en ir preparando, con mucha antelación, los festejos del Centenario de la Independencia de México. Casi al mismo tiempo, otros pioneros, Salvador Toscano y Román J. Barreiro, tomaban y exhibían el corto Fiestas del 16 de septiembre en Tehuacán o El 16 de septiembre en Tehuacán, dando origen a la serie de testimonios documentales que, al retratar y difundir ese tipo de conmemoraciones, también hacían eco al mencionado proyecto porfirista.
Producida a partir de agosto de 1907 por The American Amusement Co., Lillo, García y Cía, y realizada y protagonizada por Felipe de Jesús Haro, El Grito de Dolores o sea la Independencia de México ofrecía, a través de siete “cuadros” (Denuncia de la conspiración, El aviso de la Corregidora, En camino a Dolores, ¡Somos perdidos!, El Grito, En marcha y Apoteosis), una primitiva y muy teatral exaltación fílmica de la génesis del movimiento independentista encabezado por Hidalgo, Allende, Aldama y los Corregidores de Querétaro. También imbuida por el ímpetu de las cada vez más cercanas celebraciones del Centenario organizadas con bombo y platillo por la dictadura porfirista, esta película de mediometraje parece haberse inspirado en El Grito de Dolores, conocida obra teatral de Juan Manuel Losada, poeta cubano residente en México, que había sido puesta en escena por vez primera el 20 de enero de 1850 y que, al decir de Vicente Quirarte, era “una compilación de versos patrióticos unida por un hilo argumental”. [2]
Nuestra hipótesis no resulta demasiado descabellada toda vez que Felipe de Jesús Haro era un hombre de teatro formado al lado de la eximia Doña Virginia Fábregas y, una vez separado de la compañía de dicha productora y actriz, hecho que ocurrió hacía principios del siglo XX, se había especializado en difundir obras para público infantil a través de su “Teatro de las Mil y Una Noches”, un local estratégicamente ubicado frente a la Alameda Central de la capital del país. [3]
Al parecer, Haro comenzó a obtener más éxito al combinar obras teatrales para niños con la exhibición de películas “instructivas y educativas”, y ello lo motivó a incursionar en el medio fílmico apoyado por Luis Lillo, próspero empresario del sector de la distribución, quien seguramente lo surtía de materiales cinematográficos. El “argumento literario” de la película realizada por Haro se conserva en el Archivo de la Dirección General de Derechos de Autor (expediente 4080/4083) y constituye un invaluable documento que entre otras cosas permite darnos una idea del contenido de esa obra pionera. Y en su afán de que lo filmado “resultara lo más semejante posible á la verdad histórica”, esto según una gacetilla publicitaria insertada en el diario El Popular el 12 de septiembre de 1907, fecha previa al estreno de la cinta en el Salón Montecarlo, el rodaje se llevó a cabo en locaciones de Dolores Hidalgo y San Miguel Allende, Guanajuato, para lo cal se contó, además, con un buen número de “extras” en las escenas de carácter épico.
De una manera que podría calificarse como “milagrosa”, algunos de los fragmentos de El grito de Dolores o sea la Independencia de México, cinta que debió haber tenido alrededor de 30 minutos de duración, han llegado a nuestros días formando parte de Memorias de un mexicano (1950), el famoso documental de montaje realizado por Carmen Toscano en base a los materiales reunidos y conservados por su padre, el ya mencionado Salvador Toscano, sin duda uno de los más importantes pioneros del cine nacional, a quien también cabe el mérito de haber dedicado buena parte de su vida a la preservación de una parte de los filmes hechos en nuestro país durante las dos primeras décadas del siglo pasado.
Los testimonios bibliohemerográficos acerca de esta película dan fe de su buen éxito en taquilla y los momentos preservados permiten suponer que con ella se sentaron las bases de una estética que tendió a ver a los héroes y figuras de la Independencia como una especie de rígidas estatuas, muy acorde con las nociones de la llamada “Historia de bronce”. Dichos momentos, que en la cinta montada por Carmen Toscano alcanzan una duración de poco más de tres minutos, corresponden a la segunda parte del cuadro El grito y la primera del cuadro titulado En marcha; en esas imágenes se puede apreciar a Hidalgo y Allende arengando al pueblo de Dolores para unirse a la lucha; después, entre los vítores de la gente reunida en torno a los líderes, el “Padre de la Patria” toma un estandarte con la imagen de la Virgen de Guadalupe, monta en un caballo blanco, corre en su corcel por las calles del pueblo y comienza a ascender un monte seguido de sus huestes con rumbo a San Miguel el Grande.
En una nota anónima aparecida en el diario El Imparcial el 20 de septiembre de 1908, un cronista anónimo cuestionó a la película de Haro por sus anacronismos, uno de los cuales consistía en mostrar al líder independentista portando el estandarte al momento de proferir el grito. Ese tipo de imprecisiones históricas ya habían sido de uso común en la dramaturgia mexicana decimonónica; sin embargo, y basados en el guión, podemos apreciar ciertas correspondencias entre la cinta de Haro y la mencionada obra teatral de Juan Manuel Losada, como el hecho de ambas den prioridad dramática a la salvaguarda del secreto de insurrección, mismo que al ser descubierto motiva a apresurar e improvisar el levantamiento armado.
Años después de que la película de Haro hiciera su recorrido por las pantallas del país, el cronista fílmico Rafael Bermúdez Zataraín, recordaría que El grito de Dolores “[…] fue también una de las primeras películas ‘habladas’ que vimos en México. Era costumbre que, en determinados cines, se escucharan voces humanas, que intentaban traducir los gestos y los movimientos de boca de los artistas, y por ello fue que una película de tal clase no puede borrarse tan fácilmente de la memoria de todos aquellos que la vimos con esa curiosidad que implica lo nuevo”.
La obra cinematográfica de Haro fue, entonces, y a su muy primitiva manera, uno de los precedentes más remotos del cine mexicano con sonido integrado a la imagen. Tal como apunta Ángel Miquel, “Lo más probable es que el ciclo de exhibiciones de El grito de Dolores no se interrumpiera (por las críticas de que fue objeto al momento de su exhibición) [4] , sino debido a la competencia, a partir de septiembre de 1910, de los documentales hechos con motivo de las Fiestas del Centenario. Éstos aludían a la historia a través de tomas de monumentos dedicados a los héroes y de objetos simbólicos como la pila bautismal de Hidalgo o la campana de la Independencia. Tenían una atractiva diversidad temática que incluía inauguraciones, retratos de grupos, coreografías y desfiles, pues las películas en blanco y negro se alternaban en las funciones, con trasparencias coloreadas. Los documentales de esas fiestas, filmados por Salvador Toscano, los hermanos Alva y otros cineastas, fueron las primeras producciones mexicanas que no tuvieron necesidad de otras cintas para completar los programas”. [5]
Algunas de las cintas mencionadas por Miquel fueron: Fiestas del centenario de la Independencia, de los hermanos Alva; Fiestas del centenario de la Independencia, de Salvador Toscano y Antonio F. Ocañas, y Fiestas del centenario en México, patrocinada por la empresa Desfassiaux. [6]
Concluida la fase armada de la Revolución Mexicana y en un primer intento serio por sentar las bases de una industria fílmica nacional y aún local, hacia principios de 1916 los pioneros yucatecos Carlos Martínez de Arredondo y Castro (1888-1944) y Manuel Cirerol Sansores (1890-1966), integrantes de algunas de las familias más ricas y poderosas de aquella región, emprendieron la realización de 1810 o ¡Los libertadores!, nueva exaltación de la epopeya independentista iniciada en la zona del Bajío. Al parecer, fue este el primer largometraje de argumento filmado en México, lo cual no deja de ser sintomático sobre las aspiraciones de fundar la estructura industrial con el episodio que, cuando menos desde una perspectiva historiográfica, afín a al ideología liberal, marca el inicio formal de México como nación.
Para el muy importante caso que representa esta película, no hay más opción que seguir las investigaciones emprendidas por el pintor e historiador Gabriel Ramírez Aznar, quien en su libro El cine yucateco (Fondo Editorial del Ayuntamiento de Mérida, 2da. Edición, Mérida, Yucatán, 2006, pp. 35-45) recoge suficiente información al respecto. A partir de ello podemos decir que la experiencia en torno a la realización de 1810 o ¡Los libertadores! tuvo como precedentes la elaboración de otras dos películas históricas realizadas por Martínez de Arredondo y Cirerol Sansores: los cortos Tiempos mayas y La voz de su raza, ambos filmados alrededor de 1914.
Luego de hacer dichas cintas, y estimulados y apoyados por el general Salvador Alvarado, a la sazón dirigente político y militar de Yucatán, quien sabía de la importancia propagandística del cine, ambos pineros se dieron a la tarea de llevar a cabo 1810 o ¡Los libertadores!, una obra más ambiciosa que las anteriores, para lo cual se basaron en un argumento escrito por el dramaturgo Arturo Peón Cisneros. La cinta costó 50 mil pesos (cifra exorbitante para su época) y fue filmada en las haciendas de Tixcacal y Opichén; Alvarado puso a disposición de la producción del filme alrededor de 400 elementos de su tropa para que, con dirección militar del general Rafael Moreno, se pudieran representar en pantalla secuencias épicas como la toma de la Alhóndiga de Granaditas. Se construyeron escenarios que copiaban las fachadas de la misma Alhóndiga y de la iglesia de Dolores; asimismo, se utilizó armamento proveniente de un museo local y “fueron confeccionados 300 uniformes de soldados españoles”. Sin lugar a dudas, la cinta representó un esfuerzo descomunal si se toman en cuanta las condiciones con que se hacía cine en el México de entonces.
Tras sortear algunas vicisitudes y varios problemas de rodaje, 1810 o ¡Los libertadores!, que alcanzó una longitud aproximada de 10, 000 pies, se estrenó el jueves 27 de julio de 1916 en el Teatro Peón Contreras en presencia del General Salvador Alvarado; según fuentes hemerográficas de la época, aquella primera presentación estuvo acompañada de una “Gran orquesta” dirigida por el maestro Amílcar Cetina G. La película tuvo un exitoso recorrido en diversos salones de Yucatán y Campeche e incluso logró ser estrenada en el Teatro Hidalgo de la capital del país, ello durante las “Fiestas patrias” del mismo año de 1916. Dividida en 6 partes o episodios (otras fuentes señalaron que fueron 8), 1810 o ¡Los libertadores! fue interpretada por Alfredo Varela (Miguel Hidalgo y Costilla), Vicenta García Rey (Josefa Ortiz de Domínguez), Felipe Max Silva (Corregidor Miguel Domínguez), José Pacheco (Ignacio Allende), Virgilio Torres (Ignacio Aldama), Felipe Bravo (El Pípila), José Viñas (Intendente Riaño), Carmen Beltrán (“Madre Patria”), Armando Camejo (Nicolás) y Elena Vasallo de Bravo (Carmen), entre otros.
Como parte de los afanes comerciales por parte de los productores, a la representación de algunos hechos históricos se agregó una típica historia de amor entre “Carmen” y “Nicolás”, pareja de rancheros acomodados, cuyo romance es enturbiado por un torvo intendente español que pretende a la joven. Según testimonios periodísticos, la cinta concluía de la siguiente manera: “Después de la gloriosa toma de Granaditas, los libertadores de la Patria lo son también de Carmen y Nicolás, símbolos del pueblo mexicano que son devueltos a la Madre Patria ya con las cadenas de la esclavitud rotas para siempre. La Nueva España conviértese en una nación libre e independiente”.
Muchos años después de que su obra se exhibiera, Martínez de Arredondo recordaría que: “[…] En aquel tiempo, sólo conocíase el cine mudo. Nosotros quisimos hacer algo más que la presentación común, y se le adaptó a la película una música especial, con la colaboración del maestro Fausto Pinelo, y en el foro preparamos lo necesario para imitar los ruidos. Al salir en la pantalla el reloj que marcaba las once de la noche, un murmullo de aprobación en la sala del teatro coincidió con las once campanadas que dejaron oírse. La venerable figura del Padre de la Patria, llamando al pueblo a luchar por su independencia, fue acogida con un grito de hondísima emoción: ¡Viva el cura Hidalgo!, seguido de nutridos aplausos. Después, cuando Hidalgo, empuñando el estandarte de la Virgen de Guadalupe, atacó la Alhóndiga de Granaditas, los toques de clarín que ordenaban el asalto, el tronar de los cañones, el estallido de la fusilería, llevaron al deliro el entusiasmo del público, que daba voces, enardecido, como si estuviera realmente en el campo de lucha. Al final, la orquesta tocó nuestro himno, acompañado por las dianas de cornetas y tambores, para saludar la bandera nacional, que ondeó en pantalla con sus vivos colores verde, blanco y rojo, iluminados a mano. Yo allí, junto a la caseta, experimentaba una de mis más grandes emociones […]”.
Atenidos a ese testimonio, podemos decir que, también a su manera, 1810 o ¡Los libertadores! fue otra de las obras precursoras del cine mexicano con sonido integrado a la imagen y a color. Pero, ante todo, la cinta de Martínez de Arredondo parece haber basado su éxito en la explotación del sentimiento nacionalista que se desarrolló en el peculiar contexto de la primera etapa del gobierno encabezado por los militares carrancistas (representados en Yucatán por Salvador Alvarado), quienes, luego de resultar triunfantes en la fase más cruenta y terrible de la Revolución Mexicana, comenzaron a proclamar la necesidad de restaurar la paz y fincar la “Reconstrucción Nacional” lo antes posible. Según el discurso de quienes detentaban el poder, los desastres provocados a lo largo y ancho del territorio mexicano por la intensa lucha de facciones reclamaban la unidad de todos los sectores sociales en torno un nuevo proyecto político, y nada mejor que la evocación de la gesta independentista para contribuir con ese propósito.
Concedamos de nuevo la palabra a Ángel Miquel, quien apunta que: “[…] Las siguientes producciones que aludieron a la Independencia fueron los documentales de las fiestas hechas en 1921 por el gobierno de Álvaro Obregón para conmemorar el centenario de la consumación. Éstos retrataron los principales acontecimientos de las celebraciones casi de la misma manera que los de once años antes – y al menos uno de los cineastas, Salvador Toscano, filmó las dos fiestas. Sin embargo, no fueron tan exitosos como sus predecesores, porque los festejos mismos fueron menos espectaculares, porque las exhibiciones ya no tuvieron el atractivo de las trasparencias en color y porque a principios de los años veinte el cine documental había sido desplazado por completo de la cartelera por las películas de Hollywood […]”. [7]
Gracias a diversas fuentes hemerográficas se conocen los títulos de algunos de esos trabajos fílmicos: 1921 o Aniversario de la Conmemoración de la Independencia, de realizador ignoto; Las fiestas del Centenario, de Salvador Toscano; Las grandes fiestas del Centenario, producida por Ediciones Camus; Los grandes y solemnes festejos del Centenario, financiada por la Internacional Pictures Co. (que pese a su título no era, según parece, una empresa extranjera), y Fiestas del Primer Centenario de la Independencia, que fue fotografiada por don Jesús H. Abitia probablemente con patrocinio del gobierno de Álvaro Obregón.
Porfirio Díaz en las Fiestas del Centenario de la Independencia.
El filme de Toscano fue exhibido en el Teatro Preciado el 3 de noviembre de 1921 y entre otros aspectos de los festejos incluyó escenas de “La jura de la bandera por cincuenta mil niños formados desde Palacio [Nacional] hasta Chapultepec” entonando el Himno Nacional; “El presidente de la República ante las cenizas de los héroes en Catedral”, “La noche mexicana en Chapultepec” y “La bandera de las tres garantías presentada al pueblo y al ejército”.
Está claro que por ese tipo de contenidos, los documentales que registraron las fiestas de la consumación de la Independencia hicieron eco a la retórica oficial del gobierno en turno, que insistía en la necesidad de que país se mantuviera en paz para poder alcanzar plena libertad en todos los órdenes de la vida cotidiana. Además, todo indica que en esas películas se acentuó el discurso “mexicanista” que habría de prevalecer en el arte nacional a lo largo de la década de los veinte, luego del impulso que le fue otorgado por José Vasconcelos durante su gestión como Secretario de Educación Pública del régimen obregonista.