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La actriz estadounidense Lauren Bacall, ganadora de un Oscar honorífico en 2009, murió el pasado martes, a los 89 años de edad, de un derrame cerebral. Mito de la elegancia y del poder femenino en Hollywood, casada con Humphrey Bogart y después con el también actor Jason Robards, la actriz estadounidense murió en su domicilio de Nueva York, la misma ciudad que la vio nacer, un día después de que lo hiciera otro grande de la pantalla, Robin Williams. Su vida estuvo marcada por la sombra de “Bogie”, pero ello no evitó que su talento e inteligencia le hicieran brillar con luz propia.
Nació como Betty Joan Perske el 16 de septiembre de 1924 en Nueva York y, a pesar de su proverbial e insinuante elegancia, “Betty” nació en el seno de una de familia de clase media; sus padres (vendedor y secretaria) se divorciaron cuando ella contaba sólo cinco años. Por esas fechas ya quería ser bailarina y más tarde también, cuando iba al colegio, seguía con la misma idea. Pero después se enamoró de tal modo de la interpretación que no ahorró esfuerzos para destacar en ese campo. Estudió primero en la Academia Americana de Arte Dramático de Nueva York y luego en un Instituto que le capacitó para hacer sus primeros pinitos en los montajes del “off Broadway”.
Con diecisiete años se empleó de acomodadora (cualquier cosa, con tal de estar en el teatro) conoció entonces a Gregory Peck, que estaba empezando en Broadway y esa amistad perduró hasta la muerte del actor. Terminados los estudios y dada su espléndida figura, ejerció Lauren de modelo y hasta fue portada en una de las revistas más populares de Estados Unidos, la prestigiosa Harper’s Bazaar. Y fue precisamente la esposa de Howard Hawks, que vio allí sus fotos, la que le pidió a su marido que le hiciera una prueba. El resultado no fue ni fulminante, ni del todo positivo. Hawks la mandó a paseo por tener la voz demasiado atiplada y nasal. Pero ella, tozuda por naturaleza, no se dio por vencida y se pasó dos semanas recibiendo clases y haciendo ejercicios para cambiar el tono y la colocación de la voz; de tal manera que cuando volvió hizo derroche de ese tono ronco y profundo que le caracterizó y le hizo tan peculiar… le dieron el papel de Marie Browning, “la flaca” en el thriller “Tener o no tener / To Have and Have Not” (1944) y cobraba 125 dólares a la semana, un sueldo más que discreto para cualquiera.
Consiguió además enamorar al protagonista del film de Hawks, veinticinco años mayor que ella, pero, eso sí, un consagrado Humphrey Bogart .
Lauren poseía en ese momento toda la belleza de sus diecinueve años, además de un distinguido porte. Y en ese debut que mencionamos desplegó además de todas las posibilidades de su nueva voz , las de una mirada más que atractiva, aviesa (la llamaron precisamente “the look”, la mirada) y desplegó también las cualidades de su apabullante presencia, la que trasmitía a través de la pantalla. No era “sólo un cuerpo”, sino mucho más. Proyectaba otro canon, otro modelo de mujer: elegante, desde luego, distinguida…, pero inteligente, abierta, descarada si era preciso, y con los pies bien pegados a la tierra. Resultado: que su primera aparición no sólo catapultó su meteórica carrera, sino que consiguió además enamorar al protagonista del film de Hawks, veinticinco años mayor que ella, pero, eso sí, un consagrado Humphrey Bogart .
Se casaron al año siguiente (el 21 de mayo de 1945) y tuvieron dos hijos: un chico, Steve –por el personaje que encarna Bogart en “Tener y no tener”-, y una chica, Leslie –por el actor Leslie Howard, que ayudó a Bogart en los inicios de su carrera-, y vivieron una de las más emblemáticas y rentables historias de amor de Hollywood. De forma que “Tener o no tener” fue sólo el primero de los títulos que la pareja protagonizó; luego llegó otro, con Howard Hawks de nuevo, la inmensa “El sueño eterno / El gran sueño / The Big Sleep” (1946) la más interesante de todas las que hicieron juntos.
Mientras Bogart rodaba una detrás de otra, ella sólo hacía una al año, eso sí: cada cual más esperada por el público que la anterior; en 1947 protagoniza otra intriga, “La senda tenebrosa / Dark Passage” y en 1948 otra más: “Cayo Largo / Key Largo”. Quedaba demostrado que era la nueva reina del cine negro, que la atmósfera criminal le iba como anillo al dedo. Mucho más que cualquier historia previsible. Pero eso no era del todo exacto ya que pronto demostraría su personal toque para la broma y la sonrisa. En 1950 es importante anotar un drama romántico del siglo XIX, “El rey del tabaco / Semillas de venganza / Bright Leaf” porque trabaja sin su marido, junto a Gary Cooper.
Va cambiando paulatinamente de registro hasta intervenir en 1953 en una comedia, dirigida por Jean Negulesco, “Cómo casarse con un millonario / Cómo pescar a un millonario / How to Marry a Millionaire” compartiendo cartel con Marilyn Monroe y Betty Grable, un rutilante éxito que le confirma como estrella indiscutible del género. Justo después de filmar otra comedia romántica “Mi desconfiada esposa / Designing Woman”, con Gregory Peck, a las órdenes de Vincente Minnelli, y cuando disfruta ya de su personal e intransferible éxito, muere el 14 de enero de 1957 Humphrey Bogart de un cáncer de garganta. Apenas doce años de matrimonio le marcaron para siempre.
Mientras estuvo viva y haciendo vida social, nunca dejaron de preguntarle por Bogart. Y ella tampoco tenía mayor inconveniente en seguir respondiendo al respecto: “¿Qué si era un duro Bogey?, en una palabra: no. Era francamente tierno”. Y con ternura recuerda también las palabras de su hijo mayor, Steve, que le dijo un día: “Mamá, no recuerdo haberte visto jamás con un delantal puesto”. Y ella le dijo: “…es verdad, tienes toda la razón, cariño, jamás…esa era entonces la idea de cómo debía ser una madre”. La pareja tuvo dos hijos, un niño llamado Stephen Humphrey (nacido en 1949) y una niña de nombre Leslie (1952).
Muere, pues, Bogey pero ella no deja de vivir, ni de rodar; y tal vez se apresta demasiado pronto a las dos cosas; para más señas: muy poco después de enviudar anuncia a la prensa, a bombo y platillo, su compromiso con Frank Sinatra, aunque repentinamente él se echa atrás y de lo dicho, nada de nada. Y en el terreno profesional, también pocos meses después repite con Jean Negulesco en “Sombra enamorada / The Gift of Love” (1958) un oportuno (¿y oportunista?) drama que juega con el fallecimiento de la persona amada pero que se traduce en un fracaso y una auténtica decepción para ella y para la productora; Bacall (que tomó su nombre artístico del apellido de soltera de su madre, añadiéndole una “l”) vuelve entonces a Nueva York, aparece en varias obras de teatro en Broadway, y –allí, sí- la crítica le brinda enormes elogios. La encumbra.
Descubrió entonces que realmente disfrutaba actuando en vivo y en directo para el público y que éste a su vez percibía (y agradecía) esa conexión recíproca. En 1961 se casa con el actor Jason Robards, en una fecha tan festiva para los estadounidenses como es el 4 de julio (se divorciarán en 1969) con él tiene Lauren su tercer hijo, Sam, también actor y ahijado de Katharine Hepburn. Por esa época sigue en el teatro de Nueva York, pasa cinco años sin aparecer en la gran pantalla hasta que en 1964 rueda dos películas, una detrás de otra, pero ninguna como protagonista: “Shock treatment” y “La pícara soltera / El sexo y la joven soltera / Sex and the Single Girl” (la soltera en cuestión no era Bacall, sino Natalie Wood). Encabeza, en cambio, el cartel de “Harper, investigador privado / Harper” (1966) al lado de Paul Newman. Pero las tablas le tiran y durante toda una década alterna cine y teatro, hasta que con “Asesinato en el Orient Express / Murder on the Orient Express” (1974) regresa, estelar, de la mano de Sydney Lumet, aunque esta “rentrée” no impidió que Ingrid Bergman se hiciera con su tercer Oscar por esta misma película. Se quedó, pues la bella Lauren sin premio. Pero ostentó, en cambio, otro honor ciertamente singular: el de rodar por segunda vez, dos años después, con John Wayne su última (y premonitoria) película, “El último pistolero / Gatillero / The Shootist”. Wayne moriría de cáncer en 1979, el mismo año en que publicaba Bacall sus memorias, tituladas “Por mí misma”.
Desde el título, esas memorias estaban haciendo ya referencia a Lauren Bacall y nada más: referencia a ella, sus valores propios, su vida y su carrera, independientemente de la larga (y a veces agotadora) sombra de su hiperfamoso marido, Bogart. Y ese era el tema: que, -quiera, o no-, las circunstancias (los compañeros, los periodistas, los admiradores…) le obligaron indefectiblemente a echar la vista atrás y a vivir en la nostalgia, incluso a su pesar. No le fue fácil, al parecer, ser ella misma. Y hasta confiesa parte de su culpa, achacándola a su propia voluntad en frases como esta: “Siempre antepuse mis dos matrimonios a mi carrera y desde luego que ésta se resintió. Pero no lo lamento. Hay que optar: si quieres un buen matrimonio tienes que empeñarte en ello; si quieres ser independiente, hazlo; pero las dos cosas a la vez, no; no se puede tener todo”. Y, lo dicho: Lauren miraba al pasado sin ira…pero con cierto toque agridulce que se le escapaba a través de algunos comentarios: “Vivimos una época de mediocridad; hoy las estrellas no tienen la talla de un Bogart, un Spencer Tracy, James Stewart, James Cagney, Henry Fonda…”.
Pero siguió adelante en su carrera cinematográfica, y en 1981 protagoniza “El admirador / The fan”, un atractivo psicodrama en torno a una actriz acosada por un admirador enfebrecido que cosecha un éxito rotundo; ella no obstante vuelve otra vez al teatro. Y esta vez el paréntesis será de siete años, hasta que en 1988, aparece en “Mr. North”, luego en “Misery” (1990), después en “Prêt à porter”, o “El amor tiene dos caras / El espejo tiene dos caras / The Mirror Has Two Faces”(1996) por la que recibió su única candidatura al Oscar, a la Mejor Actriz Secundaria; pero se lo llevó Juliette Binoche, por “El paciente inglés / The English Patient”.
A pesar de todo, Bacall ya no abandona los platós, trabaja también para televisión, viaja a España para rodar “El celo / Presence of Mind” (1999), de Antoni Aloy… y entra en la década del 2000 como colaboradora de lujo, entre otros, del danés Lars von Trier, con quien rueda “Dogville” (2003) y “Manderlay” (2005).
En noviembre de 2009, la Academia de Hollywood le dedicó un Oscar de honor. Anjelica Huston fue la encargada de entregárselo. En plena forma, la también octogenaria estrella, que rechazó ayuda para subir las escaleras al escenario, recordó a quien definió como “el gran amor de mi vida”, Humphrey Bogart, y otros de sus coprotagonistas en la época dorada de Hollywood, como Kirk Douglas, Gregory Peck o Henry Fonda. El único vivo y presente en la sala, Douglas, aseguró haber conservado con ella una amistad de 6 décadas, a pesar de que en una ocasión “intenté seducirla sin conseguirlo”.
La jubilación no estuvo en sus planes. Su último trabajo en cine, “The Forger”, data de hace dos años. “Siempre he trabajado, todavía sigo trabajando y seguiré mientras mi salud aguante. No pienso parar. No quiero”, había dicho. Su muerte cierra un episodio de la historia del cine inmortalizado en blanco y negro.