(A Annel Espinosa Delgado, por supuesto
A Annie, perdón)
Por J. J. Flores Hernández
UNO
A Lautaro su madre, Carolina López, no le permitiría leer “2666” si no hasta una edad suficiente. La edad, es posible, determina la capacidad para enfrentarse a una imagen. O no, ya no, ni nunca. La precaución de Carolina tenía que ver con el horror que le producían ciertas imágenes que Roberto, el padre, había escrito en aquella novela. Novela mamut, novela río La prohibición no siempre es un capricho. La prohibición hace discurso. Publicada como libro póstumo en 2003, hay una hipótesis que lee en “2666” una profecía. El año dos mil del título en referencia al nuevo siglo y el seis seis seis porque tal inicio, y el siglo por venir, auguran algo infernal. Según Jorge Volpi el siglo veinte se acabó con la caída del muro de Berlín. Según Roberto Bolaño el siglo veintiuno comienza con los feminicidios en Ciudad Juárez y tras un inicio así lo demás no podía ser menos trágico, ni tampoco menos devastador. Las pequeñas historias recientes, nacionales e internacionales, se encargan de confirmarlo. Profecía en vigor. 2666 surge como extensión de un pasmo: la lectura del libro, entonces inédito, Huesos en el desierto de Sergio González Rodríguez (personaje también en el libro de Bolaño) y al mismo tiempo se ciñe a otra prohibición: los límites de la literatura, de la ficción y de la realidad. A todo eso, Bolaño le hizo un gesto: no se trata de un más allá de la realidad, sino de un también acá. La realidad es eso que sucede en todas partes pero que se reproduce en escala mínima: en un cuerpo y su negación, en un cuerpo y su tratamiento. Para decirlo todo: “Las elegidas” (2015) de David Pablos bien podría ser la sexta parte de “2666” de Bolaño o una quinta bis o un complemento. Con cautela.
“Las Elegidas” fue una historia contada a Jorge Volpi quien hizo una novela en verso y propició dos obras más: el filme de David Pablos y una ópera. El guión para el filme inició escribiéndose a cuatro manos y terminó por ser de un par, las de Pablos. La ópera es un libreto de Volpi y tuvo dos representaciones en Ciudad de México en mayo del año pasado. La ópera se llama “Cuarto corridos” el filme conserva el título inicial. “Las Elegidas” de Jorge Volpi no son “Las Elegidas” de David Pablos. La primera, la del escritor, incluye un modo de pensar el horror ligado a un linaje. Abarca varias décadas: surgimiento, auge, ocaso y fin. La segunda, la del cineasta, conjuga únicamente el horror de la captura y la cárcel y propone al amor como un error. La de Volpi se emparenta más al Ibargüengoitia de “Las muertas” (1977). La de Pablos a Bolaño. Exageremos un poco más. Volpi tiene más relación con Puzo en “The Godfather” (1969) y Saviano en “Gomorra” (2006). Pablos se relaciona más con Roberto y Bolaño. La relación con “el último escritor latinoamericano” viene reiterada por la realidad: el próximo proyecto de David Pablos es la adaptación de “Los detectives salvajes” (1998). A saber si hay que temer o rogar o atesorar esperanzas, tal vez todo eso sumado.
Ambas obras, novela de Volpi y filme de Pablos, potencian la realidad y la crueldad. No se excluyen, pero tampoco se necesitan. Una es sin la otra, ambas son independientes. Empero, leídas en conjunto, hacen una realidad hasta insoportable, lo que es posible. Lo injusto sería pedirle a alguna de las obras ser fiel con su referente. Toda obra es también un replanteamiento, una reescritura. Decía Piglia que de eso trata el ejercicio de leer: de establecer asociaciones. Lo que sí comparten, el filme y la novela, es su oscura poesía: Volpi haciendo una novela en verso, Pablos filmando con el mínimo uso musical (cinco temas en total, Carlo Ayhllón implacable). Y sí, tal vez Lautaro Bolaño ya leyó “2666”.
DOS
En el filme “Las Elegidas” Sofía (Nancy Talamantes, explosiva-explotada) de catorce años y Ulises (cumplidor-cumpliendo) de dieciséis, sostienen un amor. Él pertenece a una familia de tratantes de blancas que, se intuye, han vivido así desde más tiempo del que es posible recordar. Ella frecuenta la escuela secundaria. Él, dice, la preparatoria. Ella es parte de una familia monoparental y además tiene un hermano, Diego (José Leopoldo Talamantes), de tres años. Sofía debería ser la primera elegida de Ulises para meter al negocio familiar pero surge el error: se enamora. No sólo eso: es recíproco. Tragedia anunciada, certeza clínica: dos no hacen uno.
El trazo de la vergüenza. En la playa Ulises confiesa su linaje, muestra sus cartas. Mi familia se dedica a conseguir morras y meterlas de putas. Tú ibas a ser mi primera. Sofía duda, de todo duda. ¿O sea que desde siempre me has mentido?, pregunta Sofía. Al principio sí, pero después ya no, por eso te lo estoy diciendo. Te amo. Tenemos que irnos. Ulises enamorado pero Ulises avergonzado. La siguiente escena es un tormento. Intentan escapar. En carretera Ulises recibe una llamada: les están siguiendo. Al detenerse Sofía sale de la camioneta y corre. Héctor (José Santillán, útil-usado), el hermano, y Marcos (Edward Coward, diablo-diabólico), el padre, capturan en plena calle a Sofía. Porque ¿a dónde crees que ibas, puta? ¿Creías que te ibas a escapar, perra? Después Ulises humillado. Vergüenza la de Edipo. Vergüenza la que siente Hans Beckert (Peter Lorre) en “M, le maudit” (1931) de Fritz Lang. Y que replica Ronnie James McGorvey (Jackie Earle Haley) en “Little children” (2006) de Todd Field. El trazo de la culpa que funda el cristianismo en las figuras del mártir y el pecado original. Culpa la de K. en “El Proceso” (1925) de Kafka. Culpa la que tendrá Sofía. Así como Kate Mercer (Charlotte Rampling) en “45 Years” (2015) de Andrew Haigh, todo está en la mirada.
David Pablos tiene un premio Ariel por su cortometraje La canción de los niños muertos (2008). Ahí dejaba en claro una tesis: la sensibilidad y el tino para dirigir actores/actrices, no actores/no actrices e infancia. Vendría su ópera prima “La vida después” (2013) reiterando la primera tesis y equivocándose. Se equivocaba tal vez en un final precipitado o en mostrar lo que no hacía falta. Es eficaz porque vertía muchas promesas. Hace poco empezó a circular su cortometraje “La pascualita” (2015) que tomando una leyenda se excusa cierta publicidad porque preserva el estilo. Lo mismo que hiciera Elisa Miller con “La leyenda del carro rojo” (2015). Tal vez sus trabajos menos logrados son aquellos de “20 y más por el arte” (2013), reportajes con intenciones de documental. Lo que no excluye que tengan un par de instantes maravillosos. Con “Las elegidas” cumple sus promesas: augura un porvenir y se afianza un estilo. Tal vez sea muy pronto para afirmar que David Pablos sea un autor y sin embargo sus tropiezos y errores le permiten tener una ventana creativa. Acierta porque falla.
La realidad, dice Pablos en “Las Elegidas”, es una realidad fragmentada. Las conversaciones que tienen algunos personajes son siempre con el rostro partido, con rostros medio vistos. Si no es la realidad entonces son las intenciones partidas; o peor, las personas nunca son completas. Es por eso que cuando decide partir la pantalla en dos la metáfora se vuelve excesiva y, por tanto, ineficaz: Miguel Schverdfinger y Aina Calleja tropiezan por un rato, menos de un minuto, con la edición. Ulises quiere a Sofía. El verbo querer nunca mejor empleado. Hace un pacto. Papá, quiero que saques a Sofía de la casa de putas. ‘Ta bueno. Con una condición: tráeme a otra pero eso sí no se te ocurra ir a ver a Sofía porque se anula el trato. Actualidad del Doctor Fausto. El infierno es esto que ves.
TRES
Un padre que cual inmortal siempre cumplirá cincuenta y cuatro años apuntala la longevidad del mal, la reitera El mal tiene muchas lecturas y aquí una de las menos afortunadas. En “Las Elegidas” todo se repite con perturbadora precisión, de modo escalofriante. El padre hace, cada tanto, una fiesta. En ella la familia conoce a la pareja de alguno de los hijos. Ulises presentando a Sofía. Ulises presentando a Marta (Leidi Gutiérrez, encantadora-encantada). La celebración es siempre la misma. Alonso Díaz de la Vega ha referido la repetición de la escena según Marx pero invertido. Comienza como farsa y se repite como tragedia. El “18 brumario” de Luis Bonaparte leído en reversa, o mejor, releído. Y se repite, todo se repite. Se repite la fiesta, la golpiza (primero en Ulises, luego en Marta), la búsqueda (primero de Sofía y después de Marta) el entrenamiento (primero con reticencia, luego con necesidad). Se repiten los modos de elegir y secuestrar: la primera con vergüenza, la segunda con desesperación. Se repite un discurso: yo haría cualquier cosa por ti, ¿y tú, tú harías cualquier cosa por mí?
Tres encuentros tienen Sofía y Ulises. El primero, en la casa de putas, con esperanza. Hay que hablar con la policía, dice Sofía. Para qué, ellos nos ayudan. Tómate una diaria antes de venir para acá, para que te olvides de todo, Ulises instruye y alecciona. El segundo, en la hospedería, con rencor. Ni siquiera se hablan. El tercero, en el patio de la casa, con culpa: Sofía, aún sin saber, quedará en deuda con Ulises. Sofía, como alguna otra y como las que están por venir, no entregó su virginidad, no la compartió: le fue arrebatada. De eso trata la consigna feminista “mi cuerpo, mi decisión”: decidir qué entra y qué sale. El cuerpo como el primer recinto, y tal vez único posible, de la libertad. En la casa de putas hay un terror irrenunciable en la exposición de los cuerpos, aquello que se visibiliza como su cosificación. La investigación de Sergio Rodríguez González en Huesos en el desierto intenta, además, poner en evidencia la saña y el rencor en los asesinatos de mujeres. No se trata sólo de asesinar sino de aniquilar el cuerpo, de nulificarlo. Para “Las Elegidas” las subjetividades están aniquiladas. Sofía es Andrea, y nada más. El nombre no es sostén sino eslabón y etiqueta. Es tal vez en el mostrar, a través de primeros planos, los encuentros de Sofía con sus clientes, en donde Pablos evidencia todos sus talentos. La realidad cuando real no precisa ilustración. Expresiones, sonidos, planos y lo demás es pasmo y horror. Espeluznante espejo y en él también te estás viendo.
CUATRO
Lo perturbador no tiene fin. Ulises amaestrado teje un velo, el de la mentira. En su cortejo a Marta le hace creer en las cosas buenas de la vida, le habla rápido, no quiere que piense. La intención es acostumbrarla a una vida buena, alterna y vivir juntos. Todo como una puesta en escena. Un negocio fracasado y susto mortal tendrá Marta cuando por un par de noches Ulises desaparezca. Al regresar, traerá consigo una amenaza de muerte. Y Marta ya no podrá decidir. Ya no saldrá de ahí. Ulises pedirá auxilio con llanto. Yo haría cualquier cosa por ti, ¿y tú? Repetición y diferencia: el gesto cristiano de la culpa. Marta, culpable por no cooperar. “Las Elegidas” es una sumatoria de fuerzas: el sonido del silencio ensordecedor de Pablo Tamez, el diseño sonoro apabullante de Alejandro de Icaza, la fotografía perturbadora de Carolina Costa, la edición (minuto excluido) precisa de Schverdfinger y Calleja más una realidad que se espejea.
Sofía-Andrea y Perla-Inés (Alicia Quiñonez, angelical-desangelada) serán por un rato y para siempre compañeras de infierno. El único lazo que se puede establecer en tan cruento escenario es aquel que media la esperanza y la identificación. Tal vez, alguna de las dos logré salir y sino al menos pueden volver a creer. Como identificación salvándose una, las dos encontrarían reposo. Inés vive para algún día estar con su hijo. Sofía para regresar a casa. Ulises, al reclamar su parte del trato, de espalda al padre. El rojo infierno. La muestra del color de los sepulcros: ya no hay marcha atrás. El padre, tan freudiano como podría haber salido de “Tótem y tabú” (1913 [1912-1913]), se comporta generoso y a pesar de haber incumplido la consigna de no ver a Sofía, se la da, se la entrega. Sofía no es de sí sino de otros. Sofía culpable porque queda en deuda con Ulises. Y aquello que era dinero de Sofía se convierte en un departamento para los dos. Te lo compró Ulises: la gratitud que debes mostrar, lo culpable que te debes sentir de hacer lo contrario. Es un espejo retrovisor y alguien siempre te estará vigilando.
ÚLTIMO
Para celebrar, una fiesta en serio. Fuera de (la) serie. Una reunión en el campo. La madre Eugenia (Raquel Presa, asustadiza-asustada) refuerza un sentimiento. Deberías estar agradecida por todo lo que mi hijo hizo por ti, ¿a poco crees que cuando saliste de la casa de citas tu lugar quedó vacío? Sofía eternamente culpable. Sofía impía. Sofía maldita. Al regresar a la mesa, las trivialidades de todas las familias felices. Ulises mira a Sofía avergonzado y Sofía le mira con toda la culpa del mundo: se le señala, se le está cazando. Y entonces sí, la historia se repite Michelet: bruja, al ser la primera en sufrir serás la primera en rebelarte o, lo peor, la vida se te irá en ello.
@JJFloresHdz
Centro de la ciudad, Querétaro, Qro.
Veintitrés y veinticuatro de mayo de dos mil dieciséis.