Por Hugo Lara Chávez
A punto de redescubrir la guarida de los putrefactos recuerdos. El bar, el silencio y la noche. Y la botella de whisky. Entonces dice: “de todos los malditos lugres del mundo, y ella tenía que llegar al mío…”. Y una vez más, una mujer o el destino nos da un puntapié… una mujer y el destino que es lo mismo… Entonces, del piano la música y de la garganta de Sam (Doley Wilson) el estribillo: “you most remember this, a kiss is just a kiss…” Rick, quien no podía ser nadie más que Humphrey Bogart, se encamina por sus recuerdos rumbo a París, hacia la que ahora ha reencontrado, Ilse, quien no podía ser nadie más que Ingrid Bergman.
A 50 años de haber sido concebida, “Casablanca” es una de las películas que indiscutiblemente deben aparecer en un listado de “las inolvidables”. “Casablanca” es una historia de amor, intenso y doloroso; y es, además, la aventura y el sueño irónico de esa aventura en medio de un exótico lugar, una conflictiva época llena de conspiraciones, intrigas y donde los ecos de la guerra son los que guían la cotidianidad. Rick (Bogart, el antihéroe por antonomasia) es el personaje que muchos quisieran ser: varonil y sarcástico, excesivamente frío y calculador aunque en su interioridad se gestan una serie de intensos conflictos y sentimientos, es, como lo describe su compinche el Capitán Renault (Claude Rains), “un gran romántico con coraza de cínico”. La dualidad del personaje, que lo hace al mismo tiempo egoísta y generoso, vengativo y redentor, mercenario e idealista, es la riqueza que lo nutre, la serie de relieves que lo condenan a ser tan contradictorio como íntegro, tan despreciable como admirable, pero sobre todo es lo que lo hace genuinamente humano.
Junto a él, la hermosa Ilse encarnada por la Bergman, una mujer que escapa de la belleza ordinaria del Hollywood de entonces, con su acento ligeramente extraño. El triángulo amoroso es completado por la recia figura de Víctor Lazlo (Paul Henreid), líder de la resistencia antinazi que en Casablanca busca la manera de huir del poder fascista. Si la condición primaria de “Casablanca” era ser un vehículo de propaganda antinazi, es evidente que esto fue superado por un asunto mucho más universal: el encuentro y desencuentro entre un hombre y una mujer.
“Casablanca” fue realizada por Michael Curtiz, basada en un guión de Julius J y Philip G. Epstein y Howard Koch, quienes adaptaron la pieza teatral de Murray Burnett y Joan Alison,”Everybody comes to Rick’s”. Su estreno ocurrió en Nueva York el día de acción de gracias, en 1942, a sólo ocho días después de que las fuerzas aliadas desembarcaron en Casablanca y a unas semanas de su liberación absoluta, el 23 de enero de 1943 (como detalle curioso, el día que cumplía 44 años Humphrey Bogart), en medio de la Conferencia de Casablanca entre Roosvelt y Churchill, donde también prácticamente se definió el futuro de la guerra. Nada pudo haber sido más oportuno. Después de “Casablanca” ninguno de los actores de su reparto fue el mismo: a Bogart, a Bergman, a Henreid o a Rains, les sirvieron sus respectivos roles para consolidar su figura y para seguirse inspirando sus futuras actuaciones. Se ha hablado mucho de las distintas casualidades que llevaron a conformar el elenco que integra a “Casablanca”, se ha nombrado a la serie de actores y actrices que rechazaron los papeles protagónicos, y ante estas felices coincidencias sólo queda regocijarse con el hecho de que los personajes protagonistas quedaron como anillo al dedo a los actores quienes los encarnaron. “Casablanca” fue nominada para ocho Oscares, de los que finalmente ganó tres: mejor guión, mejor director y mejor película.
“Casablanca” es de esas películas que cada vez que se ve, siempre hay algo nuevo para descubrir. La trama, el ambiente, los personajes, conforman un mosaico donde queda plasmada la aventura, posiblemente la única que se puede concebir: el de un hombre y una mujer unidos por el destino. Así, Sam, el fiel compañero de Rick, tocando al piano “As time goes bye”, un tema sentimental y nostálgico, una melodía que a muchos conmueve, y que a muchos nos hace compartir el mismo sentimiento de Rick: un iracundo deseo de amar, y un coraje por haberse arriesgado a hacerlo. Aunque irónicamente se esté dispuesto a repetirlo. Y en una de las secuencias de la cinta, un flashback a París cuando Rick e Ilse, convencidamente enamorados, bailan en un cabaret otra canción que parece más bien la condena de su destino, “Perfidia”: “mujer/si puedes tú con Dios hablar/ pregúntale si yo alguna vez/ te he dejado de adorar…”
Sometida a malos doblajes o coloreado por métodos sofisticados, “Casablanca”, la película clásica, cumple 50 años y para el buen amante del cine no hay mejor tributo que rendirle sino verla en sus condiciones originales, porque después de todo lo que se ha hecho y dicho de ella, disparates o certeza, el genuino sentido que nos quede, es verla y disfrutarla.

