Por Sergio Huidobro
Desde Guanajuato

GUANAJUATO.- Hoy, tres equipos de producción jóvenes se van a dormir con 35 mil, 25 mil y 15 mil pesos en Guanajuato. Son los ganadores de este año del proyecto “Identidad y pertenencia” del Guanajuato International Film Festival. Varios de sus integrantes acaban de terminar la universidad; los demás continúan estudiando; algunos no habían pisado jamás un rodaje real. Hoy, cosecharon ovaciones del público, subieron al escenario, alguno derramó una lágrima y se deshicieron en agradecimientos. Pero antes de hoy, nada fue fácil.

A lo largo de un año, los cineastas y sus equipos libraron más de un contratiempo y atravesaron varios talleres, revisiones y correcciones en varias etapas: primero fueron seleccionados de entre 40 proyectos; después entre 16 y, al final, tuvieron cinco meses para desarrollar las ideas que habían incubado en todo ese tiempo para convertirlas en imágenes sobre una pantalla. Tuvieron que aprender a deshacer el camino andado y entendieron que incluso para equivocarse hace falta talento. Tenían 20 mil pesos por equipo, pero haciendo cine, el dinero siempre es poco y los gastos se multiplican a cada paso. En entrevista, algunos de ellos revelan los momentos más críticos de un proceso que hoy culminó con el estreno de sus filmes ante el público del festival.

En el caso de “Minero fui” y “El noveno horno”, sus directores coinciden en la dificultad de acercarse a sus protagonistas con humanidad, sin condescendencia, con el ojo de un amigo antes que el de un cineasta. No es cosa fácil: el primero retrata a un minero retirado, ermitaño, con un humor cambiante y una amarga visión del oficio; el segundo sigue de cerca a un chico de 14 años empleado en un horno de ladrillos. Son personajes difíciles en grados distintos, pero igualmente complejos. “Primero tuvimos que volvernos sus amigos, todos los miembros del equipo”, relatan los directores de “El noveno horno”, “y tuvimos que entender las condiciones reales de él como ser humano, no como personaje, así como las de su entorno: por ejemplo, se negó siempre a que lo entrevistaran mujeres. Así, tuvimos que recurrir a diferentes entrevistadores para cada uno de los personajes, a fin de obtener una voz más auténtica, con mayor confianza en nosotros y en nuestro trabajo.”

“Minero fui” se enfrentó, además, a otro problema: tres semanas antes de la fecha de entrega, tuvieron que desechar la mayoría del material y empezar la entrevista desde cero. Al final, tuvieron que editar en solo quince días, en sesiones interminables de día y de noche. Esto, aunado a la personalidad esquiva y cambiante de su protagonista, convirtió el rodaje en un angustiante reto contrarreloj.

“Mayo”, que obtuvo el segundo lugar del certamen, se enfrentó al reto de acercarse al núcleo de una comunidad otomí que defiende con orgullo su herencia cultural. Fue un proceso arduo para convencer a los entrevistados de la importancia que esta herencia podría tener no solo para ellos, sino para un público tan diferente como los asistentes a festivales de cine. El resultado final habla por sí mismo: los protagonistas se abrieron por completo, exponiendo con elocuencia una voz ancestral que es habitualmente ignorada en cualquier otro ámbito de la comunicación.

Al final, el premio económico para ellos no representa ninguna promesa de riqueza sino un aliciente para reinvertirlo en la narración de más historias, con públicos cada vez más amplios, en rodajes cada vez menos atropellados. Todos ellos quieren seguir contando y quieren ocupar, algún día, las funciones de gala del GIFF y de otros festivales alrededor del mundo. Cuestión de tiempo, dirán algunos. Cuestión de esfuerzo, dirán otros. Ambos tendrán razón. Pero el primer paso ya está dado: un paso en piso firme, que dejó huella.

Foto Graciela Sánchez Silva