Por Hugo Lara Chávez
Desde Amsterdam

¿Cuánto pueden decirnos las cosas de sus dueños o de las situaciones para las que han servido? ¿Cuántos misterios se ocultan en cada objeto? Testigos silenciosos, celosos de sus secretos, tal vez de una intriga o de muchos crímenes por resolver.

Una fila de libros mal acomodados en un estante, bajo una advertencia que nos informa con autoridad: “Todos los libros de referencia deben ser devueltos a su sitio”. Más allá, en el centro del laboratorio, una gran mesa de trabajo, iluminada por unas enormes lámparas que cuelgan con pereza desde el techo. Sobre la mesa, varios objetos en desorden: un reporte sin llenar con el encabezado “Recolección de especimenes forenses”. Unos tubos de ensaye manchados de algo rojo, junto a un estuche portátil que muestra una etiqueta: “Kit de recolección de evidencia de DNA”. A su lado, unas pequeñas bolsas de aluminio, sobre las que se lee la leyenda “Bajo ninguna circunstancia debe usarse el polvo sobre superficies grasientas, mojadas o con sangre”. Luego, un reporte de análisis clínico, con el sello del FBI.

El laboratorio está en el segundo piso de un imponente edificio art déco —así nos lo dice sus trazos rectos, sus formas sencillas y duras que de pronto sorprenden con un ribete atrevido o con una curva juguetona— construido hacia 1921. El interior es oscuro, de aspecto abandonado, como lleno de tristeza. En sus tres plantas los techos son altos pero los espacios se sienten estrechos, para hacer espesa la humilde luz que se aprieta por las ventanas. Afuera, el día es gris y la sensación de desasosiego es mayor en medio de la nada donde se halla este edificio, una antigua estación de radio cerrada y situada en el bosque de Genderland, el más extenso de Holanda. Estamos en un sitio impronunciable, Kootwijk, la principal locación de Mindhunters.

Cazadores de criminales

Se hace una hora desde Amsterdam hasta la locación de Mindhunters, un thriller policiaco dirigido por Renny Harlin y protagonizado por Val Kilmer y Christian Slater. Contra lo que se puede pensar, no es un relato que se sitúa en un bosque europeo, sino en una supuesta isla de Virginia del Norte, en las instalaciones de una academia del FBI donde se prepara a un grupo de detectives que se especializarán en la cacería de asesinos seriales. Pero los sabuesos se convierten en presas cuando, uno a uno, son asesinados por un criminal infiltrado en el grupo. Atrapados en la isla, sin comunicación y sin otra posibilidad de ayuda que su olfato policiaco, los sobrevivientes deberán enfrentar al asesino para descubrirlo, atraparlo y, sobre todo, salvar sus vidas.

“Se trata de un thriller policiaco de mucha tensión —nos explica Harlin—  con los elementos más apropiados para fraguar una historia que combina el terror psicológico y el suspenso”. Harlin es un director con experiencia, ganada desde sus inicios en Finlandia, su país natal. Establecido en Estados Unidos desde los años ochenta, se ha fogueado sobre todo en el cine de acción, como da fe de ello títulos como Pesadilla en la calle del infierno 4 (A Nigthmare on Elm Street 4: The Dream Master, 1988) o La pirata (Cutthroat Island, 1995).

Efectos digitales

La producción cuenta con participación holandesa, una de las razones por las que se decidió filmar en ese país europeo. “Tendremos otras locaciones adicionales —nos explica el productor, Jeffrey Silver— cerca de la frontera con Bélgica, pero la mayoría de las escenas se rodarán aquí”. En adición, se tiene planeado, durante la postproducción, trucar el ambiente para hacer pasar esta locación como una isla de la costa este de Estados Unidos. “Esa parte la resolveremos con la edición y con algunos efectos digitales —comenta Silver—, prácticamente cambiaremos todo este bosque por el océano Atlántico”.

Para la modesta cinematografía holandesa, poco conocida en el resto del mundo y condicionada básicamente a la fórmula de la coproducción, se trata de un logro importante haber atraído Mindhunters. “Hemos tenido muchas facilidades por parte de las autoridades holandesas —afirma el productor ejecutivo, Mauritz Borman— y, por nuestra parte, les hemos correspondido brindando oportunidades de trabajo a los técnicos y especialistas locales”.

Un reparto de jóvenes

Contra nombres conocidos como el de Kilmer, Slater, LL Cool J o, incluso, Johnny Lee Miller, poco nos dicen los de Patricia Velásquez, Will Kempt, Kathrin Morris o Cliffton Collins Jr. Y es que este segundo grupo está formado por actores  jóvenes. Es cierto que algunos han comenzado con algo de suerte, como Velásquez, una modelo venezolana que obtuvo un papel importante en El regreso de la momia (The Mommie Teurn, 2001) o Collins Jr., gracias a un pequeño personaje en Traffic (2000).

El reparto ha sido integrado con base en un principio de diversidad racial y de temperamentos que se requiere para un thriller ambientado en un espacio de claustrofobia y paranoia, pues ello favorece a la construcción de la intriga. Lo que es definitivo es que se nota un ambiente de fiesta entre el grupo de actores. “La mayor parte del tiempo la pasamos en la locación —nos comenta Slater, que se nota radiante y de buen humor— pero generalmente regresamos a dormir a Amsterdam “.

Amsterdam es una ciudad fascinante, que se ha hecho famosa por su tolerancia a prácticas normalmente prohibidas, como la prostitución o el consumo de drogas. “Mientras la fiesta está allá nosotros permanecemos confinados en este edificio —bromea Kilmer— trabajando y huyendo de un asesino serial”. Kilmer se nota muy relajado. Su alegre semblante contrasta con el sombrío decorado de la habitación donde nos hemos acomodado, en la planta baja, ambientada como un dormitorio de presidio (un catre, un lavabo que da lástima, un recorte de periódico pegado al muro). La salida aún está lejos, al fondo del angosto pasillo que lleva a un gran vestíbulo. Para llegar a él, puertas en el trayecto, cuartos misteriosos, emparrillados metálicos, recovecos oscuros, trebejos olvidados, olor a humedad. Y al fin la puerta al exterior. Una vez afuera, hay que mirar de nuevo la fachada del edificio: es un coloso en decadencia. Y parece que quiere decirnos algo.

Por Hugo Lara Chávez

Investigador, escritor y cineasta, miembro del Sistema Nacional de Creadores de Artes (2023). Egresado de la Licenciatura en Comunicación por la Universidad Iberoamericana. Ha producido el largometraje Ojos que no ven (2022), además de dirigir, escribir y producir el largometraje Cuando los hijos regresan (2017) y el cortometraje Cuatro minutos (2021). Fue productor de la serie televisiva La calle, el aula y la pantalla (2012), entre otros. Como autor y coautor ha publicado los libros Pancho Villa en el cine (2023), Zapata en el cine (2019) en calidad de coordinador, Dos amantes furtivos: cine y teatro mexicanos (2016), Ciudad de cine (2011), *Luces, cámara, acción: cinefotógrafos del cine mexicano 1931-2011* (2011), Cine y revolución (2010) como editor, y Cine antropológico mexicano (2009). En el ámbito curatorial, fue curador de la exposición La Ciudad del Cine (2008) y co-curadór de Cine y Revolución presentada en el Antiguo Colegio de San Ildefonso (2010).En el ámbito periodístico, ha desarrollado crítica de cine, investigación y difusión cinematográfica en diferentes espacios. Desde 2002 dirige el portal de cine CorreCamara.com. Es votante invitado para The Golden Globes 2025.