Monsiváis y “Pedro Infante. Las Leyes del Querer” Lágrimas, besos y amorcito corazón

Por Lorena Loeza

La trascendencia de Pedro Infante como ídolo del pueblo, actor y cantante no puede ser cuestionada. Una de las figuras más influyentes del siglo XX para los mexicanos, amerita análisis de muchos tipos, entre otras cosas, porque entender los mecanismos que lo hacen personaje de primer plano, en realidad nos habla mucho de nosotros mismos, quiénes somos y de dónde venimos. Es por eso que la labor de desentrañar los artífices del mito de una figura como la de “Pedrito” – como le llama la gente cariñosamente- tiene que recaer en un conocedor profundo de lo mexicano y sus motivaciones, como es nuestro recordado Carlos Monsiváis.

Monsiváis nos regala en este libro “Pedro Infante. Las Leyes del Querer” una lúcida visión del ídolo que es mezcla de biografía, análisis sociológico, crónica histórica y apreciación cinematográfica y musical. Más que contarnos la vida del actor, el libro desarrolla otros análisis útiles: hilvana los elementos propios y ajenos que construyen al más grande ídolo popular mexicano logrando en este intento un texto que resulta entre profundo y revelador.

Es así que gracias a la lectura del libro, conocemos aspectos claves del protagonista de “Nosotros los pobres” (1948), “A toda Máquina” (1951) y “Tizoc” (1957), entre otras, que serán determinantes para convertirlo en la figura que todos recordamos: su infancia con carencias, su llegada a la Ciudad de México, sus primeros trabajos, su escasa formación escolar y su talento nato que no necesitó de academias de canto ni de actuación para desarrollarse. Una parte importante del libro la constituyen también los amores de su vida, sus amigos, sus detractores y sus rivales.

Sin embargo, la mera revisión biográfica de Infante no nos ofrece todas las pistas para entenderlo como fenómeno cultural. El propio Monsiváis reconoce que a estas alturas el mito sobrepasa la verdad histórica, es difícil saber lo que es verdad de lo que es mentira. Las voces de sus esposas, de su hermano, de sus amigos y de sus compañeros de trabajo, acaban por fundirse con la admiración, el cariño, el amor y el orgullo velado de haber formado parte de la vida de un hombre tan querido, de una auténtica celebridad, en realidad la primera gran estrella del “star system” mexicano. Los relatos son a menudo más acordes a la imagen de un Pedro del que nadie quiere manchar su memoria y por el contrario, de quien narrando sus anécdotas junto a él, pretende quedarse para sí con un poco de la luz que su figura emana.

Es por eso que para hablar de Infante, Monsiváis debe recurrir al análisis de sus películas, en donde su figura encapsulada en el tiempo, dice más del hombre histórico de lo que nos imaginamos, y también dice mucho de nosotros mismos como sociedad: de nuestros odios y amores, rencores sociales, prejuicios y liderazgos.

Muy interesante resulta a partir de esta consideración, el análisis del melodrama ranchero y del cine de arrabal, historias filmadas de un México que pasaba por un momento histórico transicional, volviéndose más urbano que rural y configurando el sentido de pertenencia al “pueblo” un ente cohesionador que daba la sensación de que nos retrataba a todas y todos, aunque esa versión de nosotros no fuera realista en modo alguno.

El análisis en este sentido nos permite entender un poco más de la fascinación de los mexicanos por el melodrama, ese híbrido entre humor y tragedia que nos provoca la sensación de que hacemos bien poniendo la otra mejilla y de que no nos queda de otra que la resignación, porque hemos venido a sufrir a un valle de lágrimas. La nobleza en la desdicha, hace de nosotros seres dignos de ser admirados – igual que los personajes de la pantalla: el buen hijo, la madre abnegada, el padre autoritario, la rumbera arrepentida, y un largo etcétera-  aunque esas reacciones ante el sufrimiento no parezcan cercanas al sentido común.

Estos personajes están ubicados principalmente en dos escenarios: El rancho primero, como escenario folclórico, y después la vecindad, son el lugar en donde se protagoniza el devenir de lo cotidiano y  se construye espacialmente el sentimiento de pertenencia al colectivo. Pedro Infante es acaso la figura que logra sin problemas esa transición haciendo actuaciones que conmueven y emocionan y que además logran que el público se identifique con los temas que le preocupan: el dinero, el trabajo, el amor, las rencillas…Infante logra plasmar sin conflicto este nuevo mexicano, modelo de pueblo con todos los arquetipos, el mexicano que los hombres aspiran a ser y el que todas las mujeres quisieran tener a su lado.

Y es que para el cine, Infante es único en su tipo. Actúa, canta, ríe y llora con extrema facilidad, convence a pesar de reproducir el cliché de sí mismo hasta el infinito. Monsiváis define a Infante en el cine como un género en sí mismo, y es verdad. El público no distingue en la taquilla ni en la guía de televisión otra cosa que “una película de Pedro Infante” como único requisito para elegir verla.

Pero Monsiváis, no se detiene en el análisis del desempeño para el celuloide, que podría considerarse su mejor escaparate. Infante en la música también ofrece elementos para el análisis. Una voz no educada, no particularmente potente, pero profundamente llegadora,  que encuentra un género explotable y popular que marca una nueva era para la música de mariachi: el bolero ranchero. Entre el desgarre y el romanticismo, Infante se siente a gusto, canta como si estuviera en la sala de tu casa, o como si llevara serenata bajo tu ventana. Monsiváis hace también un señalamiento interesante: la voz de Infante invita a que todas y todos seamos la segunda voz. Y esa sensación de cantar nuestras desgracias a coro es una posibilidad que solamente nos podría mostrar y regalar un auténtico ídolo del pueblo.

En síntesis: Un análisis lúcido, revelador y divertido es lo que escribe Carlos Monsiváis acerca de Pedro Infante. Sobre todo un texto animado y entusiasta pero no apasionado, como otras biografías que sobre él se han escrito,  la verdad es que el autor no habla como miembro de la extensa “fan community” que el ídolo ha motivado, aunque no puede dejar de identificarse un profundo interés y fascinación por el fenómeno que la figura de Infante produce y mantiene aún después de su muerte.

Un texto altamente recomendable, aderezado con fotografías de la colección de Carlos Monsiváis, que ahora forman parte del acervo del Museo de Estanquillo. Lectura apta para fans y no fans, pueblo y público en general y por el mismo boleto, aunque no sean tandas. Un intento de explicarnos las causas que nos hacen llorar, amar y acompañar coordinadamente el silbido en “Amorcito Corazón.”

C. Monsiváis. Pedro Infante. Las Leyes del Querer. Ed. Aguilar. México, 2008.

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