Por Pedro Paunero

Para Saúl Montoro, en complicidad cinéfila

Lo que hace tan interesante y, por supuesto, tan digno de estudio, al subgénero del “Weird Western” (I), es su amalgama de elementos pertenecientes a otros géneros: fantasmas, muertos vivientes, vampiros, hombres lobos, extraterrestres (a bordo de sus naves espaciales, con sus acompañantes robots, como en la película cumbre del subgénero, “La nave de los monstruos”, dirigida por Rogelio A. González, en 1960), que usan revólveres, rifles o armas futuristas, y son manejadas por seres que se enseñorean de geografías que, tradicionalmente, identificamos con los del Western clásico (pueblos, villas y desiertos, con sus rutas de caravanas y diligencias, bandidos, sheriffs y pistoleros y, una vez trasladadas y traslapadas al imaginario mexicano, situadas en ranchos y haciendas –el “Weird Rancho”, propiamente dicho- en su aspecto más estereotipado, producto de un folklore diseñado para turistas), que ofrecen un producto que no siempre se homogeniza en un todo armonioso.

En “El pantano de las ánimas” (Rafael Baledón, 1956), una epidemia de cólera acaba con la vida de Fabrique Mendoza (Gabriel Álvarez), cuyo cuerpo, trasladado en bote a través de un río, le es entregado a Doña María (Sara Cabrera), que pretende sepultarlo cerca del infame pantano de las ánimas del título. En algún momento de la improbable trama, y bajo un sospechosismo debido a la desaparición del cadáver, tenemos a un monstruo que surge de las aguas –uno de los tantos avatares del “Gill Man” de “El monstruo de la laguna negra”, (1954), de Jack Arnold, por entonces recientemente estrenada- y a una serie de asesinatos perpetrados por el mismo.

La resolución de la película es una estafa, tan entrañable –por ingenua- como cualquiera de los misterios de la serie animada de Scooby Doo (cuyo primer capítulo no se estrenaría sino hasta 1969), pues el monstruo resulta ser un engaño, un disfraz, usado ni más ni menos que por el supuesto fallecido, para hacerse del dinero de varios seguros de vida. No es la única película en la que actuaría Gastón Santos en el rol principal que, erróneamente, podríamos encuadrar en el “Weird Rancho”, ya que sus monstruos, fantasmas y misterios, resultan, finalmente, en un fraude preparado para asustar a los “intrusos”, y alejarlos de algún tesoro (el filón de oro, en “El grito de la muerte”, dirigida por Fernando Méndez en 1958), herencia o fuente de ingresos (la citada “El pantano de las ánimas”, o “Los diablos del terror”, dirigida, igualmente, por Méndez, en la cual una banda de enmascarados, los diablos del título, aterrorizan un poblado para echarlos de los terrenos aledaños a las vías donde pasará un tren, llevando el progreso, y una derrama económica, al lugar), y hasta los amores imposibles de una mujer (en “La flecha envenenada”, dirigida por Rafael Baledón, de 1956), casi todas en las cuales –a excepción de “La edad de la tentación”, dirigida por Alejandro Galindo en 1958, que se trata de una película aleccionadora, en la veta de un Carlos Cuauhtémoc Sánchez, “El potro salvaje”, dirigida por Rafael Baledón en 1956, “Una bala es mi testigo”, dirigida por Chano Urueta en 1959 y “El indomable”, dirigida por Rafael baldón, en 1961, que son Chili Westerns convencionales y “Jóvenes y bellas”, dirigida por Fernando Cortés en 1961, en la cual interpreta al padre de una chica citadina, enviada al rancho donde tendrá una aventura que involucra amoríos, y a un hombre travestido- Gastón, el vaquero homónimo del actor, convertido por la fuerza de las circunstancias en investigador mexicano de lo paranormal (II) –de forma involuntaria, entendemos, a la manera del Dr. Martin Hesselius, padre de todos los detectives de lo oculto, creación de Sheridan Le Fanu, del Thomas Carnaki, imaginado por Hope Hodgson o, más recientemente, y ya en terrenos de lo cinematográfico y televisivo, el Carl Kolchack (interpretado por Darren McGavin) de la serie “The Night Stalker” (1974-75) de la ABC, o el Fox Mulder (interpretado por David Duchovny) de “Los expedientes secretos X”, creada por Chris Carter para la Fox e inspirada en la primera- se ve envuelto en tramas truculentas, endebles, repetitivas, siempre montando a Rayo de Plata, su caballo blanco de raza lusitana, y en compañía de su amigo, el insufrible Espergencio Godínez de la Macorra y Macorro (Pedro D´Aguillón, actor de doblaje en Hollywood, para la Metro Goldwyn Mayer), que a veces es un agente de ventas, o un Sheriff, en quien recae la parte cómica y patiño de las historias.    

“El pantano de las ánimas” es la primera de una decena de cintas que Santos, destacado rejoneador de la escuela portuguesa metido a actor, hiciera para Alameda Films en su etapa inicial, dirigida por Alfredo Ripstein –padre del director Arturo Ripstein-, tan imaginativamente estrambóticas como de dudosa calidad, entre las cuales, a pesar de ello –y con ello-, se cuentan verdaderas joyas del cine fantástico mexicano, a saber: “El vampiro” (1957) y “El ataúd del vampiro” (1957), ambas dirigidas por Fernando Méndez, y pertenecientes, por derecho propio, al más puro subgénero del “Weird Racho” o “Uncanny Hacienda”, con su personaje del Conde Lavud (Germán Robles en el papel que lo inscribiría en el imaginario colectivo vampírico), europeo chupasangre, instalado en una hacienda mexicana, “El espejo de la bruja” (1960), y la joya del cine psicotrónico nacional, “El barón del terror” (1961), ambas de Chano Urueta, indefectible en cualquier listado del cine fantástico que se precie; “La maldición de la llorona” (1961), dirigida por Rafael Baledón, o la trilogía de Chabelo y Pepito, enfrentados a misterios pseudo policíacos, los efectos de una lámpara maravillosa, y a toda la caterva de monstruos arrebatados a la Universal Pictures.

Si bien, las películas de Gastón Santos son “Weird Westerns” sólo en apariencia, mención aparte merece “Misterios de ultratumba” (1958) –distribuida en los Estados Unidos por K. Gordon Murray (III) primero, con el enigmático título de “Black Pit of Dr. M”, por United Producers Releasing Organization después, la mejor “Poverty Row”, encargada del mejor cine Serie B, por lo cual en dicho país ha sido justamente apreciada, y luego por la querida CasaNegra (IV)-, en la que tiene un papel secundario. Cinta dirigida por el hábil Fernando Méndez y, como todas, a excepción de “La edad de la tentación” (escrita por el director, Alejandro Galindo), basada en un guion de Ramón Obón, la única que, con su trama espiritista, su pacto del Más Allá, una pareja que se sueña mutuamente, el tema de la transmigración de las almas y una atmósfera sombría, merece su inclusión en el listado de películas que conforman lo mejor del “Gótico Mexicano” –que se remonta a la prestigiada cinta expresionista “Dos monjes”, de Juan Bustillo Oro, del año 1934, en la cual la carga religiosa recuerda los clásicos literarios del subgénero, como “El monje” (pub. 1796), de Mathew G. Lewis o “El italiano o El confesionario de los penitentes negros”, (pub. 1797), de Ann Radcliffe- en la que no falta el legado tenebroso –con su fuente inicial, e iniciática, “The Cat and the Canary”, dirigida por Paul Leni, en 1927-, una mujer enloquecida, y el hombre con el rostro carcomido por el ácido. “Misterios de ultratumba” –como tantos otros góticos mexicanos- acusa poca originalidad, pero su truculencia –igualmente recurrente en el fantástico mexicano- se debe más a una falta de pericia estética en la escritura del guion, que al cúmulo artificioso de hechos sobrenaturales que se remontan a “El castillo de Otranto” (pub. 1764), novela pionera del gótico, escrita por Horace Walpole.

En “Misterios de ultratumba” –en la que no falta un cierto simbolismo deslucido, como puede apreciarse en el anacrónico calendario de hojas desprendibles de la pared (la historia transcurre en el Siglo XIX), fechada en un día 13-, son notorios el uso de la luz, de la sombra y de la fotografía, obra del destacado cinefotógrafo Víctor Herrera –quien dejara su impronta en la magistral “El esqueleto de la señora Morales” (Rogelio A González, 1960)-, y de la espléndida escenografía, responsable del artista Gunther Gerzso, lo que la convierten en una obra artesanal realmente relevante.

Notas: 
I Véase: “Pistoleros, vampiros y monstruos. (Y otras rarezas del Weird West)” por Pedro Paunero.

II. Gastón le confiesa a Julieta (Manola Saavedra), su amor de la infancia, que desde niño había deseado ser detective.

III. Véase: “K. Gordon Murray: Rey del Mexploitation” por Pedro Paunero.

IV. Véase: ““Las películas mexicanas de «CasaNegra»: «Mexican Weird West» de Fernando Méndez” por Pedro Paunero.

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.