Por Ali López
Por más que se repita que la Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional no posee un eje temático, es inevitable que las películas hilvanadas en tiempos y filmografías similares, aunque disten en geografías, tengan una línea que en algún momento cruce la una con la otra. Este es el caso de dos cintas presentadas en la Muestra número 62: “Tras la tormenta” (Umi yori mo mada fukaku | Hirokazu Kore-eda | Japón | 2016) y “Hogar” (Home | Fien Troch | Bélgica | 2016); películas de distintas latitudes pero que se unen en dos aspectos fundamentales. Primero, la familia como núcleo, casi atómico, de una sociedad fragmentada; y segundo, la transformación de dicha sociedad tras la descentralización de los miembros familiares.
La cinta de Kore-eda versa sobre Ryôta (Hiroshi Abe) un detective de poca monta, y que alguna vez tuvo un prometedor futuro como novelista, que gasta el poco dinero que tiene en las apuestas. Ryôta tiene un pequeño hijo (Taiyô Yoshizawa) amante del béisbol, y una ex esposa (Satomi Kobayashi) que sólo ve en él una pensión que nunca llega, ni llegará. Las inclemencias del tiempo, y la astucia del detective, hacen que la (ex)familia se quede varada en la casa de la dulce y sarcástica abuela (Kirin Kiki). Tras una inclemente convivencia, descubrirán lo poco que tienen en común, y lo mucho que han dejado ir en el otro.
Por otro lado, la película de Troch, va sobre Kevin (Sebastian Van Dun) un adolecente que, tras una estancia en prisión, llega a vivir a casa de Sonja, (Karlijn Sileghem) su tía, Willem (Robbie Cleiren), su tío y su primo Sammy (Loïc Bellemans), pues en su núcleo familiar la cosa no va de buena manera. Kevin tiene que conformarse con ser aprendiz de plomería, mientras los demás jóvenes aspiran en la ascensión académica. Sin embargo, Kevin entrará rápidamente al núcleo de Sammy, pues el descontento y la apatía unen a una generación fría. Para la juventud de la cinta, la familia es un lastre y oposición en la vida, mientras que la amistad de vuelve el nuevo valor que se promulga y respeta.
Ninguna de las dos películas cae en la conjetura partidista, ni dogmática, por la salvación de y para la familia. No hay una resolución moralista, ni instructiva, de lo que la familia debería ser. Por el contrario, es la visibilización de lo que la familia es, y ha sido. La mentira que otorgaba el deber ser, ahora es una libertad perene que es dubitativa para algunos y estrafalaria para otros; no es que sea mejor ser esclavo de los males, es que la sociedad aún no se estabiliza sobre los cimientos derruidos.
Ryôta ve en la familia el sueño de lo que pudo haber sido, pero nunca fue, o peor aún, ya no puede ser. Su madre no deja de quejarse de su padre, ahora muerto, pero tras ese humor negro se esconde la nostalgia. Pues la familia no es más que una historia que se escribe a sí misma; una narrativa cambiante que tiene que soportar el peso de varias manos escritoras. Eso no sucede ahora, pues la ex esposa de Ryôta, y él mismo, no convergen con la idea de que su trama sea escrita por factores lejanos a ellos mismos; y la enseñanza máxima de los padres a los hijos es esa, siempre ser uno mismo.
Pero ¿cómo ser uno mismo, sí ese que se quiere ser no encaja en la máquina social? El problema de Ryôta es mayoritariamente económico. Su estatus, bajo, no se debe a la falta de talento, ni de capacidades, sino a la resistencia a ser lo que los demás esperan. Pero, como ya nos tiene acostumbrados Kore-eda, sus personajes no son claros u oscuros; pues el detective no es un héroe que salve al mundo con su libertad; también en esa búsqueda de independencia cae en errores sociales. Cae en el gran malestar social de la última época, el individualismo egoísta. El no poder ver más allá de sus nariz es lo que lo encierra en un presenta roído. Él piensa en el futuro, pero sólo como un sueño, un galimatías que sólo la lotería puede resolver.
En Hogar, donde la juventud representa la desvalorización, se puede culpar a ese egocentrismo de la pérdida de valores. Pero, afortunadamente, Tronch va más allá de la regañada. En una cruda y semi-lenta historia, la directora nos va presentando las situaciones que hacen a la juventud lo que es. No son miembros aislados de la sociedad, como se quiere hacer creer, ni esponjas que absorben todo, como nos dijeron en la preparatoria, sino entes sociales que son causa y efecto de lo que sucede alrededor. Y más que un post de Facebook, la juventud es una reacción a las acciones que le rodean.
John (Mistral Guidotti), amigo de Kevin, tiene una madre que controla su vida, incluido el aspecto sexual; pero a los que lo rodean, jóvenes y adultos, les es más fácil ignorar el problema. Eso, hasta que se manchan otras vidas; entonces es realmente cuando los valores se trastocan; cuando mentir es bueno, engañar es parte de la vida, y pasar del otro es buen remedio. Se propone aquí una familia que se escoge, pues ésta es más cercana a uno, y no una familia que hay que soportar como sea. Además de la selección artificial de valores, acomodando la justicia, la lealtad y la veracidad a lo que más convenga. Nuevamente la enseñanza mencionada: lo que importa es uno. Pero, otra vez, ese uno no encaja con lo de afuera. Entonces, es mejor que las piezas que no funcionen sean desechadas, para que así, los que sirven de algo, continúen girando la rueda.
Posturas pesimistas, pero realistas, en Europa y Asia. Situaciones sociales que exponen un gran malestar, la soledad. Más que el individualismo, que sí acrecienta los males, lo que vemos en ambas películas es a personajes solos, emancipados de los cánones. Gente que no es escuchada, y gente que ya no escucha. Ryôta un hombre perdido en los sueños y esperanzas, atorado en una generación que pudo haber sido tanto y no fue casi nada. Kevin, otro hombre que no es responsable de los males que lo rodean, y que por mucho que lo intente, poco puede cambiarle; miembro de una generación rota, que aún no comienza cuando ya está acabada.
La familia, otra vez, como causante de bienes y males; como núcleo explosivo de un mundo que aún no comprende de que se trata su posición en el mundo, y que mientras tanto, deja huellas sobre una edificación demolida, que tal vez, algún día, conforme una pieza de hermosa arquitectura.