Por Jon Apaolaza
Noticine.com-CorreCamara.com
Este año, parece que la batalla por el triunfo en los Oscars se juega en
una máquina del tiempo, cuando el cine en Hollywood era mudo y sólo
empezaba a construir su industria. Tanto “El artista” como “La invención
de Hugo” se desarrollan en las primeras décadas del pasado siglo, y
representan sendos homenajes a los pioneros y sus dificultades por
adaptarse a la evolución del negocio y los tiempos.
Y es que desde mi punto de vista, estamos en ambos casos ante
cintas sobrevaloradas, cuyas amplias virtudes no acaban de ocultar sus
defectos, menores pero subsanables con otro punto de vista y
-respectivamente- mayor creatividad para la primera y contención para la
otra. Lo curioso es que un mismo año pugnen por las doradas estatuillas
películas con una ubicación temporal similar y que coincidan en el
sentido del homenaje nostálgico a ese primer cine. Si a ese añadimos que
en una Francia rinde tributo a Hollywood y en la otra Hollywood hace lo
propio con un pionero del cine galo, estamos antes un raro alineamiento
de planetas.
“El artista” cuenta una historia de los tiempos del
cine mudo como lo haría el cine mudo, y no sólo en la forma, también en
el fondo: Narración plana y final previsible desde los primeros cinco
minutos. Lo que impresiona es cómo Hazanavicius se ha revisado lo mejor
de aquella época para copiarlo con esmero amanuense. Su única licencia
de originalidad es su peor defecto: Usar la música de Bernard Hermann
para “Vértigo” en una de las escenas claves de su cinta. Personalmente
no me extraña el cabreo de Kim Novak, que se adjudicó la complicidad
desde la tumba de sus compañeros de aventura.
Scorsese toma el
texto de John Logan, al que le sobran páginas y personajes (perdón por
no compartir el entusiasmo del querido compañero Eduardo Larrocha y de
otros críticos) para ponerlo al servicio de su propia pasión amorosa. El
italoamericano es un enamorado del celuloide ranció, y la última media
hora de “Hugo” se deleita en un canto a la belleza del objeto amado,
como si llevara años esperando el momento de esa explosión pasional, y
con la sensación de que no le importa demasiado si los demás sienten el
mismo deleite. Por supuesto, está en su derecho. Más podría alegarse
contra tramas paralelas irrelevantes y unos rodeos y dilaciones que
sobran.
Confieso que en cambio no he visto aún la tercera en
discordia, “Los descendientes”, aunque lo leído me hace pensar que
tampoco es esa película redonda que merece irse a casa cargada de
estatuillas.