Columna

Por Ulises Pérez Mancilla

La crítica no fue favorable hacia la
nueva película del veterano Clint Eastwood: “J. Edgar”, la biografía de
Hoover, el fundador del FBI. Un hombre que definió la historia de su
país a través de métodos éticos hoy cuestionables, pero que en su
momento fueron efectivos y visionarios: funcionales para la pertinencia
política y la sistematización de la investigación policiaca, pero
denigrantes de los derechos civiles/humanos.

La leyenda de
Hoover es tan fascinante como el aparentemente inocente y clásico
entramado biográfico que construye Eastwood y que empuja a valorar la
película desde otra dimensión. No la de la forma, sino aquella que
alberga a las películas que nos gustan, y que más allá de lo calificable
como bueno o malo, nos lleva a hurgar como espectadores en las
emociones que nos despierta la historia. El hecho de ponerse en los
zapatos del otro, o mejor o peor aun, de reconocerse en la pantalla.

Detrás
de los kilos de maquillaje fallido, el director ilustra una historia de
amor eterno, con final más triste que feliz. Siendo lo más devastador
el hecho de que quizá así sea la vida: una abrumadora cosecha de años
donde la felicidad son instantes borrosos que sólo cobran sentido a
través de la lealtad que demanda una relación, y de la fidelidad
estricta a los principios de uno mismo, sin importar que estos valores
armonicen con otros o impliquen pasar por encima de cualquiera que no
los comparta.

Dueño del entendimiento de que la información es
poder, Edgar doblegaba a sus adversarios infundiendo el miedo a la
exposición pública que él mismo temió hasta su muerte. Mientras guardaba
sus temores más arraigados en el closet, hacía cómplices a los suyos
para ventilar los conflictos ajenos. Supo aplicar la herencia de una
madre castrante en lo personal y en lo social, para a su vez manipular a
la gente que amaba y a quienes neuróticamente veía como una nación a la
que había que proteger, no como individuos, sino como masa. Hoover, en
el ocaso de su vida, se consideraba a sí mismo un monstruo. Y los
monstruos casi siempre son de carne y hueso. Hecho que en la película,
Eastwood elabora sutilmente a través del recuento histórico de una mente
senil y fantasiosa, anhelante de una redención que sólo la vejez le
hizo entender que la necesitaba.

De la Selección Oficial de
Cannes 2011, “Tenemos que hablar de Kevin” de Lynne Ramsey (actualmente
en cartelera) delinea otra relación monstruosa entre madre e hijo, que
deviene en tragedia masiva como símbolo de expiación. Lo escuché de un
capítulo de “Esposas desesperadas” (tan tremendista como el redundante
montaje de la película): “los monstruos sólo pueden ser creados por
otros monstruos”. Y la perturbadora estampa de Eva, una madre que
encuentra consuelo en el sonido de un trascabo en obra por encima del
llanto de su bebé recién nacido, sólo puede confirmar la regla.
“Tenemos
que hablar de Kevin”, a diferencia del temple/férreo/contenido de “J.
Edgar”, vomita hasta sus últimas consecuencias lo insostenible y
enfrenta a dos seres desdichados que la biología les ha impuesto amarse.
Como espejos, uno y otro se niegan a reconocerse por que reconocerse,
significaría aceptar la parte que odian de sí mismos.

“Tenemos
que hablar de Kevin” no es una película de asesinos seriales, tampoco de
adolescentes confundidos, ni de paternidades irresponsables; es una
historia de amor frustrado. Una farsa escandalosa y cruel que exagera
los sentimientos de impotencia emocional a manera de clarificarlos:
¿Cuántas veces la imposibilidad del amor es la pura incomunicación, la
retención de palabras que va de un te quiero a un te perdono? ¿Duele
tanto explicarse (y aceptarse ante los demás) como para renunciar a las
bondades de la libertad de ser?

Edgar (Leonardo Di Caprio) y Eva
(Tilda Swinton), eligieron vidas que no deseaban, anteponiendo el
sacrificio al gozo, acostumbrándose a la presencia cotidiana de lo
amado/odiado en vez de apoderarse de su esencia. Una implosiva y
reincidente pena humana que como sociedad nos advierte: Tenemos que
hablar… y mucho.

Filmografía:

J. Edgar. EUA, 2011. Director: Clint Eastwood. Reparto: Leonardo Di Caprio, Naomi Watts, Judi Dench, Armie Hammer.

We Need to Talk About Kevin. EUA-Reino Unido, 2011. Directora: Lynn Ramsey. Reparto: Tilda Swinton, John C. Reilly, Ezra Miller.


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Cineasta e investigador. Licenciado en comunicación por la Universidad Iberoamericana. Director-guionista del largometraje Cuando los hijos regresan (2017). Productor del largometraje Ojos que no ven (2022), entre otros. Director del portal Correcamara.com y autor de los libros “Pancho Villa en el cine” (2023) y “Zapata en el cine” (2019), ambos con Eduardo de la Vega Alfaro; “Dos amantes furtivos. Cine y teatro mexicanos” (coordinador) (2015), “Luces, cámara, acción: cinefotógrafos del cine mexicano 1931-201” (2011) con Elisa Lozano, “Ciudad de cine” (2010) y"Una ciudad inventada por el cine (2006), entre otros.