Por Jessica Oliva
@Pennyoliva
Federico Fellini alguna vez dijo: “Si el cine no existiera, podría haberme convertido en director de circo”. Y en “¡Qué extraño es llamarse Federico!” (Che strano chiamarsi Federico!: Socal raconta Fellini, 2013) dirigido y escrito por quien fuera su amigo cercano, el director italiano Ettore Scola, Fellini cumple de cierta forma ese sueño. La ficción y la memoria se mezclan en este tributo fílmico, que se proyecta como parte de la 56 Muestra Internacional de la Cineteca y que se une a las celebraciones del vigésimo aniversario luctuoso del maestro detrás de la “La Dolce Vita” (1960).
Después de una larga pausa de diez años en su carrera como director, Scola regresa con esta cinta-homenaje que toma la vida de Fellini y la convierte en un viaje de fantasía y realidad. No se trata de una biografía, sino de un recorrido de anécdotas, recuerdos y sensaciones convertidas en imágenes, narrado de la misma forma desordenada en que se relataría un sueño o una antigua experiencia a un amigo durante la sobremesa: con todos los tintes de ficción, grandeza y subjetividad del que están plagados hasta nuestros más fidedignos recuerdos. El recién fallecido escritor Gabriel García Márquez decía que la vida no es lo que uno vivió, sino cómo la recuerda para contarla (una de las frases que más se repitieron en las redes sociales tras su muerte). En este caso, al que conocemos es al Fellini de Scola, tal como él lo recuerda.
Al inicio están el mar y el atardecer, con un Fellini de espaldas al espectador que los contempla. De pronto, frente a él comienzan a desfilar los personajes representantes de las que fueran sus inquietudes temáticas: la magia, el circo, la puesta en escena. Dicha audición es sólo interrumpida por Vittorio Viviani, el narrador de esta historia, quien nos introduce a los instantes que marcaron la carrera de Federico en su juventud. El color del costeño atardecer pasa entonces al blanco y negro de un recuerdo de 1939: una recreación del primer día en que Feliini, de 20 años de edad y aficionado al dibujo (interpretado por Tomaso Lazotti), llega a Roma y toca las puertas del diario satírico Marc’ Aurelio. El futuro director de cine vende su primer cuento (“¿Al menos me estás escuchando?”) ahí, rodeado de los intelectuales que hacían reír con sus ilustraciones a una Italia al borde de la guerra.
La cinta está llena de afecto y calidez. Es una conversación cálida entre amigos
Mientras tanto, en la provincia de Trevico, un pequeño Scola lee en voz alta la misma publicación a su abuelo. El cuento de Fellini los hace reír y ese es el primer contacto entre ambos realizadores, quienes se cruzarían en la redacción del mismo periódico unos años más adelante, cuando Fellini había comenzado ya a hacer cine. Esta vez, es Scola (Giacomo Lazotti) el que llega con sus caricaturas bajo el brazo, con la misma ambición: contar historias. En este círculo de “atletas”, surgiría una amistad de por vida. Con Vittorio Viviani como guía, la película hace un recuento de los instantes entre amigos: se pasea del banco y negro al color, de los recuerdos en las juntas editoriales al legendario estudio 5 de Cinecitta, en donde Fellini filmaba y hacía realidad sus visiones.
También se entretejen recreaciones de los recorridos en auto que Fellini y Scola, ya entrados en años, hacían de noche, (a decir de Scola, por el insomnio de Federico) que servían de confesionarios rodantes para todo tipo de personajes a quienes daban “aventón”. Uno de los más sobresalientes y cómicos es el de la prostituta Wanda (Antonella Attili), quien relata para ambos creativos el engaño de su novio. En estos encuentros, Fellini (Maurizio de Santiz) usa su famosa bufanda roja y sombrero, aunque nunca vemos del todo su cara, como sucede usualmente en los sueños. Scola lo retrata como un perpetuo rebelde, (“la total libertad es peligrosa para los artistas”, decía) alguien enamorado de la vida, quien mantuvo además una relación amistosa muy cercana con quien fuera su alter ego en el cine: Marcello Mastroianni (a quien da vida Ernesto D’ Argenio).
Así, la cinta está llena de afecto y calidez. Es una conversación cálida entre amigos, que tiene mucho que decirle a los admiradores de estos grandes directores (mezcla las recreaciones con pietaje de los filmes de Fellini) y que resultará igualmente entretenida para quienes conocen poco de ambos.