Por Hugo Lara Chávez
Si cada vez que muere una revista de cine en México hiciéramos duelo, llevaríamos un luto permanente. Pero no hay que pasar por alto lo de la revista Cinemanía, que comenzó su tiraje en septiembre de 1996 y llegó a su final este mes, con el número de agosto de 2013, el año 17 y la edición 203. El último número salió con dos portadas de “Wolverine Inmortal”, con sendas fotos de Hugh Jackman para los coleccionistas de los X-Men.
De un día para otro se supo que la revista llegaba a su final. Ni siquiera hubo un número de despedida. Aunque por años persistían los rumores de su cierre, parecía que Cinemanía había alcanzado la edad suficiente para mantenerse con vida pero no fue así, a diferencia de su competidora más fuerte, Cine Premiere, que lleva dos años más de existencia y que encabeza con éxito Carlos Gómez.
Cinemanía fue fundada por las hermanas Michelle y Leslie Fastlicht y hace unos años pasó a manos de Editorial Televisa. Tuve la suerte de ser colaborador de esta publicación desde el número 3 hasta el fatídico 203. Varios amigos coincidimos alguna vez en sus páginas: Erick Estrada (quien fue el que me llevó), Joaquín Rodríguez (q.e.p.d.), Rafael Aviña, Paco Cuevas, Mauricio Matamoros, Albert Cohen, Jaime Ramírez, Roberto Garza, Jorge Ávila (entre muchos otros) y desde luego Jacqueline Waisser y Olivier Fuentes, los dos que llegaron hasta el final adentro de la redacción, junto con Ary Snyder como directora editorial.
Recuerdo que al inicio era una revista más tradicional, con amplios espacios para desbordar la cinefilia. Los colaboradores escribíamos extensos reportajes, historia y crítica. Para muchos era la primera revista de cine donde uno podía colaborar. En mi caso, ya lo había hecho ocasionalmente en la extinta revista Dicine y en el programa mensual de Cineteca, pero Cinemanía era la primera que parecía un proyecto firme, incluso comercialmente, donde se podía disfrutar el cine, escribir y además cobrar. El crimen perfecto.
Cinemanía tuvo una buena época cuando comenzaba este milenio. Su vocación era mirar y escribir sobre el cine comercial y el cine taquillero. Era obvia su distancia de las revistas académicas, pero aun así le daba suficiente espacio al cine clásico y al de vanguardia, al de los grandes cineastas y al de los talentos emergentes, e incluso a un cine mexicano que estaba al borde de la extinción. Recuerdo la muy estimable columna de Rafa Aviña “Expedientes secretos MeX”.
A mí me tocó la suerte de escribir columnas como “La silla del director”, “La letra con cine entra”, “Ojos bien cuadrados”, “El abogado del churro”, “Los muéganos” o “De cine, mole y pozole”. Cada una buscaba aportar algo al lector, no solo datos para un cinéfilo, sino transmitir mi propio asombro y entusiasmo por el cine.
También fue una experiencia estupenda los junkets que la revista y los editores gestionaron. Muchos de los colaboradores viajamos constantemente a Los Angeles y Nueva York, e incluso, con menor frecuencia, a otros destinos de Estados Unidos, Europa y otras partes del mundo donde se filmaba. Tuvimos la suerte de entrevistar a una multitud de estrellas de Hollywood, de George Clooney a Nicole Kidman, de hablar con Alfonso Cuarón en París o con Ben Kingsley en Londres.
Esta prerrogativa de la revista obedecía a una razón comercial que las distribuidoras internacionales entendían muy bien: México es el quinto mercado del mundo por número de asistentes a las salas de cine y el décimo en recaudación. Dos posiciones nada desdeñables. Es más, de la región latinoamericana, era común que sólo se invitara a periodistas mexicanos, brasileños y argentinos. Ocasionalmente venían de otros países.
La revista se fue transformando por las condiciones económicas, como le pasó al mundo editorial en general. La tendencia fue hacer cada vez contenidos más ligeros, textos cortos y saturación de imágenes. Los contenidos cada vez menos debían voltear hacia la historia, sino atender lo inmediato, que era demasiado. La competencia de Internet redujo los tirajes.
Tal vez todo ello influyó en el cierre de Cinemanía, no lo sabemos a ciencia cierta. Creo que también se debe a decisiones empresariales muy discutibles, de la Editorial Televisa, que son al final los dueños de la pelota. Quizás a ellos la ganancia que les deja una revista de cine les parezca poca cosa. Y está claro que en este país la clase empresarial se guía simplemente por la avaricia, no por convicciones, pasiones o ideologías (a menos que al dinero se le considere como tales). Creo que lectores para Cinemanía o para otra revista de cine impresa los hay suficientes y los seguirá habiendo. Las distribuidoras internacionales así lo creen también: hablando de espectadores de cine, este es el quinto mercado del mundo.