Por Pedro Paunero
Amanece con la ansiosamente esperada “Roma” de Alfonso Cuarón. Historia íntima, somos participes del acontecer cotidiano, hasta trivial, de una familia mexicana de clase media alta. La crónica autobiográfica (memoria del mismo cineasta) se desarrolla lenta, pesa en la mirada por momentos, luego avanza magistral en sus planos secuencia en 360 grados, callejeros, en su hermosa fotografía (al prescindir del laureado “Chivo” Lubezki, Cuarón se revela fotografo). Roma reconstruye de manera asombrosa, pero asombrada también, un México que ya no existe, pero cuya problemática nos alcanza, nos traspasa. Agitación callejera, disoluci matrimonial, y, como columna vertebral, la historia de las invisibles, Cleo (Yalitza Aparicio en actuación extasiada) y Adela (Nancy García García), la servidumbre que es, al mismo tiempo, miembro más de la familia pero también “el otro”. El mixteco y el español. Pero también el inglés. La lengua de la tierra, la de la “matria”, la de la patria y la de la distopía.
Aquí no hay idealización de lo indígena. No hay chauvinismo. Hay una humanidad urbana, diaria, local, mexicana, que recorre este filme con sus niños, sus carcajadas, sus lloros, sus decepciones, y se proyecta en un tapiz más amplio, mundial, universal. Es la historia pequeña que aspira (que ya es) al mundo. Esa “micro-historia” que anuda el tejido de lo vivo.
Debemos rendirnos, y levantarnos luego, ante la asombrosa, cuidadosa construcción de época. Cleo y Adela corren por las calles de la México City de inicios de los años setenta. No es se trata de un Set artificial y artificioso. Es “la calle” de aquellos años. Son sus autos. Es su gente. Son sus edificios. Son sus perros. Alguien en la repleta sala de cine me llama la atención, (¿tendrá cincuenta años, un poco más?), cuando señala con el dedo a la pantalla. El espectador está asombrado. Cada tanto tiempo vuelve a señalar con el dedo: “¡El banco Serfín!” y “¡Esa película yo la vi con mis papás!”. Sonrío. “Yo también lo viví”, me digo, “Soy tú, compañero de la sala a oscuras, soy yo, pero también soy Alfonso Cuarón”.
Cleo sufre a la par que la familia. Un poco más. Luego mucho más. Cleo es la voz y la presencia del campo en la Urbi et orbi. Varias “romas” me asaltan la memoria cuando veo esta Roma en específico: “Mamma Roma” (1962) de Pier Paolo Pasolini, “Roma, Cittá Aperta” (1945) de Roberto Rosellini. La “Roma” de Cuarón corre en paralelo al Neo realismo italiano, se mexicaniza, es otra cosa. Su diégesis bebe de aquella fuente. Cuarón, cineasta de una película de culto y de una de las películas clave de la ciencia ficción (“Y tu mamá también”, del año 2001, aquella Road Movie erotizada y ese prodigio de plano secuencias futuristas que es “Niños del hombre”, del año 2006, una de las mejores películas de ciencia ficción jamás filmadas y que medita sobre el mundo actual a través de una metáfora de la infertilidad empática para con el Tercer Mundo), impregna en “Roma” el carácter de lo transitorio: esos aviones en un charco de agua jabonosa. Ese tráiler de la película en YouTube, que ya de por sí era una obra maestra de la manera de editar un tráiler cinematográfico (suena Pink Floyd) mientras escribe fragmentos de memoria. El “halconazo”, los palos de kendo… Aguas Blancas, Ayotzinapa, ¿es que nunca aprendemos?
Varios personajes de Cuarón viven escenas culminantes en la playa. El trío de soñadores escapistas de la mencionada “Y tu mamá también”, Sofía, la patrona de Cleo y los niños de la familia de “Roma”, ¿y qué de la llegada de la astronauta de “Gravedad”, que pone los pies en una playa, que nos parece primordial, tras vivir su melosa odisea espacial, en el Blockbuster del año 2013? La playa es escape, por supuesto, pero no necesariamente un destino idealizado para sus entes cinematográficos. La playa es una extensión de sus dramas, y se los reafirma. Las playas de Tuxpan, Veracruz (aquellos que nacimos en este rincón del norte de Veracruz y crecimos en los años ochenta, recordamos esas palmeras, esas sendas solitarias y hasta varamientos de ballenas, pero sabemos que en la Tuxpan “real”, a pesar de la Tuxpan aún “más real” de la película, jamás hubo cangrejos gigantes en ningún restaurante) son borde mortal, línea de agua, que provoca un renacer, a partir de la casi muerte, en esa familia capitalina.
“Roma” medita, también, sobre el trabajo de su creador: “Gravity” y esa película que ven en el cine “Atrapados en el espacio” (Marooned, John Sturges, 1969). El parto de Cleo y el de la niña “de otra raza” capaz de parir en el mundo estéril de “Children of Men”. “Shantih, Shantih, Shantih”, el mantra de la paz interior, que aspira a ser colectivo, a trascender el Yo en pos de la totalidad, y que tiende un lazo de humanidad entre “Roma” y aquella otra película.
Cuarón es el cineasta que ha sabido llevar a la gran pantalla, de manera silenciosa, un retrato de la compañía, que asciende a la prehistoria humana, de los perros. Ese compañero primigenio. En “Hijos del hombre” los perros acompañan a los humanos porque ya no hay niños. Los perros repletan las escenas, las enriquecen. Los griegos llamaban al perro un “doruforema”, un guardián de la costa, un farero que vigila, en una palabra, la criatura, el ente simbólico y físico, que libera al ser humano de las preocupaciones y asume el papel de un vigilante cósmico de la especie humana. En “Roma” los perros son testigos, amigos, guardianes, incluso de la memoria, que corren al lado de los niños, ¿a qué sino, obedecen esas cabezas de perros disecados de aquella escena de “Roma” en la hacienda? “Los perros que han muerto…”, explica Benita (Clementina Guadarrama) a Cleo y esta se queda pasmada ante el peso de la memoria, horrendo, pero conmovedor a la vez. El mal gusto y la truculencia pero también la dulzura por el recuerdo del animal más querido. El Eros y el Tánatos. Nacimiento en la muerte. Un bebé que no nació o que nació pero jamás vivió. Bosques que se incendian. Autos que se cambian. Matrimonios que terminan. El sufrimiento de la mujer. El sufrimiento, por incomprensión, de los niños. Hubo, a pesar de todo, una infancia. Y un barrio capitalino llamado “Roma”. La colonia Roma. “La Roma” del lenguaje coloquial. Un barrio externado al mundo. Un barrio que es ya, cine y personaje, vivo, real y más real por estar “en” la pantalla. El de los “cuarentones”, el de los “cincuentones”, el de los Millennials que estuvieron en ese otro acontecimiento cósmico que fue el Sismo 2017, espejo de obsidiana del Sismo 1985 y su Generación X, mi generación.
Reconstrucción histórica y reconstitución de la memoria (por favor, no hagamos caso a ciertas anacronías como la música de “Jesucristo Superestrella” que sonaría dos años después del tiempo en que está situada la película), “Roma” también es, de manera extraordinaria, el inicio de otra era, la de la pugna entre el cine como ente físico y el de las plataformas electrónicas por la exhibición de las películas.
Los habitantes de la “Roma” de Cuarón ven en la televisión un show en el que aparece el Profesor Zovek, nuestra versión mexicana del gran Harry Houdini, que incluso tuvo su película, llevada al cine por René Cardona en 1972, año en que perdió la vida en un accidente, cuando la generación anterior se sentaba delante de un receptor de radio, escuchando “La voz de América Latina desde México”, nosotros, habitantes de la distópica “aldea global” creemos utilizar la pantalla del móvil, o de la lap top o de la tableta, mientras esta nos utiliza a nosotros. La radio no compitió con el cine, que sobrevivió, al tener que reinventarse ante el poderío de la televisión (Cine en 3D, Cinerama, Sensorama), y que hoy vuelve a enfrentarse a las “otras” pantallas.
David Cronenberg había anunciado el futuro de la imagen y la inmersión humana en “la video arena”, con su “Videodrome” (1983). Son dos los mexicanos que se enseñorean del futuro del cine: Alejandro González Iñárritu, premio Óscar por su instalación virtual “Carne y arena” y Alfonso Cuarón con la controversia de la exhibición de “Roma” en algunos cines escogidos y masivamente en la plataforma digital Netflix. Y que buena promoción le ha hecho a la película, una de las más esperadas de la era digital.
Si todos los caminos llevaban a la Roma imperial, la “Roma” de Cuarón, una obra maestra de nuestro tiempo (no carente, a pesar de todo, de imperfecciones, sobre todo a la hora de empatizar con el público de manera sostenida), es una emanación del poderío bifronte del dios Janos, Señor de las fronteras, que reflexiona en el pasado mexicano mientras su existencia misma, su visionado visionario, mira al futuro del cine mundial.