Por Ulises Pérez Mancilla
Con Vete más lejos Alicia, Elisa Miller se consagra como el máximo exponente de un movimiento gestado de manera incidental entre los cineastas jóvenes mexicanos: El guión ha muerto para darle vida a “la idea”, y el cine se ha convertido en “pelis” abanderadas por conflictos adolescentes que quieren ir al mar, o a la nieve, o a los lugares más recónditos del mundo para filosofar sobre la subjetividad de la vida teniendo paisajes de National Geographic de fondo con una propuesta de fotografía arriesgada, pero incómoda ante lo narrado en imágenes, acaso porque es evidente que hay muy poco o casi nada qué narrar.
Cuenta Christian Valdeliêvre, el productor, que después de mucho tiempo de estar planeando la ópera prima de Elisa, un día ella llegó y le dijo: “ya la hice, tengo 30 horas de material”. Elisa alcanzó a su actriz fetiche Sofía Espinosa en Argentina, donde se encontraba estudiando y junto con su fotógrafa María Seco (especialista en este tipo de filmes) se lanzaron a Calafate a contar algo que, después de muchas horas de edición y dudas sobre “si era un corto o un largo, una obra de arte o una mierda” (según palabras del Valdrliêvre) dio como resultado el tan esperado debut de la directora cecera.
Miller abandera un curioso fenómeno que surge en el Centro de Capacitación Cinematográfica, al parecer, en generaciones indistintas. Basta ver la selección oficial de cortometrajes en competencia (este año, el CCC está representado por 12 de 47, casi el 40% de la selección) donde las formas de realización devienen en lo mismo: ideas desestructuradas, viajes, paisajes, improvisaciones y mucha, mucha contemplación (con sus honorables excepciones).
Se le preguntó en conferencia de prensa si el estilo-impulso no se ha convertido ya en un formulismo, tan convencional como en su momento fue lo propiamente convencional. Ella respondió que es su manera de revelarse contra las formas establecidas, su manera de contar historias y una opción para filmar sin tener que estar esperando ganar el FOPROCINE.
Pero la similitud de imágenes entre trabajos habla casi de un manifiesto que si bien nunca fue escrito, alimenta la creatividad de un nutrido grupo de cineastas: Hace unos días, Sebastián Hiriart (compañero de generación de Miller en los Encuentros de Jóvenes creadores del FONCA) presentaba su película casi con las mismas palabras e imágenes con que ahora lo hace Elisa, sólo que en vez de Gabino Rodríguez, con Sofía Espinosa, concluyendo su viaje de búsqueda en paisajes nevados, compartiendo obra con sus actores.
Tener una Palma de Oro en la bolsa de mano no debe ser cosa fácil. Por una lado, te da la seguridad de hacer todo lo que te propones sin rendir cuentas a nadie porque es tú idea, tu arte, tu expresión; pero por el otro, debe llenarte de pavor dada las expectativas que hay sobre ti. El extraordinario caso de Miller, sin duda, representante imprescindible del cine mexicano contemporáneo, es que con Vete más lejos Alicia evidencia ambos aspectos: se trata de un experimento que hoy presenta segura y contenta, pero también, de un evidente miedo a contar una historia, de ir más lejos.