Por Pedro Paunero
En el Best Seller, la literatura de masas encuentra un medio utilitario. Y es que hay maneras de escribir un Best Seller, técnicas probadas, lo que no significa que muchas de estas obras estén mal escritas, que hacen de este tipo de libros un medio útil para los fines ideológicos de su autor. Los libros de Tom Clancy, fallecido este 1 de Octubre de 2013, son un tipo de literatura utilitaria en varios sentidos: medios de propaganda política –muy estadunidenses en algunos de los cuales se describe un tipo de amenaza que llega de fuera y que está (y aquí me permitiré utilizar una frase del escritor Dennis Etchison): “detrás de la ubicua desintegración de la familia norteamericana”-, útiles para convencer y entretener, rápidos, eruditos en la profusión de datos técnicos y muy idóneos para ser adaptados al cine como un medio de propaganda.
Clancy creó a Jack Ryan, como un “chico bueno”, analista de la CIA, que a lo largo de varias de sus novelas llevadas a la pantalla grande resuelve embrollos que hacen tambalear momentáneamente a los Estados Unidos, poniendo al país al borde de la guerra (por ejemplo en “La caza al Octubre Rojo” a cuyas ventas contribuyó Ronald Reagan) o la amenaza nuclear (“La suma de todos los miedos”) y que finalmente alcanza la presidencia de los Estados Unidos (“Órdenes ejecutivas”).
Ryan es un ciudadano modelo norteamericano: nacido en 1950 (datos en el libro “Juegos de patriotas”), hijo de un humilde teniente de la policía y una enfermera, corredor de bolsa en un principio, logra posicionarse económicamente debido a la valiosa y oportuna información que le han proporcionado los empleados de una compañía en quiebra de invertir la pequeña fortuna que posee; padece problemas físicos (daños severos en la espalda a partir de un accidente en helicóptero durante sus tiempos de Marine), es adicto a los analgésicos, pasa varios años temiendo a volar, estudia varias carreras universitarias (entre las que destaca la Historia) y cuando accede a trabajar en la CIA es de la opinión que el terrorismo apoyado por cualquier estado es un deliberado acto de guerra. Se casa con una chica que logrará graduarse como profesora de cirugía en la Universidad John Hopkins y cuya amistad con un buen médico logrará hacerle desembarazarse de sus problemas de espalda. Ryan es tan honesto que pide la cancelación de los cheques que el gobierno le envía por discapacidad. También ha sido condecorado por la Reina Isabel II de Inglaterra pero no puede ostentar el grado de Caballero (“Sir”) por permanecer fiel a la ciudadanía estadounidense. El sueño de todo americano, ni más ni menos, que logra ascender en la meritocracia a pesar de los aparentes obstáculos.
“La suma de todos los miedos” (“The Sum of All Fears”, Phil Anden Robinson, 2002) es una de las cintas sobre Jack Ryan particularmente interesante y como otras basadas en libros de Tom Clancy resultó un producto redituable en taquilla. Lo que la hace atractiva son las diferencias que tiene con la novela que fue publicada en 1991, el año de la desaparición como Estado de la Unión Soviética e incluye datos históricos sobre la caída del Muro de Berlín y la nueva política de la URSS antes de su extinción. En esta obra un grupo de terroristas palestinos (el “otro” enemigo de los Estados Unidos) da con una bomba atómica “Mark 12” perdida de procedencia israelí (en clave militar una “flecha rota”) que manipulan y mejoran para devolverla a los Estados Unidos por considerarlos aliados y protectores de sus enemigos judíos, haciéndola explotar en uno de sus estadios más importantes, el Super Bowl. Lo que se oculta detrás de esta acción criminal es el intento de incriminación a la URSS del atentado para desencadenar una guerra entre ambas potencias y destruirlas a ambas.
La película, exhibida muchos años después, cuando los acontecimientos de agosto de 1991 habían ya transformado la geografía del Este, incluye elementos que no aparecen en el libro. Ben Affleck como Jack Ryan descubre que tras el atentado del estadio no se encuentra la ahora Federación Rusa sino un nazi (el enemigo común durante la Segunda Guerra Mundial), en realidad un neo nazi, el austriaco Richard Dressler (Alan Bates) que considera que de los tres imperios surgidos en el Siglo XX, la Unión Soviética y los Estados Unidos cumplieron con su destino pero el del Tercer Reich se vio coartado por los dos anteriores ya que Hitler había cometido el estúpido error de luchar contra esos dos frentes muy poderosos.
Clancy, uno de los padres de lo que se denomina “Tecno Thriller” y vendedor de más de 50 millones de copias de sus libros fue un conservador y republicano, llamado a veces visionario por el parecido que guardan sus escenarios literarios con el estado del mundo poco después de dar a publicar sus obras, fue abiertamente militarista y miembro del “Club del Rifle” al que perteneció también el actor Charlton Heston, una asociación que defiende el derecho a la posesión y el portar armas como un acto de defensa de la libertad “americana” y que ha sido denunciada por el documentalista Michael Moore en su controvertida “Masacre en Columbine” (2002).
No sabemos si la obra conjunta (y esto incluye las películas) del desaparecido Tom Clancy resista la mayor prueba de todas, la del tiempo, pero tiene a su favor el elemento que conforma el tiempo como sentido con el que se mide lo humano: la historia. Y todo esto presentado de la manera más inmediata y seductora posible.
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