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Al danés y exdogmático Thomas Vinterberg, autor de la más o menos nostálgica y mucho más que menos desaprovechada “Kollektivet” (La comuna), le ha tocado enfrentarse en una nueva jornada competitiva del 66 Festival Internacional de Cine de Berlín, ese miércoles, con el documental estadounidense (el segundo del género en lucha por el Oso de Oro) de Alex Gibney “Zero Days”, algo más redondo, que al menos ha logrado su objetivo de asustar, por mucho que nos deje la sensación de que sólo hemos captado una parte bastante pequeña de la historia.

Vinterberg, criado a la sombra de Lars von Trier y cofundador con él de aquel pseudo movimiento ético-estético llamado “Dogma 95”, que acabó siendo lo que algunos vimos desde el principio, una campaña de marketing en la que cayeron como moscas los críticos más sesudos, ataca de nuevo en su errática e irregular carrera. Ahora, dice que sacando recuerdos infantiles de su mochila, trata sobre aquellas comunas que los supuestos hippies pusieron en marcha para crear utópicas comunidades autosuficientes en las que se hicieran realidad los sueños de igualdad, justicia, amor libre y la-propiedad-es-un-robo.

El propio cineasta danés ha dicho aquí que echa de menos aquellos tiempos, los años 70, en los que con inocente arrojo algunos quisieron hacer realidad el paraíso en la tierra, y acabaron viendo que el sistema es muy cabrón, pero los seres humanos no le andan a la zaga. “Kollektivet” (La comuna) no es la primera película que trata sobre aquellas experiencias de convivencia, ni seguramente pasará a la historia como la mejor.

Como ha pasado con otras cintas que la han precedido en la competencia berlinesa, la lástima es el escaso jugo que al final sacan Vinterberg y su coguionista Tobias Lindhol (quienes ya colaboraron en “La caza”, una de sus mejores cintas) a esta propuesta coral, retrato de una época bastante divertida y -comparativamente con la actual- despreocupada en la que la gente andaba más urgida por ligar y pasárselo bien que por ganar mucho dinero o el suficiente para vivir, algo no tan fácil para amplias capas de la sociedad ahora mismo. Se centra demasiado en una relación triangular que es la que hará naufragar la utopía, y no incide en aspectos potencialmente divertidos. Lo único que le salva es que que “Kollektivet” es ligera y cuenta con capacidades comerciales como para salir bien parada en ventas.

Del tiempo presente, y del futuro, negro silicio, que nos espera, habla por su parte el estadounidense Alex Gibney, prolífico documentalista cuya sed de conocimiento y difusión de la información le ha llevado a interesarse por historias tan distintas como la Cienciología, la vida de Frank Sinatra, la de Steve Jobs… y ahora la guerra cibernética. El cineasta neoyorquino ganador del Oscar con “Taxi to the Dark Side” ahora le mete mano nada menos que a la que podría ser la sucesora de la guerra química, y no menos letal, la cibernética. Como los virus reales, los informáticos se propagan tan rápida como peligrosamente. Se sabe cuándo y cómo se sueltan, pero como esos memes o cadenas para ilusos que vuelven periodicamente a nuestros teléfonos inteligentes y cuentas de email, pasan a ser incontrolables hasta volverse contra los nuestros.

Todo viene a cuento de un virus informático creado por dos naciones amigas (o cómplices), llamadas Estados Unidos e Israel, que se pusieron de acuerdo para fabricar un bichito capaz de aniquilar las computadoras iraníes y desbaratar así sus planes nucleares. Se llama Stuxnet, y es un malware, una moderna arma destructora, a la que seguramente sucederán otras. Y es que como Gibney, muchos piensan que con permiso de los fabricantes de armas, que no van a dejar escaparse el negocio tan fácil, el próximo campo de batalla estará en internet y nuestras computadoras. Ahí no hay Convención de Ginebra que valga, ni Cruz-Roja ni corredores humanitarios. Como la radiación atómica, un arma cibernética no distingue entre buenos y malos, y al final puede acabar dañando también hasta a los que tiraron primero la bomba.

“Zero Days” es prolija, algo repetitiva y puede dejar preocupados pero con cara de póker a la mayoría, con la acumulación de datos y explicaciones técnicas que sólo los entendidos pueden avizorar. Pero es una alerta que no debemos ignorar.