Un nuevo libro que se publica debe ser motivo de celebración. La semana
pasada la periodista y crítica de cine Dolly Mallet presentó en la
Feria Internacional del Libro en Guadalajara su más reciente libro
titulado sugerentemente Mordiendo manzanas y besando sapos, que
se describe como “un recorrido por las heroínas más significativas de
las películas de Disney y su comparación con la evolución histórica de
la mujer en el siglo XX”.
La propuesta de Mallet –estimada amiga y colega– se orienta a
desgranar ante los lectores (especialmente ante las lectoras) los
estereotipos femeninos de Disney y su afinidad con los modelos de mujer
ideal de cada época. Ofrecemos a los lectores de CorreCamara.com el primer capítulo de Mordiendo manzanas y besando sapos, que provocará reacciones encontradas entre cierto grupo de mujeres adolescentes, pero también en sus treintaintantos, que en algo puede recordar (por su lenguaje fresco y cotidiano) a Helen Fielding y su Bridget Jones’s Diary o Candace Bushnell y Sex and the City.
¿Qué
Princesa Eres?
Dolly Mallet*
“Los cuentos tienen la
culpa”. Oí decir.
“Ellos nos han metido la
imagen del “vivieron felices para siempre” y eso no es cierto. Bueno fuera.”
“Sí, pensamos que seríamos
como Cenicienta, rescatadas por un Príncipe, o que como Blanca Nieves seríamos
despertadas con un beso de amor y nos iríamos a un castillo en un corcel blanco…
Y seguimos esperando.”
Yo callada, escuchaba
estas conversaciones, que créeme, he oído no una, sino varias veces.
“Además las “princesas”
son unas mustias. Disque muy recatadas y en realidad son bien aventadas, ¡se
van con el primero que encuentran!”
¡Vaya! Hay un gran
resentimiento contra las heroínas que todas tuvimos en la infancia. ¿Pero porqué?
¿Nos fallaron? ¿Nos mintieron? ¿O la realidad es que nosotras mismas nos engañamos
y traicionamos? Y ahora, les echamos la culpa a unos cuentos de nuestra
infancia.
Yo como tantas niñas, crecí
“educada” por estas princesas.
No me acuerdo, pero mis
papás me cuentan que la primera película que vi en cine fue Blanca Nieves y los Siete Enanos.
Dicen, que me la pasé parada la hora y media, sin cansarme (tenía 3 años, según
me informan) y que abrazaba el sillón de enfrente de los nervios de lo que iba
a pasar.
Tampoco me acuerdo, pero
mi mamá me comenta que sin saber leer, ya me había aprendido de memoria el
libro de La Bella Durmiente. Que
pasaba las páginas en el momento adecuado, como si de verdad, las estuviera
leyendo. La emoción de mi madre era tanta, que me grabó en un cassette.
Disneylandia, es y sigue
siendo uno de mis lugares de diversión favoritos. Y lo digo sin culpa, porque sé
que el tuyo y el de muchas personas más también lo es. Nos regresa a la
infancia, y nos recuerda que los sueños se pueden volver realidad.
Pero según mis amigas no.
Son patrañas. Así que me pregunté ¿en verdad estas heroínas rompieron aquellos
sueños con los que crecimos? Había que averiguarlo con bases teóricas.
Mientras estudiaba la
carrera de Ciencias de la Comunicación y buscaba un tema para mi tesis, pensé
que con éste, tendría la oportunidad de llegar al fondo del asunto. ¿De dónde
vienen las princesas de cuento? ¿Por qué están escritas así? ¿Qué mensaje nos
quieren dar? ¿Con qué objeto?
Olvidémonos de los
hermanos Grimm y Charles Perrault. La realidad es que los cuentos los conocemos
gracias a las películas de Walt Disney. Él y su compañía los hicieron masivos.
Y el cine, como cualquier
medio de comunicación, siempre tiene un mensaje social. Disney siempre fue muy
activo en eso. En el buen sentido de la palabra. Pero ahora la gente tiene rencor
porque resulta ser que el príncipe del que nos platicó, no llegó.
Mi primera tarea entonces,
consistía en entender qué pasaba en el momento histórico, en que las películas
de princesas vieron luz. ¿Qué sucedía con las mujeres que fueron a ver el estreno
de Blanca Nieves o de La Bella Durmiente? ¿Cómo vivían? ¿Esas
heroínas eran acorde a ellas, se identificaban?
Porque a nosotras ya nos
tocó el bikini y el pelo rojo y alborotado de La Sirenita. Y nos tocó la Mulán
que salva a un país, y disfrazada de hombre se va a la guerra. ¿Eso hubiera
sido permitido en los años treintas o cuarentas?
La primera pregunta a
respondernos es, ¿de dónde vienen las princesas?, ¿cuál fue su tiempo histórico?
Te prometo que me apasioné
con el tema. Descubrí cosas que jamás imaginé, prejuicios y tabúes que vienen
desde varias décadas atrás que seguimos creyendo; verdades que han ido saliendo
muy poco a poco, y que muchos han querido ocultar.
Créeme que ahora entiendo
porqué tú y yo somos así. De dónde venimos. Y porqué mi mamá es así, y porqué
mi abuela era así. Finalmente somos también producto de nuestra época, y de
todo el pasado que hemos ido cargando. Se me prendió el foco muchas veces, y
otras tuve coraje y enojo, por la gente que vivió con creencias tan falsas y
fue infeliz… ¡y lo sigue siendo! ¿Quieres continuar con esos mitos?
Por lo pronto una parte
del tema estaba resuelto: Cada princesa es resultado del momento social en que
se creó. Pero había un gran “pero”. Nosotras no nacimos ni vivimos en los
treintas, cuarentas, cincuentas, etc. Y sin embargo vimos Blanca Nieves, Cenicienta y La
Bella Durmiente. Crecimos con
ellas, y nos influenciaron igual. Sí, teníamos más opciones para escoger. Nos
podíamos disfrazar de Jazmín enseñando el abdomen, o de Aurora con un gran vestido
rosa. Nosotros escogíamos qué princesa queríamos ser ¿no? Entonces, ¿por qué
nos sentimos traicionadas?
Es cierto que después de
esta investigación, yo veía en mi abuela a una extraordinaria Blanca Nieves.
Cocinaba espectacularmente y nos tenía siempre alrededor de la mesa. Le gustaba
bailar y sí se fue con su Príncipe y vivió feliz para siempre en su castillo,
porque tuvo una actitud feliz ante la vida. Sin embargo siempre festejó mi
libertad.
Pero el shock me entraba
cuando veía a una Blanca Nieves de mi edad. Y me sorprendía al ver que existían,
como si me hubiera topado con el mismísimo Santa Claus. No, no están en peligro
de extinción. Estas mujeres jóvenes, encantadas con atender al marido y su
casa, que toman clases de cocina para siempre servir bien, cuentan con servicio
doméstico (porque ni creas que
Blanca Nieves hacía el quehacer ella sola) y su casa es su más grande orgullo.
Sí. Uno pensaría que ya no
se encuentran Cenicientas en esta época. Pero no lo niego y no lo niegues tú
tampoco. Todas, y en serio es todas, tenemos en nuestro inconsciente
colectivo aquella fantasía femenina –reforzada por las comedias románticas
hollywoodenses- de ir a una fiesta de noche, con un súper vestido, y que todos
se nos queden viendo; y así, partiendo plaza, que el “Príncipe” atraviese el
salón vestido en smoking (para modernizar el concepto) y nos saque a bailar
ante la envidia de los invitados.
Y sí, como La Bella
Durmiente queremos quedarnos acostaditas y tranquilas, y que de pronto llegue
el galán, toque a nuestra puerta, nos bese y nos casemos. Qué sencillo sería, ¿verdad?
Pues estas “princesas” están
junto de mí, comprando un café en Starbucks, o en el súper consiguiendo los
ingredientes de un pastel, o en el cine, de la mano con su príncipe. Aquí están.
No son de los años treintas o cuarentas. Y me caen re-bien.
También las Mulánes (se
oye raro en plural), que ganan más que el marido y lo mantienen. También las
conozco y admiro. Y las Pocahontas, que prefieren terminar una relación porque
más vale estar solas que mal acompañadas. O las Bellas que aman estudiar por
sobre todas las cosas; o las Sirenitas que se atreven a desafiar a la
autoridad. Las Megaras seductoras, las Janes que se lanzan a la selva con Tarzán,
y las “Encantadas” Giselles que han pasado por todas estas etapas.
Pero si la primera
conversación que te conté, fue el inicio de mi tesis; la segunda conversación
que suelo escuchar, es la que me eriza los pelos y la que me hizo buscar que
este libro llegara a ti: La guerra de princesas. ¿Quién es mejor y porqué?
En una reunión de Blanca
Nieves y Cenicientas, en las que hay varios cubiertos de plata y se toma el té
con tacitas de porcelana en manteles de encaje, oigo decir:
“Esa tonta de Pocahontas.
Dejó ir al partidazo de John Smith. Él que era extranjero, rubio, alto, ¡conquistador!
¡con mucho oro! Qué babosa. Perdió su oportunidad. Ha de ser terrible quedarse
soltera.”
O… “Mulán me da mucha
pena. La pobrecita pues no es muy agraciada y su arreglo no le ayuda. Necesita
un “fashion emergency” ya. Y luego es
medio masculina, y le interesan más las cosas de hombres… ¿no será del otro
lado?”
O… “De qué le sirve a
Bella tanto estudio, si rechaza a Gastón. ¿Para qué tanto éxito profesional si
está sola?”
Pero también he ido a las
reuniones de las Pocahontas y las Mulanes, más sencillas, sentadas entre
cojines en el suelo, una pijamada en un departamento con alteros de libros sin
recoger y abiertos todos. La cosa se voltea:
“Pobre Cencienta. Ella que
pensó que se casó con el Príncipe y dicen que sólo la tiene lavando y
limpiando. Pensó que la trataría como una reina y la usa como sirvienta.”
O… “¡Ay, es horrible ir a
la fiesta de Blanca Nieves! No tiene tema de conversación. Sólo nos platica de
sus siete enanos, sus gorritos y zapatitos, queeeeee flojera.”
Y… “Esta Aurora es una
floja, no hace nada en todo el día. Se la pasa durmiendo y cantando. Claro,
como no tiene una carrera… el príncipe se debe aburrir mucho con alguien así.
Estará muy bonita pero no tiene nada en el cerebro…”
¿Por qué? Tú dime. ¿Desde
cuándo las princesas se atacan unas a otras? ¿Por qué no son del mismo equipo? ¿Por
qué se comportan como enemigas en vez de como aliadas? ¿Por qué creen que un tipo
de princesa es mejor que otro?
Eso, querida Princesa,
también tiene que ver con nuestra historia. Con el pasado que traemos cargando.
Además de tu historia personal (que sólo bien tú sabes), me refiero a NUESTRA
historia, la de las mujeres.
No es justo. Tantos años
de lucha por nuestros derechos, como para que seamos nosotras mismas las que lo
echemos a perder y nos volquemos en nuestra contra.
Cada princesa tiene
derecho de ser como quiere ser, y así, ser feliz. Sin importar lo que digan los
demás. Cada princesa tiene derecho de ser escuchada y de desarrollarse como
mejor crea. Nadie –más que las brujas amargadas- tiene derecho de juzgar la
vida, el cuento, que cada princesa ha elegido. Y creo que cada princesa es
digna de admiración.
Hay un problema de inicio
cuando estamos enojadas con nuestro “final anti-feliz.” ¿Te has preguntado quiénes
somos? ¿Y qué queremos? ¿Qué quieres tú? De verdad qué quieres.
Olvídate de la opinión de
Maléfica o de Úrsula, la bruja del mar. ¿Cuál es TU idea de final feliz? ¿Por
qué? ¿Porque te dijeron que así debía ser? ¿O porque en verdad lo sientes?
Si eres Pocahontas, no
puedes aspirar a tener el final de Blanca Nieves. Te traicionarías a ti misma.
Por eso hay tantas Pocahontas divorciadas –y por fin contentas-, porque
descubrieron que habían aspirado a un final “feliz” que no era el suyo.
Si eres Cenicienta no
puedes esperar irte a la guerra con una espada a luchar. No es tu esencia.
Entonces, para saber quién
eres, hay que saber de dónde vienes; y después, a dónde vas.
Ésa es una de las
principales cualidades de TODA princesa. Saben quiénes son y lo que quieren en
la vida. Así tengan que luchar o
vender su voz por un par de piernas.
Pero como en todo cuento,
se requiere de arrojo y valentía para descubrirlo, para preguntártelo.
Yo tomé la aventura que
aquí te comparto. Y descubrí ante mis muy incrédulos ojos, que tengo algo de
todas las princesas. A pesar de ser hija de la post-revolución sexual, tengo
dentro de mí una parte de Blanca Nieves, Cenicienta y Aurora. Y a partir de
entender esa parte mía, he comprendido mucho mejor a estas princesas. Y las admiro
más, también.
Todas somos princesas.
Todas. Pero somos diferentes, con metas y sueños distintos. No por eso somos
mejores o peores. Somos princesas. ¿Porqué no unirnos para alcanzar nuestro
reinado?
Atrévete a escribir tu
propio cuento ¿Qué princesa eres tú?
____
* Dolly Mallet. Obtuvo un postgrado en crítica de cine en la
Universidad de Melbourne, en Australia, es autora de la novela Silvana,
la verdad de… y ha sido colaboradora de las revistas 15 a 20,
Cinemanía, CinePremiere y del suplemento Top Magazzine, del periódico
Reforma.