Pronto vendrá el vampiro
Con su cuchillo
Y hará contigo
Picadillo…
Por Arturo Garmendia
Esta ingenua ronda infantil, en voces de inocentes que juegan sin sospechar el peligro que se cierne sobre ellos, anticipa el clima macabro que adoptará “M, el vampiro de Düsseldorf“, dirigida en 1931 por Fritz Lang, obra canónica de lo que después será el género de psicópatas seriales. Sin embargo, obras posteriores mayormente celebran las “hazañas” del criminal, mejores mientras más cruentas y explícitas, en vez de ir al fondo del asunto.
Aquí, Lang pone el acento en otra parte. Ya la excelente secuencia introductoria omite mostrar lo que la ronda infantil anticipa para centrarse en el montaje paralelo de la seducción de una niña con la angustia de la madre ante la demora de su hija, para crear un clima de angustia que envuelve al espectador, que no necesita ver para sentir.
Pero, más que un thriller, lo que a Lang le interesa construir (como sucede en el resto de su filmografía) es una reflexión moral. En este sentido, lo que veremos a continuación serán los infructuosos esfuerzos policiales para dar con el criminal, pese a sus supuestamente eficaces protocolos establecidos para el caso: huellas dactilares, grafología, riguroso escrutinio de escenas del crimen, recompensas monetarias, etc.
Tales maniobras tienen consecuencias inesperadas: el celo policial, su vigilancia permanente al entorno afectan seriamente los negocios del mundo del hampa. Los delincuentes desesperan al ver frustrados sus asuntos. La acción del asesino se convierte en un problema social, que involucra a toda la comunidad. Ciertamente, lo que preocupa a ambos ámbitos son sus intereses específicos y no el bienestar de la niñez, como Lang se encarga de demostrar al presentar la displicencia de los dirigentes de ambos bandos, más ocupados en fumar, beber café o cerveza y pasarla bien antes que en salvar vidas infantiles.
Así, con una filosa ironía, Lang contrapone los esfuerzos del orden con los del “desorden” que también ponen en juego sus habilidades para ser los primeros en atrapar al criminal. Esto deja ver tanto la incompetencia como las medidas extremas (y a veces absurdas) que la sociedad y el gobierno pueden tomar con tal de controlar una situación, mientras que, más avispados, los maleantes ponen en pie de lucha a a los mendigos para seguir y cuidar a todas las niñas que deambulen solas por la calle. Un nuevo montaje paralelo da cuenta de los avances de cada grupo.
Irónicamente, el director elige a un ciego para dar con la pista definitiva del asesino, del que sólo se conoce una mancha en su abrigo. Pero el pederasta acostumbra rubricar el hallazgo de una nueva víctima silbando nerviosamente una tonadilla. [Esta es una de las primeras películas en usar la banda sonora como un recurso para nutrir la trama, y no como un mero acompañamiento]. Una vez identificado comienza su cacería por las calles nocturnas de la ciudad hasta acorralarlo en un edificio de varios pisos. Mientras sus seguidores lo buscan piso tras piso la policía trata de localizarlos a ellos.
Si de atrapar a un criminal, la consecuencia lógica es enjuiciarlo y a ello se abocan los delincuentes, en un peculiar desdoblamiento de funciones. Se celebra un juicio con todas las de la ley: un selecto jurado de ladrones. Incluso un criminal hace las veces de abogado defensor. La situación no deja de tener gracia, pero el asunto es muy serio. Los argumentos que se esgrimen. Atendiendo al auto interesado comportamiento de los dos estratos sociales s pregunta ¿Importa más el bienestar propio o el colectivo? Si este jurado ejecuta al criminal ¿Vale más la justicia por propia mano o por la vía legal? Una ejecución judicial ¿hasta qué punto nos diferencia de aquellos que asesinan sin miedo a la ley? Y por lo que toca al criminal ¿es culpable de sus actos o más bien una víctima de sus incontrolables instintos?
No hay respuestas: tal vez por primera vez n el cine nos enfrentamos a un final abierto. O, mejor dicho, brechtiano: expuestos los hechos la reflexión y conclusión quedan a cargo del espectador.