APUNTE VII


INSPIRACIÓN


Por Ulises Pérez Mancilla


Ante las crisis, siempre es saludable parar. Revitalizarse. Cuando uno siente que no puede, cuando todo parece tan lejano, tan inverosímil, tan extrañamente indiferente, siempre queda mirar alrededor. Nutrirse de ejemplos. “Necesariamente, alguien como tú ocupó el lugar que ahora ocupas”, pienso. Nadie dijo que filmar una película sería fácil. Nadie dijo que no es dolorosa la primera vez.


Para esos momentos, cual remedio de botica, más vale evocar el éxito de otros, o lo que es lo mismo, las películas de otros que alguna vez fueron sólo eso: “óperas primas en construcción”. O quizá, simplemente baste con recuperar la chispa que genera el simple hecho de amar lo que uno hace.


En Originalmente pirata (Be kind Rewind, EUA, 2008), Michel Gondry recrea un sentido homenaje a quienes hacemos películas. Miento si oculto que lloré. Y sí, su argumento fue inspirador. Como en los viejos cuentos de hadas, el francés puso al descubierto la magia del cine. Lo que nos hace amarlo más allá de cómo esté hecho, de qué cuente, o cuantos pesos hay detrás de su producción.


Motivado el deseo de filmar, uno puede reforzar su pasión a través del camino que otros ya han recorrido. La inspiración puede venir de cualquier parte. Ya sea del niño hindú que filmó su primera película a los doce años o de la ex bailarina que empezó escribiendo un blog de su vida y terminó por ganar un Oscar como guionista. La ambición puede ser tan grandes como el tamaño de nuestro ego, pero lo cierto es que muy pocos son los debuts con todo el peso de la maquinaria de la industria a su favor.


Pensar que detrás de mi ópera prima podría estar la Waner o Columbia sería un verdadero suicidio. A veces, hasta pensar que el IMCINE apoyaría a una película como Incólume parece imposible. Por eso, cuando llega el inevitable ruido que me atormenta con el estribillo: “jamás podré hacerlo”, pienso en quienes sí pudieron. Y aunque idealmente es difícil separarse de lo mediáticamente agradable que sería debutar como una Diablo Cody o cualquier figura de la meca del cine, prefiero voltear a mi realidad, pensar en términos de mi contexto y aplaudir el buen fin de aquellos con quienes comparto nacionalidad y recursos.


Y entonces me inspiro, me inspiro y pienso:


En Julián Hernández (mi primer referente de quien ama el cine) filmando fragmentadamente en 35mm durante varios meses y sin un solo peso Mil nubes de paz cercan el cielo, jamás acabarás de ser amor, forzando a las instituciones federales a ser apoyado para su postproducción una vez que fue aceptado en el festival de Berlín. En Carlos Reygadas y su polémico debut en Cannes pese a su incipiente manera de filmar y su rompimiento público con el IMCINE en aquella época, debido a su inconformidad con respecto al reparto de apoyos.


Pienso en Julián y en Reygadas la noche en que sus películas perdieron el Ariel a la mejor película en manos de una película altamente olvidable.


Pienso en Rubén Imaz venciendo los prejuicios del cine digital, realizando su tesis para el CCC sin esperar que Familia Tortuga debutara en el Festival de Venecia y se convirtiera en la joya que es. Pienso en Francisco Franco (otro precursor del HD) y en Ernesto Contreras, cuyas óperas primas, Quemar las naves y Párpados azules respectivamente, fueron ninguneadas en su calidad de proyectos en el programa de óperas primas del CUEC.


Pienso en El Mago, en el desparpajo y la apuesta honesta de Jaime Aparicio, pienso en la seguridad de Aarón Fernández por rodar en 16mm y en la frescura depositada en la puesta en escena de Partes usadas, en el lenguaje simbólico de Iván Ávila, en el arrojo de Víctor Saca y su memorable En el paraíso no existe el dolor, en la cámara inestable de Gerardo Naranjo, en la perseverancia de Ramón Cervantes, la constancia de Issa López, el formalismo de Jesús Mario Lozano, el golpe de suerte de los hermanos Riva Palacio, la agobiante fortuna de Iñarritu o en la discreta osadía de Gael.


Pienso. Y mientras filmo, me nutro y pienso.