Por Hugo Lara
Las dictaduras militares y las guerras sucias en Latinoamérica durante los años setenta y ochenta han sido tema de numerosas películas, muchas de ellas reconocidas en su momento, desde “Bajo la metralla” (México, 1982) de Felipe Cazals, “Missing” de Costa-Gavras (EU, 1982), “La historia oficial” (Argentina, 1985) de Luis Puenzo, “Post mortem” (Chile, 2010) de Pablo Larraín y “Mujeres del alba” (México, 2023) de Jimena Montemayor (que actualmente está en cartelera), entre muchas más. El cine ha servido como un recurso para exorcizar o traer a la memoria esas historias trágicas y dolorosas que vivieron tanto las víctimas como sus familiares y amigos, además de plasmar un sentir social más amplio.
Sobre esa misma línea se desarrolla “Aún estoy aquí” (“Ainda estou aqui”, 2024), la más reciente película del afamado director brasileño Walter Salles (“Estación Central”, “Diarios de motocicleta”). La cinta aborda el caso real del ingeniero y político Rubens Paiva, activista detenido y desaparecido en 1971 por la dictadura brasileña debido a sus actividades subversivas.
Basada en el libro autobiográfico de su hijo Marcelo, el guion fue escrito a cuatro manos por Murilo Hauser y Heitor Lorega, centrándose en el punto de vista de Eunice Paiva (Fernanda Torres), esposa de Rubens (Selton Mello). El matrimonio vive en Río de Janeiro en una casa a unos pasos de la playa. Su vida parece idílica junto a sus cinco hijos: Veroca (Valentina Herszage), Eliana (Luiza Kosovski), Nalu (Bárbara Luz), Babiu (Cora Mora) y Marcelo (Guilherme Silveira). Sin embargo, la armonía se quiebra el día en que los militares detienen a Rubens, quien colabora en la clandestinidad con los rebeldes que luchan contra el régimen.
Salles construye con paciencia los distintos actos del relato. El inicio nos sumerge en la vida de este matrimonio de clase alta-intelectual de izquierda, rodeado de amigos y con hijos que crecen felices, juegan y estudian. Incluso, Veroca, la mayor, viaja a Londres para continuar su formación. Pero desde el comienzo hay señales inquietantes: la presencia de militares que patrullan las calles o realizan retenes en busca de sospechosos. Hasta que, inevitablemente, ocurre lo anunciado, y todo cambia trágicamente. En este punto arranca el drama de Eunice, quien debe enfrentar interrogatorios, la cárcel, la angustia de no saber el paradero de su esposo y, al mismo tiempo, volver a casa para cuidar de sus hijos. La persona en la vida real (y el personaje en consecuencia) tienen un desarrollo más que interesante, en el marco de la lucha por los derechos humanos hasta su muerte en 2018.
El filme cuenta con varias secuencias en las que Salles imprime tonos nostálgicos, como aquellas que muestran películas familiares en Súper 8 mm, tertulias con música de Caetano Veloso y Gilberto Gil (el soundtrack es digno de mención), días en la playa y cenas casuales en una cafetería. En estos pasajes se percibe la influencia del documental, género en el que el director ha trabajado en los últimos años, desde su anterior largometraje de ficción, “On the Road” (2012), más de una década atrás. Estas escenas logran que el público se conecte con el clan Paiva, haciéndolo entrañable e imposible de ignorar.
Cuando los militares irrumpen en la casa familiar, se impone un silencio maligno. Durante el tiempo que permanecen allí, las miradas dicen más que las palabras. No hay gritos ni jaloneos; no es necesario. La zozobra es evidente. Salles recurre a este recurso en varias escenas, dejando que las expresiones y los ambientes transmitan la emoción. Un momento particularmente conmovedor ocurre en la cafetería favorita de la familia: Eunice y sus hijos regresan tras la desaparición de Rubens, y mientras el peso de la ausencia cae sobre ellos, el resto de los clientes ríe y conversa sin notar su dolor.
Quizá la película tiene algunos excesos, sobre todo en la parte final, con cierres que podrían haberse reducido, pero en general se trata de un filme con sólidos méritos artísticos y un contenido relevante que subraya la importancia de la memoria y del ejercicio de recordar episodios que han marcado tanto a ciertas personas como a toda una nación.
Apoyada en un solvente ensamble actoral, con el sobresaliente trabajo de Fernanda Torres, “Aún estoy aquí” marca un sólido regreso de Salles al cine de ficción, a temas y ambientes que le son cercanos y que se sienten auténticos. La contribución de Adrián Teijido en la fotografía y de Carlos Conti en el diseño de producción enriquecen la reconstrucción de los años setenta con gran acierto. Gracias a ello, la película ha recibido varios premios internacionales y tres nominaciones al Oscar este año: Mejor Película, Actriz y Película Internacional (lengua no inglesa).