Por Samuel Lagunas

Una mascota es un animal con estilo. Sólo que ese estilo no le es propio al animal sino que le es impuesto por nosotros, los humanos, a través, ya no sólo la domesticación o el adiestramiento, sino de la crianza. Eso hace que un animal sea mascota: que no sean sus madres biológicas quienes los enseñen a ser animales, sino que seamos nosotros quienes los enseñemos a ser los animales que queremos que sean: que orinen en un lugar en específico, que levanten la pata cuando les damos la mano, que den vueltas en el suelo o que imiten con su aparato fonador algunos de nuestros ruidos. Si logramos que nuestra mascota se comporte de esa forma que esperamos, entonces habremos triunfado como amos. En “El fantástico señor Zorro” (2009), primer largometraje animado de Wes Anderson, un zorro se debate entre conservar su apacible vida familiar o ceder a su instinto de volver a devorar gallinas. Hacia el final de la película, en el momento en que se ven asediados por los humanos, el señor Zorro lanza un llamado elocuente a todos los animales que lo acompañan a que se rindan a su “verdadera naturaleza salvaje” donde radica, en última instancia, “su talento puro”. Es una exhortación a dejar de comportarse como animales domésticos —o como mascotas— para volver a ser animales puros.

Pero si “El fantástico señor Zorro” contaba una fábula encantadora y ácida sobre la naturaleza de los animales salvajes, “Isla de perros” parece tomar el camino opuesto. Estamos en Japón. Una voz en off nos cuenta un pasado remoto en el que los perros vivían paradisiacamente como mascotas hasta que una dinastía de gatos se opuso a ellos y trató, infructuosamente, de desbancarlos. Ese combate, nos informa la voz narrativa, ha persistido por siglos y siempre ha habido gatos que se han valido de algunos humanos para alejar a los perros y tratar de vencerlos por completo. Con ese tono legendario, estupendamente sostenido a lo largo de toda la cinta por la marcialidad de los tambores que domina la música de Alexandre Desplat, nos enteramos de que, en un futuro no muy lejano al nuestro, el gobernador Kobayashi (Ken Watanabe) emite un decreto de deportación canina debido a que hay una serie de epidemias en los perros que ponen en riesgo la vida de sus amos. El primer perro en ser enviado a la Isla Basura es precisamente Spots (Liv Schrieber), la mascota y guardián de Atari (Koyu Rankin), su sobrino lejano quien, tiempo después, se embarcará en una búsqueda transinsular para recuperar a su mascota. La sencillez de esta trama se enriquece con la pandilla de 5 perros que acompañará a Atari en su misión en la Isla Basura y con el club de periodismo de la escuela de Atari que, liderado por la estudiante de intercambio Tracy Walker (Greta Gerwig), buscará sacar a la luz pública el malévolo plan que se esconde detrás de las acciones del alcalde Kobayashi.

Este coro de personajes se transmuta en una torre de idiomas donde la traducción juega un papel intencionalmente protagónico: los ladridos de los perros, se nos advierte al principio de la cinta, han sido doblados al inglés, mientras que los humanos hablan en su idioma natural —el japonés— aunque siempre atravesados por una mujer de la televisión cuya única tarea es decirnos en inglés lo que están hablando los demás. Hay allí un chiste sobre imperialismo y cultura que no se puede pasar por alto: el Japón que conocemos de las estampas de Kanagawa, Hokusai y de los haikus es, como las mascotas, un Japón con estilo y ese estilo se lo hemos impuesto los occidentales (orientalismo, fue el término propuesto por Edward Said para describir esa manía que tenemos los occidentales de estereotipar otras culturas).

Más allá de los periplos lingüísticos en los que la cinta se regodea, “Isla de perros” hace gala de otro estilo: el de Wes Anderson. Sorprende que, a pesar de la rigidez casi litúrgica de su fotografía, cada plano se sienta tan vivo y, gracia al montaje, se encadene a los demás provocando un dinamismo y una limpieza pocas veces lograda con la técnica del stop-motion. Hay una serie de elecciones técnicas que apuntan a ese hallazgo: 500 muñecos de perros forrados con alpaca, la eliminación de cuadros intermedios en el cambio de expresiones de los personajes y el empleo de dos fotogramas para cada acción (shooting on twos), lo que elimina casi por completo la artesanía del modelado que para otros estudios, como los Aardman, se ha convertido en la cualidad más importante. Sobre los personajes humanos y no humanos de Wes Anderson no se percibe el dedo del escultor; en vez de ello, cada uno de sus movimientos presume una elegante autonomía. A la pulcritud del trabajo de animación hay que añadir la fotografía de Tristan Oliver, responsable también de la ensalzada “Cartas de Van Gogh” (Dorotha Kobiela y Hug Welchmann, 2017), quien consigue dotar a cada cuadro fijo de tantas capas y texturas que hacen que cada escena sea tan despampanante como la anterior y al mismo tiempo tan única.

Toda esta riqueza visual no empalaga al espectador, como sí ocurría en “Cartas de Van Gogh”, debido a la ligereza y a la ironía de los diálogos y al sencillísimo, pero bien cuidado, andamiaje narrativo y dramático que une a los personajes. Atari, un niño sin un riñón al que se le ensarta un fierro en la cabeza deberá aprender que las mascotas también tienen derecho a decidir, como el señor Zorro, si quieren ser mascotas o no; mientras que el perro callejero Chief (Bryan Cranston) descubrirá que morder no es la única forma de relacionarse con los humanos y que tener un amo no implica una derrota de su especie. Plagada de personajes simpáticos y de ocurrencias absurdas como la subtrama de los perros caníbales o la secuencia en el triturador industrial de basura, “Isla de perros” es no sólo un hito técnico en la historia de la animación sino una manifestación contundente de que el estilo de Wes Anderson es capaz de convertir casi cualquier idea (la de un animal perdido en la basura, por ejemplo) en una maravilla cinematográfica.    

Ficha técnica:
Año: 2018. Duración: 102 min. País: España. Dirección/Guion: Wes Anderson. Historia: Wes Anderson, Roman Coppola, Kunichi Nomura y Jason Schwartzman. Fotografía: Tristan Oliver. Música: Alexandre Desplat. Reparto: Edward Norton, Scarlett Johansson, Bryan Cranston, Tilda Swinton, Bill Murray.