Por Diego Martínez García
Premio Distrital
Crítica 3 de 3 (Escrita durante el seminario)
En “La gran belleza” (“La grande belleza”, 2013), del director italiano Paolo Sorrentino, el periodista Jep Gambardella (Toni Servillo), después de cuarenta años de haber publicado su ópera prima, es incapaz de escribir un nuevo libro a causa de la mundanidad que abruma su existencia, pues tras la pérdida de un primer y joven amor, asegura, no ha podido encontrar la verdadera belleza, fuente de toda su inspiración. Como un avejentado y desilusionado Marcello Mastroniani en “La dolce vita” (1960), Gambardella es el anfitrión indolente y aburrido de inmensas y adineradas fiestas. Pasea con la carga del insoslayable abatimiento por la calles de una Roma decadente y frívola que sobresale por encima de aquella clásica, sacra, renacentista, de la que tan sólo permanecen sus ruinas, en un sentido metafórico. Se ha pervertido ya la Roma escultórica de Miguel Ángel o Rafael, la de Fellini y su emblemática fuente de Trevi, en donde ya no se baña la sensual Sylvia (Anita Ekberg), sino un paseante viejo, gordo y sudoroso que tan sólo desea refrescarse.
A través de un montaje dinámico y vertiginoso, una fotografía simétrica e impecable y largos y complicados ‘travellings’, las referencias a “La dolce vita” como parte de ese pasado perdido y a la vez añorado son constantes e inmediatas. Al mismo tiempo, el contraste de la música, que va desde la Sinfonía Nº3 de Henryk Górecki al omnipresente remix de “Far l’Amore” de Raffaella Carra, habla de una Roma moderna en la que conviven simultáneamente la nobleza y la vulgaridad, la honra y la deshonra, el elogio y la ignominia. Y en medio de este desplante de contrastes, mientras Sorrentino hace homenaje a su referente inmediato de la cinematografía italiana, Jep Gambardella refrenda su discurso derrotista al reprender a un personaje en su propio círculo de amigos, usualmente autocomplacientes, de manera lapidaria: “Tienes 53 años y una vida devastada. Como todos nosotros (casualmente “La dolce vita” se estrenó hace 53 años). Estamos todos bajo el umbral de la desesperación. No tenemos más remedio que mirarnos a la cara, hacernos compañía, tomarnos el pelo.”
Con tono melancólico, “La gran belleza” retrata esa nostalgia por un pasado irrecuperable ante un presente cada vez más frívolo y decadente tanto en un sentido artístico, religioso y –veladamente– político que se refleja a través de la ridiculización de extraños performances “vanguardistas”, mediante la caricaturización de personajes canónigos, o la “Berlusconización” de la cultura italiana, en general, retratada en esas orgiásticas bacanales.
Así, al señalar la futilidad de estas categorías, e inserto en parte de la misma expresión artística que critica, el metalenguaje de Sorrentino carga en el argumento su propia condena. Sin embargo, se redime hacia el final de la obra banalizando también su discurso en el gesto y la afirmación de un Jep Gambardella que, inútilmente, ha deseado desaparecer para darse cuenta que la existencia misma no es tan agobiante pues, “en el fondo, es sólo un truco”, murmura.
“La gran belleza” no es sólo un homenaje explícito a “La dolce vita” de Fellini y al resto de la cultura italiana que, irremediablemente, se ha hundido en una vorágine de decadencia. Es también una reflexión sobre la ambivalencia que implica el que la vida, y todo lo que hay en ella, sean insignificantes, para aprehenderlo de manera devastadora, o bien, esperanzadora. Finalmente, es lo que el escritor francés Louis-Ferdinand Céline (valga la cita al inicio de la película) llamaba un ‘Viaje al fin de la vida’:
“Viajar es muy útil, hace trabajar la imaginación.?
El resto no son sino decepciones y fatigas.?
Nuestro viaje es por entero imaginario.?
A eso debe su fuerza.?
Va de la vida a la muerte. Hombres,?
Animales, ciudades y cosas, todo es imaginado.?
Es una novela, una simple historia ficticia.?
Lo dice Littré, que nunca se equivoca.?
Y, además, que todo el mundo puede hacer igual.?
Basta con cerrar los ojos.?
Está del otro lado de la vida.”