Por Pedro Paunero
El cuento: en el amplio corpus que conocemos como cuentos de hadas, de los que se han ocupado estudiosos como Todorov (análisis estructural), J. R. R. Tolkien (mitopoiesis) y Bruno Bettelheim (psicoanálisis), existe un grupo de narraciones iniciáticas cuya temática consiste en describir, a través de metáforas, el acceso a la vida adulta, el fin de la infancia y un cierto dejo traumático que sufren los personajes en el proceso. A este grupo pertenece la inicial historia oral de la Bella Durmiente de la cual se ocuparían, con el tiempo, autores como Charles Perrault en 1697 y folkloristas como los Hermanos Grimm en el Siglo XIX, misma que se puede resumir así:
“Érase una vez una pareja real a quienes les nació una hermosa niña. A su fiesta de presentación llegaron las hadas que le otorgaron dones como regalos: belleza, bondad, gracia, facilidad para el baile, para el canto y la interpretación de instrumentos musicales. Los reyes olvidaron invitar al hada malvada que apareció colérica para maldecir al bebé: se pincharía el dedo con el huso de una rueca y moriría a los dieciséis años. Pero no todo estaba perdido, una última hada apareció y exclamó: “La niña se pinchará el dedo pero no morirá. Se dormirá cien años y entonces un príncipe le despertará”. El rey hizo destruir todas las ruecas del reino pero el hada malvada, convertida en hilandera, le enseñó a la niña un huso puntiagudo. Ella se pinchó y cayó dormida. El hada buena puso a dormir a toda la corte mientras un bosque impenetrable ocultaba el castillo. Cuando el príncipe llegó, atravesó el tupido bosque y encontró a la bella dormida, le besó, la corte despertó y los príncipes enamorados festejaron con una boda.
Cuando despierta la naturaleza: en la ninguneada versión cinematográfica de Disney (Clyde Geronimi, 1959), película que representó un fracaso de taquilla, que recientemente se ha revalorado como una de las mejores cintas de animación de la historia y que incorpora la música del ballet del mismo nombre del compositor ruso Tchaikovski, la metáfora es transparente: la princesa recibe el nombre de Aurora, las hadas, que son tres, tienen nombres como Flora, Fauna y Primavera. Flora le otorga a la niña el don de la belleza, Fauna una voz hermosa. Maléfica hace su aparición y Primavera es la encargada de resarcir la maldición otorgando el don del sueño (invernal) a Aurora para que, como su nombre indica, despunte en el día, lo haga con toda la belleza de la naturaleza fértil y terminen casándose. La fertilidad a los 16 años, tras un pinchazo de deseo, y la llegada del elemento masculino a través de un tupido matorral sexual.
Erotismo y cuentos de iniciación: Yasunari Kawabata, primer Premio Nóbel de Literatura japonés (1968), escribió “El palacio de las bellas durmientes” (Nemureru Biju, 1961), quizá su obra más conocida, inquietante y hermosa y fuente de inspiración de la novela “Memorias de mis putas tristes” de Gabriel García Márquez, quizá la peor novela de este último. En el cuento una anciana ofrece el servicio de jóvenes bellas, dormidas, a ancianos solitarios, al lado de las cuales se puede dormir sin tocarlas:
-Y le ruego que no intente despertarla, aunque no podría, hiciera lo que hiciese. Está profundamente dormida y no se da cuenta de nada -la mujer lo repitió-: Continuará dormida y no se daría cuenta de nada, desde el principio hasta el fin. Ni siquiera de quién ha estado con ella. No debe usted preocuparse.
Vadim Glowna llevaría al cine la versión de la narración de Kawabata bajo el título original de “Das Haus der schlafenden Schönen” (2006).
Narración turbadora en dónde los huecos de una existencia declinante e insatisfecha (la del anciano Eguchi que llega a solicitar dicho servicio, en el cuento) pretenden llenarse con el deslumbre efímero de la belleza joven y fresca a la que se le contempla desde las orillas, las fronteras no traspasadas del sueño.
La Trilogía de la Bella Durmiente de Anne Rice: el camino que va desde la metáfora del despertar sexual inmerso debajo del cuento de Perrault y los Grimm, pasando por la narración de Kawabata (y su versión cinematográfica) a la trilogía erótica (para muchos pornográfica) de Anne Rice, la célebre autora de “Entrevista con el vampiro” (1976), bajo seudónimo (A. N. Roquelaure), es obvio y comprensible. En esta trilogía (El rapto de la Bella Durmiente, 1983, El castigo de la Bella Durmiente, 1984 y La liberación de la Bella Durmiente, 1985) Bella, la protagonista, es despertada por la violación del príncipe, secuestrada y llevada al castillo de su amante para servir como esclava (sexual) bajo un tratamiento sádico. Buena recomendación para lectores en busca de literatura sadomasoquista aderezada con elementos preciosistas… o kitsch debido, precisamente, a esos elementos de cuentos de hadas. Todo depende del punto de vista del lector.
La otra bella durmiente: una de las cintas más inquietantes del 2011 es “Sleeping Beauty” de Julia Leigh, película australiana nominada a la Palma de Oro en el Festival de Cannes. En esta historia la hipnofilia del cuento de Kawabata cede a un tipo de sadismo que cada vez se extiende más entre un grupo de población elitista y sofisticado. Una manera de divertimento para seres vacíos y aburridos. En la historia de Lucy, joven de baja estatura y belleza etérea y frágil, interpretada por Emily Browning, cabe la compasión y el susto. Narrada a través de elipsis, escenas convertidas en viñetas (para usar un término literario) que dejan mucho sin explicación, somos testigos de la vida quebrada de una chica que trabaja como mesera, como fotocopiadora en una oficina, que es estudiante, prostituta por gusto y prostituta por necesidad (no precisamente en ese orden o prioridad y si con mucho de confusión narrativa), que conoce a una Madame que la introduce en el mundo de la prostitución de alta categoría, estilizada y parafílica: primero como camarera en lencería en una secuencia que recuerda el sadismo de las novelas de Anne Rice para posteriormente, ya iniciada en el negocio, ser drogada con una bebida servida en tazas de porcelana, convirtiéndose en una belleza durmiente, puesta como muñeca de carne y huesos en una habitación a la que accederán los viejos clientes desengañados –en el fondo tan dignos de lástima como ella- que harán con este cuerpo ajeno, prestado a voluntad para los otros, otorgado en un sueño sin sueños, lo que deseen… para despertar, esa bella durmiente, como si ese tiempo de hastío y sacrificio, esos fragmentos de muerte, no hubiesen existido nunca:
-Y como el sueño hace maravillas, vas a sentirte profundamente restaurada.
Dirá Clara, la Madame y un elegante pero anciano cliente narra una anécdota que culmina con la frase: “todos mis huesos están rotos” a lo que una compungida Clara exclamará: “Estarás a salvo. No es necesario avergonzarse aquí. Nadie puede verlo. Nuestras reglas deben ser respetadas. Sin penetración.”
Aquí no hay besos de príncipes, sólo deseos insatisfechos de ancianos libidinosos, no hay hadas, sólo destinos oscuros, no hay dones sobrenaturales, sólo una belleza pronta a marchitarse y fenecer.
La impotencia masculina, anuncio de muerte próxima, es intercambiada a través de un simple negocio, por un sueño de cuasi muerte: fragilidad por fragilidad. Película de una hermosura fría, dura, no siempre satisfactoria, que nos habla de un mundo al borde del desastre dónde el sueño de Bella es arrebatado porque también ahí, en la entrega de quien duerme, la corrupción alcanza los rincones más íntimos.