Por Jorge Gamboa*
Un hombre maduro se baña mientras escucha un programa radial donde se describe un plantón que ha paralizado a la ciudad y que ha causado pérdidas económicas tremendas, las únicas perdidas que en verdad importan para el discurso oficial. La voz habla de manera abstracta sobre las demandas de los manifestantes y repite la defensa del anónimo presidente de la república sobre la prosperidad y estabilidad nacional. En el departamento vecino, una joven aspirante a la Universidad Metropolitana camina sobre un piso repleto de basura y ropa sucia. Afuera del edificio, los manifestantes acampan en la banqueta, formando una efímera comunidad cuyo futuro será determinado por el (dudoso) triunfo de su causa o por el desmoronamiento interno y las agresivas presiones externas. Como una llamarada que devora con rapidez sus alrededores, el plantón afecta inmediatamente a los dos inquilinos. Martin Cuevas (Juan Carlos Colombo) pierde su trabajo como vendedor en una tienda de ropa cuando el propietario debe cerrar el negocio, condenando al desempleo a Martin y a su colega Elba (Susana Salazar). Y debido a que la universidad ha sido tomada, el futuro académico de Flavia (Sofía Espinoza) es incierto. Peor aún, su estabilidad económica se encuentra amenazada por los problemas matrimoniales de sus padres, los financieros de la vida “independiente” de Flavia.
“Los bañistas” (dirigida por Max Zunino, quien escribió el guion junto con Espinoza) es una comedia sencilla tanto en trama como en ejecución narrativa y formal, encauzada hacia la interacción entre dos personajes aparentemente dispares que logran escaparse de sus ensimismamientos a través de su relación forjada a regañadientes. Película filmada sin estímulos económicos del erario, la sencillez comienza desde antes del inicio: la ausencia de créditos o logos de los fondos económicos. El elemento económico indudablemente tiene una influencia sobre cómo se realiza esta cinta y es notable que buena parte de ella esté filmada a través de encuadres muy cerrados que se enfocan en espacios limitados o en close-ups. El mundo de estos personajes es un mundo cerrado, reflejo de sus estados emocionales y de la parálisis provocada por la huelga.
Martín es un hombre serio, taciturno y disciplinado, un caballero chapado a la antigua que platica más con los derruidos maniquíes de su tienda que con otros seres humanos. Su súbito despido echa de cabeza el orden de su vida y el redescubrimiento de una novela abandonada despierta el viejo fantasma de su gran amor (Arcelia Ramírez). Flavia es una malcriada y petulante niña que, según su tía, “quiere jugar a ser grande.” Flavia toma comida ajena y solamente pide permiso posteriormente, no es ajena a hurtar comestibles y se dedica a desquitarse con otras personas en formas mezquinas e irritantes. Como arquetipo, Flavia resulta interesante, pues es una especie de “Amélie” mexicana egoísta y acida, una espléndida subversión de lo que el crítico estadounidense Nathan Rabin bautizó como “manic pixie dream girl”: chicas que como Amélie protagonizan comedias románticas donde la vida de un hombre gris y abstraído es cambiado radicalmente por la aparición de una joven extrovertida que se comporta de manera impulsiva y sin estar atadas a las reglas de la sociedad, usualmente paseando en bicicleta y usando ropa de estilo bohemio. Pero las acciones de Flavia por “mejorar” el mundo rayan en lo fatal: libera un pájaro enjaulado de Martín y este es cazado por su gato.
Las circunstancias y la necesidad unen el camino de estos personajes. Tienen en común un individualismo necio. Los dos tienen refrigeradores sin contenido y los dos evaden su realidad durante su primera conversación. Martin dice que trabaja, Flavia dice que estudia. Durante el transcurso de la película, los personajes poco a poco abandonan su abstracción y comienzan a solidarizarse entre sí y con otros. Flavia establece una relación con el simpático manifestante Sebastián (Harold Torres) quien desea arreglar su coche descompuesto para irse a viajar y abandonar una lucha que no tendrá un final satisfactorio. Eventualmente, los mundos de Flavia y Martin se unen al de los manifestantes se forma una especia de centro comunitario en el comedor de Martin mientras cada huelguista espera su turno para hacer uso de la regadera.
La ligereza y el tono cordial de la película son bienvenidos, aunque en ocasiones resulta contraproducente. No logramos vislumbrar la totalidad de los personajes o de todos los aspectos de su interioridad. Aparecen pistas y esbozos sobre sus pasados atormentados y sus relaciones, pero mucho de esto resulta algo escueto. El tercer acto resulta apresurado y el final es abrupto. El trayecto emocional de los personajes ocurre de manera muy interna. Y aunque es clara la intención de la película de hablar en pro de la solidaridad y manifestarse en contra de la indiferencia asidua de los personajes, resulta algo chocante que el final de la película consista en la partida de Flavia y Sebastián en u bocho que ha de llevarlos lejos del plantón de sus amigos y del plantón inacabado y, por lo tanto, de una situación actual que permanecerá por mucho tiempo, independientemente del escape de estos protagonistas.
Aún con estos elementos algo desentonados, es loable la comicidad humana de la cinta. El humor proviene de la naturalidad de los personajes y del buen uso de la edición y de los encuadres para explotar el humor. La primera revelación de la fila de bañistas detrás del taciturno y solemne rostro de Juan Carlos Colombo es un gag destacable. Entre los triunfos de “Los bañistas” se encuentra precisamente ese rescate del carácter humano de todos los sus personajes, incluido a los vilipendiados manifestantes que se atreven a demandar un trato digno. Aunque los encuadres no muestran mucho de los espacios, se nos permite vislumbrar una humanidad que frecuentemente se pierde en un mundo saturado de información, pero carente de las comunicaciones más esenciales.
*Finalista del III Concurso de Crítica Cinematográfica