El portal del cine mexicano y mas

Desde 2002 hablando de cine



Noticias

2021-04-02 00:00:00

Motociclistas en armaduras. 40 años de «Knightriders», la película más atípica de George A. Romero

Por Pedro Paunero

“Knightriders” (1981), de George A. Romero, se sitúa en su filmografía como la película más atípica que dirigiera, al lado del documental “O.J. Simpson: Juice on the Loose” (1974) y la comedia “There's Always Vanilla” (1971). Filmada después de “El amanecer de los muertos” (Dawn of the Dead, aka Zombi, 1978), aquella película de zombis que llevó a la consciente crítica social el subgénero zombi, “Knightriders” resulta elegíaca al trasponer un mundo desaparecido –el medieval, con sus justas de caballería–, a una modernidad de motocicletas Honda y chamarras de cuero. Estrenada el 10 de abril de 1981, compitió curiosamente, en taquilla, con “Excalibur”, la bellísima adaptación que hiciera John Boorman de la obra de Sir Thomas Malory, el enigmático autor que refundió en un todo armonioso –La Morte d'Arthur, publicado en 1485–, todos los relatos sueltos del Ciclo Artúrico. 

La película cuenta la historia de un grupo de deportistas que cambian el caballo por la moto, y se enfrentan en “buena lid”, como aquellos caballeros de antaño, lanza en ristre, para derribar de la montura al oponente en torneos de caballería reinventados. Comienza en el bosque, donde Billy (Ed Harris), también llamado Sir Williams, el rey, despierta desnudo entre los árboles y la hierba y, con él, lady Linet (Amy Ingersoll), su novia, en igual estado; hasta el momento todo parece indicar que estamos viendo un romance medieval, con Billy velando su espada, entrando en las aguas de un río en estado extático, y a la propia Linet ciñéndose una corona, para luego ayudarlo a ponerse la armadura, pero pronto vemos la motocicleta, al poco de bajarse Billy la visera del yelmo, y cómo la pareja emprende el camino, rodando hacia el campamento donde se desarrollará el torneo.

En una extraña mezcla de ficción a lo Terry Gilliam y documental sobre una moderna feria temática, vemos los preparativos: la forja de las armas sobre un yunque, la talabartería experta, la carpintería y el pintado de los emblemas que cada caballero portará, así como la preparación de los alimentos. Aparece aquí el actor, maquillista y experto en efectos especiales Tom Savini, uno de los habituales colaboradores del realizador, como Morgan, el “Caballero Negro” que se opone a los ideales de grupo de Billy, y el escritor Stephen King, con anteojos, gorra y cara de bobalicón, metiéndose unos sándwiches entre pecho y lomo, al lado de su esposa Tabitha, como público asistente, en unos cameos que resultan tan divertidos como desagradables a partes iguales, mientras va expresando estupideces como esta:

–¿Sabes? No tengo las bolas para usar algo por el estilo.

Y, más adelante:

–Sólo son acróbatas, como los luchadores de la televisión. En la boca tienen bolsas de sangre, ¿sabes qué quiero decir? –mientras se mete el dedo a la boca y se le cae un pedazo de sándwich.

El autor andaba por ahí, en el set, debido a los planes de adaptación que Romero hiciera de sus historias en “Cuentos macabros” (Creepshow, 1982), y a ambos les pareció buena idea su inclusión en la película. Y, mucho antes de la forzada inclusión de estos tiempos, también aparece el personaje de Sir Rocky, que desde el principio vence a Sir Marhalt (Scott Reiniger) en la justa, y que resulta ser una chica (Cynthia Adler), un Merlín (interpretado por el cuentacuentos afroamericano Brother Blue), que en realidad es el médico del campamento, un fraile Tuck (John Hostetter), una pareja interracial (chica blanca, chico negro), y hasta un Pippin (Warner Shook), en franco homenaje a Tolkien, y que aún no sabe si es gay o no, que llevan la ficción al terreno del juego del rol, aderezado con escenas al más puro estilo de “Mad Max”, y que se adelanta –y de forma por demás armoniosa– al citado Hollywood “inclusivo” e hipócrita de hoy. Los enfrentamientos en “Knightriders” no carecen de emoción, aunque resulten algo lentos para los estándares actuales.

Varias de las inquietudes que Romero había ya mostrado en sus dos mejores películas de zombis, “La noche de los muertos vivientes” (Night of the Living Dead, 1968) y la citada “El amanecer de los muertos”, reaparecen en “Knightriders”, a saber, la crítica social y al consumismo, así como la corrupción encarnada en el Sheriff Rilly (Bingo O'Malley), que sólo desea un soborno para dejar actuar a la troupe a sus anchas, y seguir manteniendo los ideales de Camelot –la justicia y la verdad–, sin perder el “American Way of Life”, o cambiarlos por la mera supervivencia y la disgregación del grupo. Como es obvio –en el personaje lleva la penitencia–, Morgan sucumbirá a los encantos de un productor de espectáculos, por lo menos momentáneamente, y se entregará –con una parte de “rebeldes” que lo seguirá– a una vida disipada de lujos, droga, sexo y rocanrol como buen aspirante a cumplir el American Dream, antes de arrepentirse, reclamar la corona con todas las de la ley y tomar su sitio en el trono, ante la mirada llorosa –pero resignada, que para eso es el bueno de la peli– de Billy, a quien no le queda otra que morir –como los Reyes Sagrados de la antigüedad, que eran sacrificados, una vez que su sucesor aparecía en escena– en el último tramo de la película, que se convierte en una decidida Road Movie que, francamente, conmueve debido a su aparatosa muerte, tras los varios minutos de aburrimiento –cualidad inherente al cine de Romero– en que la cae la historia.

“Knightriders” cumple 40 años y lo hace como una pieza de colección en la filmografía de un realizador que se ganó, y justamente, la fama de director de culto; después de todo no cualquiera crea todo un subgénero cinematográfico, consciente o inconscientemente al principio, como lo es el de las películas de zombis, con toda su subcultura pop bien desarrollada, ubicua y permanente. Vale la pena de ver y revisitar por aquello que apunté al principio: ese dejo de romanticismo nostálgico –digámoslo abiertamente, en muchas ocasiones trasnochado y cursi, pero que no deja por ello de ser encantador–, de veras sincero que lo impregna, y que explica mucho del fenómeno cultural que representan las ferias y parques temáticos a nivel mundial, los desfiles o marchas –la zombi, incluida– y los Festivales Medievales actuales.

Como le dice el Mago Merlín a Arturo, en una cita recuperada para el prólogo de la novela “El libro de Merlín” de T. H. White (autor citado en la película que nos ocupa, por cierto), en la edición española de Bruguera, cuando aquél supone que ambos serán olvidados en los años futuros: “(…) si mil quinientos años y otros mil más son una medida de olvido, puedes decir que hemos sido olvidados.” En “Knightriders” no hay zombis pero sí un afán maravilloso de invocar –para hacerlas presente– a las criaturas de la leyenda, para que no sean olvidadas en medio de un mundo desangelado, que hace aguas, temas a los que volverá Romero a lo largo de casi toda su filmografía –un mundo que colapsa, en el cual la fuerza de cohesión del grupo superviviente hace avanzar la trama de forma esperanzadora–, imprimiéndole así un particular sello propio, crítico y digno de ser estudiado.