Por Hugo Lara


Larga y estrecha ha sido la relación de Gabriel García Márquez con el cine, a decir suyo “como un matrimonio mal avenido”, donde uno no puede vivir sin el otro, a pesar de las dudas y con la bendición del eterno deseo por encontrarse plenamente en la próxima ocasión de estar juntos.


El premio Nobel colombiano (Aracataca, 1928) es de aquellos narradores que se han formado bajo la influencia del cine, a tal grado que su estilo literario, de acuerdo a sus propias confesiones, tiene un marcado sesgo cinematográfico. Desde su infancia, García Márquez fue cautivado por la magia del celuloide, al que consideraba como el medio más completo para expresarse, por arriba de la literatura, pues en él era posible trenzar los recursos de la palabra con las imágenes y los sonidos. Con esta convicción, en sus inicios como periodista, primero en “El Heraldo” de Barranquilla y luego en “El Espectador” de Bogotá, dedicó mucha tinta a sus reflexiones sobre este arte-espectáculo. En esa etapa, su formación literaria transcurrió por un momento decisivo de maduración hasta convertirlo en el mejor cronista de su país, nutrido además con las películas del neorrealismo italianas. Su gusto cinematográfico era dominado entonces por Vittorio De Sica, Luchino Visconti o Roberto Rosellini, así como el guionista Cesare Zavattini.


En 1954 participó por vez primera en la realización de un cortometraje, “La langosta azul”, codirigida por Luis Vicens y Alvaro Cepeda Samudio. Según se tiene registrado, la intervención de García Márquez en la cinta fue más bien minúscula y su nombre en los créditos se debió sobre todo a un gesto de deferencia por cuenta de sus amigos. No obstante, este primer antecedente le sirvió para detonar su afán vehemente que en lo sucesivo lo alentaría para hacer cine.


Durante su primera estancia en Europa como corresponsal, a fines de los años 50, García Márquez pasó por el Centro Experimental de Roma para estudiar cine y buscar un acercamiento con Zavattini, considerado uno de los mejores guionistas del mundo en esa época. Adicionalmente, en Francia pudo vivir de cerca las originales expresiones fílmicas de los jóvenes directores de la “Nueva Ola”, como Truffaut, Godard o Resnais.


Las aventuras de un guionista colombiano en México


El cierre del diario para el que trabajaba en Colombia lo sorprendió en su viaje por Europa y, tras una serie de escalas, finalmente arribó con su familia a México en 1961, con poco dinero y con el firme propósito de iniciar una carrera dentro del cine. A la sazón, la situación de esta industria en el país se encontraba alicaída, pues los esquemas de producción y las fórmulas creativas estaban empantanadas. En contraparte, una generación de jóvenes cineastas comenzaba a escalar con nuevas ideas y propuestas. No sin problemas, en este nicho García Márquez encontró su lugar, al mismo tiempo en que continuaba su quehacer literario cada vez más reconocido, con algunos cuentos y novelas ya publicadas.


En 1964 obtuvo sus primeros encargos fílmicos: la adaptación y el guión de las películas “Lola de mi vida”, de Manuel Barbachano Ponce, sobre un cuento de Juan de la Cabada; y “El gallo de oro”, dirigida por Roberto Gavaldón, basada en un relato de Juan Rulfo. Sobre ésta última, es sabido que García Márquez trató de ceñirse con fidelidad a la obra del literato mexicano que tanto admiraba, aunque el resultado final fue insatisfactorio, a pesar de haberse auxiliado en los diálogos de otro buen escritor, Carlos Fuentes. En buena parte, ello se debió a un exceso de solemnidad y rigidez impresos por la dirección y, también, por la elocuencia más literaria que cinematográfica procedente de la obra misma y del guión. A la postre, Arturo Ripstein realizaría una segunda versión en 1986, titulada “El imperio de la fortuna”.


Su primer logro importante dentro del cine mexicano no fue ni como guionista ni como adaptador. En 1965 se celebró el I Concurso de Cine Experimental, cuyo objetivo era estimular y descubrir nuevos talentos para revitalizar al cine mexicano. El segundo premio fue para la cinta “En este pueblo no hay ladrones”, dirigida por Alberto Isaac con guión de éste mismo y de Emilio García Riera. Esta fue la primera película basada en un relato de García Márquez, quien, en una suerte de sello de patente, aparece brevemente como el taquillero del cine rural. “En este pueblo no hay ladrones” es una cinta notable porque construye, a partir de un incidente trivial, las situaciones y los personajes que revelan el espíritu del pueblo donde se escenifican las acciones. Lo que en principio es una mirada casual, después se convierte en un sardónico viaje a los rincones ocultos de ese lugar. Aún cuando no es una película madura y que por momentos parece extenderse demasiado, fue afortunado el hecho de que el director aprovechara el tono fresco y vivaz del realismo que caracteriza al estilo de García Márquez.


También en 1965, el joven cineasta Arturo Ripstein realizó su opera prima, un western crepuscular, género muy de moda entonces, titulado “Tiempo de morir”, con el primer argumento que García Márquez escribió expresamente para la pantalla, con el auxilio de Carlos Fuentes para la adecuación de los diálogos al ámbito mexicano. Dramáticamente, “Tiempo de morir” tiene mucha afinidad con una de sus novelas más conocidas, “Crónica de una muerte anunciada”. Se trata de un hombre que ha regresado a su pueblo después de purgar una larga sentencia en la cárcel y que deberá enfrentarse a los hijos de su víctima que buscan un ajuste de cuentas. También, es una especie de western en un ambiente rulfiano, donde el destino y el pasado se entreveran trágicamente. Ripstein logró crear estas atmósferas no sin ciertos deslices de novato: uno de ellos, ceder de más ante el torrente literario de los diálogos que resta solidez cinematográfica a algunas situaciones. No obstante, el relato en lo general fue bien llevado, con un correcto uso de los recursos visuales y, especialmente, con la buena descripción, a través de los detalles, de algunos personajes centrales.


En 1966, una vez más para Ripstein, García Márquez hizo el argumento y el guión del episodio HO, de la cinta “Juego peligroso”, una comedia que se rodó en Brasil y que estuvo afectada por numerosos contratiempos en la filmación, lo que produjo una cinta de talla menor y de poco éxito. Su siguiente argumento original fue realizado por el debutante Manuel Michel bajo el título de “Patsy, mi amor” (1968), acerca del drama de una jovencita burguesa que se inicia en los escarceos amorosos, entrampada en un deseo incestuoso. Este film resultó fallido y fue acremente juzgado por la crítica de entonces, pues la realización dejaba mucho que desear, además del tono presuntuoso y la narración dispersa que la marcaba.


En lo sucesivo, la condición de guionista y adaptador de García Márquez cambiaría radicalmente a raíz de la publicación de su obra maestra “Cien años de soledad”, con la que dio a conocer al mundo entero su universo florido, maravilloso y sensible, gestado ya desde sus obras literarias anteriores. Se sabe que, desilusionado por sus logros dentro del séptimo arte, García Márquez dedicó 18 meses para escribir este libro. El resultado fue, a diferencia de otros de sus grandes relatos, una novela anticinematográfica, como él mismo la ha calificado, debido a su gran complejidad y riqueza narrativa inasible para el lenguaje audiovisual. El éxito de esta novela le abrió el camino para concentrarse plenamente en su labor de escritor.


Un escritor que ama al cine


Desde entonces, la injerencia de García Márquez en el cine ha sido sostenida pero dosificada, en virtud de que procura seleccionar cuidadosamente los directores y proyectos fílmicos que le interesan. Con esa reserva, sobre guiones y argumentos suyos, Luis Alcoriza realizó “Presagio” (1974), Felipe Cazals dirigió “El año de la peste” (1978) que se basó en el libro de Daniel Defoe “Diario del año de la peste”, y finalmente Jaime Humberto Hermosillo hizo “María de mi Corazón” (1979), uno de sus filmes mejor logrados en el que se relata la historia de una mujer encerrada por error en un manicomio, un argumento que volvería a retomar García Márquez en el futuro. El resultado de estas tres cintas fue desigual aunque en todas se tienden puentes entre el caudal creativo del colombiano y las maneras en que los directores lo interpretan, desde sus propias perspectivas y preocupaciones cinematográficas.


Con financiamiento mexicano, el chileno Miguel Littin rodó “La viuda de Montiel” (1979), con la cual logró una correcta adaptación de un cuento de García Márquez, con suficiente soltura narrativa, aunque a ello hay que agregar que se trata de una de las menos complejas y más cinematográficas historias del escritor.


Después de que obtuvo el premio Nobel de literatura en 1982, sus obras fueron aún más codiciadas de lo que ya eran por los productores cinematográficos. En varios países del mundo se multiplicaron las ofertas para filmar sus historias. Algunas de estas iniciativas rindieron frutos, como la del italiano Francesco Rossi, quien adaptó “Crónica de una muerte anunciada” (1987), que si bien no mereció mayor atención, se trata de una cinta que cumple en rigor con las bases argumentales aunque sin mayores búsquedas ni propuestas y, en este sentido, se halla subordinada al original literario.


En otras latitudes, el mozambiqueño-brasileño Ruy Guerra adaptó “Eréndira”(1983), sobre una de las novelas cortas más famosas de García Márquez, “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada”. De entrada resultó muy ambicioso recrear una narración como ésta, pues su compleja arquitectura dramática plenamente identificada con el realismo mágico del autor, la hacían aparentemente infranqueable para describirla en el cine. El resultado fue decepcionante para todos los lectores puristas de García Márquez, aunque en su descargo hay que decir que por momentos el director logra prodigar en sus imágenes el cariz poético y fantástico de la obra original, además que se encuentran algunas aportaciones valiosas en términos cinematográficos.


En Colombia el cineasta Jorge Alí Triana rodó una segunda versión de “Tiempo de morir” (1985), en la que se buscó resarcir el planteamiento original del guión, y, recientemente, realizó “Edipo alcalde” (1996) sobre un argumento de García Márquez inspirado en la tragedia de “Edipo rey”. A decir verdad, ninguna de estas películas ha estado a la altura de las expectativas, pues el tejido narrativo no alcanza a dar relieve a los variados matices que se intuyen.


Asimismo, García Márquez ha sido uno de los pilares y promotores más denodados del movimiento bautizado como el “Nuevo cine latinoamericano”, impulsado desde distintos frentes de la región, especialmente desde Cuba, a través de su instituto fílmico (ICAIC), su escuela y su festival, en todos los cuales ha figurado como miembro distinguido.


En esta cruzada latinoamericanista, en 1987 y 1988 se realizó la serie “Amores difíciles”, compuesta por seis películas basadas en argumentos originales del escritor y que fueron dirigidas por distintos cineastas iberoamericanos. Algunas de estas películas son verdaderamente sobresalientes, como las realizadas por el colombiano Lisandro Duque (“Milagro en Milán”); Jaime Humberto Hermosillo (“El verano de la señora Forbes”) y el cubano Tomás Gutiérrez Alea (“Cartas del parque”). La suerte de estos y otros guiones concebidos para la misma causa, también le sirvieron a García Márquez para escribir el libro de los “Doce cuentos peregrinos”, un magnífico ejemplo de la forma en que la literatura y el cine se funden constantemente en la narrativa de este autor.


En 1998 se puso en marcha en México la filmación de “El coronel no tiene quien le escriba”, inspirada en una de las novelas más significativas del colombiano y cuya adaptación y dirección está a cargo del veterano realizador Arturo Ripstein. El proyecto para llevar a la pantalla esta novela, había sido largamente acariciado no sólo por Ripstein y por el mismo García Márquez, sino por otros directores, tanto así que hubo intentos anteriores en vano para realizarla. Los derechos de esta novela, que data de 1958, habían sido vendidos por el escritor en un momento de apuro, naturalmente antes de saltar a la fama. No obstante, el colombiano pudo recuperarlos para brindarle a Ripstein la oportunidad de realizarla.


De las producciones más recientes que se han filmado sobre su obra, las más notables quizás sean “Los niños invisibles” (2001) del director colombiano Lisandro Duque Naranjo, que obtuvo premios en los festivales de Bogotá, Cartagena y Montreal; así como la superpoducción hollywoodense “El amor en los tiempos del cólera” (2007), una adaptación de su famosa novela que fue dirigida por Mike Newell y protagonizada por Benjamin Bratt, Javier Bardem y Giovanna Mezzogiorno.

Por Hugo Lara Chávez

Cineasta e investigador. Licenciado en comunicación por la Universidad Iberoamericana. Director-guionista del largometraje Cuando los hijos regresan (2017). Productor del largometraje Ojos que no ven (2022), entre otros. Director del portal Correcamara.com y autor de los libros “Pancho Villa en el cine” (2023) y “Zapata en el cine” (2019), ambos con Eduardo de la Vega Alfaro; “Dos amantes furtivos. Cine y teatro mexicanos” (coordinador) (2015), “Luces, cámara, acción: cinefotógrafos del cine mexicano 1931-201” (2011) con Elisa Lozano, “Ciudad de cine” (2010) y"Una ciudad inventada por el cine (2006), entre otros.