Por Arturo Garmendia

“Sólo dos personas en México han dicho todo lo que les dio la gana: María Félix y Octavio Paz”
Elena Poniatowska


Muchos escritores, mexicanos y extranjeros, habían escrito sobre ella. Salvador Novo la odiaba, pero
en cambio se decía amiga de Xavier Villaurrutia. Efraín Huerta y Renato Leduc la idolatraban, el primero por su belleza, el segundo también por su ingenio. Jean Cocteau escribió el guión para una de sus películas (“Corona negra”, de Luis Saslavsky, 1951) y juntos convivieron en la feria de vanidades que eran París y la Costa Azul en los años cincuenta. Más tarde, Luis Spota la utiliza como modelo para elaborar su folletín La estrella vacía, y el coro de alabanzas continúa:

• Elena Poniatowska la asedia en entrevista, con preguntas como la siguiente: “- Greta Garbo, ‘la divina’, representa el misterio; Marlene Dietrich, un nuevo tipo de ‘sex appel’ , ronco y frágil a la vez; Dolores del Río, el triunfo de la belleza morena que se impone a tal grado en Hollywood que la llamaron ‘la Rodolfo Valentino femenina’. Usted ¿qué representa?” –A  la mexicana triunfadora, que no se deja”. 1

• Carlos Fuentes se inspiró en su personaje para dar vida a su novela Zona sagrada y a su pieza dramática Orquídeas a la luz de la luna, donde la hace dialogar con su rival secreta, Dolores del Río; y

• Carlos Monsiváis la define como “Caudilla de la ambición latifundista o revolucionaria con sarape, sombrero, revólver y puro, ‘María-la hembra-con-corazón-de-hombre’; anuncia la nueva psicología femenina y evoca a la Revolución que no fue, a lo que habría pasado si la belleza se independizara de la violencia y la moda se instalara en las trincheras; la mujer que no se deja de nadie y la cortesana que los usa a todos…Y  si su personaje es devoradora, mujer sin alma, femme fatale, ella se aislará en la elegancia, su molde inquebrantable“.2


Para entonces Diego Rivera, Leonor Fini y Leonora Carrington la habían pintado; Dior, Chanel, Givenchy, Saint Lauren y Balenciaga la habían vestido y Cartier había diseñado sus joyas más famosas (y costosas). Agustín Lara, Jorge Negrete y el magnate europeo Alex Berger, propietario de acereras en Monclova y constructor del metro en la ciudad de México la habían desposado.

En los años noventa, próxima ya a alcanzar los ochenta y cinco años de vida, recibe una serie de homenajes y reconocimientos: publica su autobiografía, Todas mis guerras, escrita en colaboración con Enrique Krauze; es condecorada por la Asociación Nacional de Actores y la UNAM y nombrada Comendadora de la Orden de las Artes y las Letras por la República Francesa. A estos homenajes se incorpora en 1992, inesperada y misteriosamente, Octavio Paz, nuestro Premio Nobel de Literatura. (¡Qué necesidad!, digo yo).

La ocasión la proporciona la edición de lujo de una colección de fotografías de la diva, adquiridas por el hijo de la estrella, Enrique Álvarez Félix a lo largo de los años. El volumen lleva un prólogo del poeta y un epílogo del hijo.3 Eso y un centenar de fotografías de la diva, que se explican por si mismas. Patrocinan la edición la Presidencia de la República, a través de la Dirección General de Comunicación Social; y la Secretaría de Gobernación, por conducto de la Dirección de Radio, Televisión y Cinematografía y la Cineteca Nacional.

No parece que el poeta y la Doña llevaran una buena amistad. En siete cuartillas- Paz señala que algunas veces “han conversado”,  y el texto mismo tiene  una índole impersonal. Tampoco parece lógico que se  trate de una comisión  remunerada, pues  la  posición económica del autor ya era solvente. ¿Será entonces un compromiso político o social, con el Presidente Carlos Salinas de Gortari o el Secretario de Gobernación, el poderoso Gutiérrez Barrios? Nunca lo sabremos. El caso es que se trata de un documento de corte académico, con referencias clásicas y conclusiones retóricas.

Se intitula “Razón y elogio de María Félix” e inicia trayendo a cuento las famosas reflexiones del filósofo del Siglo XVIII Denis Diderot conocidas como La paradoja del comediante, según las cuales el actor, para poder representar un personaje debe despojarse de sí mismo: “El actor escoge lo irreal para volverlo real; su oficio consiste en hacer palpable lo impalpable, creíble lo increíble”. Sin embargo, Paz confiesa que la idea le produce desconfianza, pues piensa que el encuentro entre el actor y el personaje requiere de cierta afinidad entre ellos y de ahí deriva a la premisa stanislavskiana de que el actor debe identificarse con sus fantasmas para proyectarlos en sus personajes.

Este es el punto de partida para derivar a una nueva paradoja: la de que, para el público actual, los actores se transforman en personajes de sí mismos; asumen muchas y distintas personalidades para, a través de ellas, ser una sola persona: él mismo, o mejor dicho, su propio mito. “El cine, más que el teatro, nos ha familiarizado con esa misteriosa transformación del actor y de la actriz en un ser que posee las propiedades de los semidioses y los héroes de la mitología… Criaturas de aire y de sueño”.

Para esto, se han consumido ya cuatro cuartillas sobre la “Razón”. Entra ahora el elogio de La Doña, postulando que, a diferencia de los mitos de ayer, “la María Félix que todos conocemos es el resultado de lo que se hizo a sí misma”, es de una estirpe “no de la sangre sino del talento”. Y en el origen de la imagen que María Félix se hizo de sí misma, está su belleza. En este punto, Paz se permite discrepar del músico-poeta de todos conocido. María no es bonita, es bella o, mejor dicho hermosa, si consideramos que lo bonito se refiere a la forma, y lo hermoso “implica la conjunción de dos realidades, una física y otra moral… Mientras el cuerpo es firme, ágil, esbelto…el rostro denota nobleza, generosidad, grandeza de alma, valor”

 


María era incontrastablemente bella, pero ¿sería hermosa?  Sí, de acuerdo con Octavio Paz, pues “Fue y es un desafío ante muchas de las convenciones y prejuicios tradicionales. No es extraño que haya provocado irritaciones, despecho, calumnias. La envidia es una forma invertida de la admiración… Es una mujer muy mujer que ha tenido la osadía de no ajustarse a la idea que se han hecho los machos de la mujer”.

Así pues, hay que elogiar a la Doña por cuatro razones: se hizo a sí misma, lo que denota talento, fue muy bella y además  se afirmó a sí misma como una hembra, en una sociedad de machos. Pero ¿es que el hembrismo puede asociarse con valores como la nobleza, la generosidad y la grandeza de alma?

Para empezar, el personaje que María Félix encarnó en el viejo cine mexicano, acaso con excepción de la recatada aristócrata de “El peñón de las ánimas”, la riquilla provinciana de “Enamorada” y la abnegada maestra de “Río escondido” y algunas otras, fue el de una mujer de moralidad dudosa, arribista social que no dudaba en vender su cuerpo por buenas o malas razones, siempre al borde de la  tragedia por culpa de los hombres que no podían verla sino a través de su deseo. Y sin embargo, sus argumentistas siempre se cuidaban de proporcionarle algún resorte melodramático que justificara su “atroz” comportamiento: revancha por injusticias o violencias (sexuales) sufridas; imperativos morales, como la defensa de los hijos o padres desvalidos o, en el peor de los casos, castigo por las desviaciones cometidas o arrepentimiento in extremis. No estábamos como para celebrar faltas a la moral convencional.

En la realidad, la Doña no necesitaba de las estridencias del cine, ni de sus justificaciones. Su  comportamiento cotidiano era muy similar al de sus personajes pero, para decirlo francamente, nadie cree que en sus relaciones personales privara el afecto sobre el cálculo egoísta; nunca patrocinó alguna causa noble; no dio muestras de filantropía ni pública ni privada (el destino de su fortuna después de su muerte es prueba de ello: quedó abandonada a la disputa de los criados); ni puede considerársele una madre ejemplar. Ni siquiera era buena actriz. Cuando Diego Rivera la retrató en pose de madona, o Juan Gabriel, en pleno delirio admirativo, le hizo una canción emulándola con la Virgen María, no se sintió halagada: “Cuando nos comparan con la Virgen –replicó- todas las mujeres salimos perdiendo”.

Ciertamente, era inmensamente admirada, pero no como prototipo moral, sino por envidia de su belleza, de su poder, su libertad sexual, su fortuna, sus lujos, sus joyas, sus posesiones. Y esa no era, de acuerdo con el saber popular, envidia de la buena. Ninguna feminista la consideraría como precursora de su lucha, y en correspondencia a ella no le interesaba reivindicar a su género, sino colocarse por encima de él, a la altura de los ojos del macho.

En su libro sobre Sor Juana Inés de la Cruz, el poeta apunta que la misma monja, para sobrevivir y prosperar en medio de intrigas eclesiásticas y palaciegas sus prendas morales e intelectuales no eran suficientes, y hubo de servirse de los otros, ganándoselos a través del halago y la adulación. Por eso nos preguntamos qué compromiso cumplió Octavio Paz con este texto, uno de los pocos suyos que no nos conduce al conocimiento o a la revelación.

NOTAS
1. Elena Poniatowska. Todo México, Tomo I. Editorial Diana, S. A. de C. V., México, 1990, p. 1990
2. Carlos Monsiváis. Rostros del cine mexicano. Américo Arte Editores, S. A. de C. V., México, 1993, p. 12.
3. María Félix. Portafolio. Prólogo de Octavio Paz, epílogo de Enrique Álvarez Félix. Presidencia de la República; Secretaría de Gobernación, México, 1992.

Octavio Paz. Cien años.
https://www.rtve.es/alacarta/videos/imprescindibles/imprescindibles-octavio-paz-100-anos/5597538/

Por Arturo Garmendia

Arturo Garmendia nació en Coyoacán, el año de 1944. Estudió Arquitectura y Cinematografía en la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue crítico de cine en los periódicos Excélsior y Esto, así como en diversas revistas académicas y culturales en los años sesenta. Dirigió tres cortometrajes documentales: Horizonte, Chiapas (1972), Junio 10: Testimonio y reflexiones un año después (1972) y Vendedores Ambulantes (1974). Este último fue premiado en el festival de Cortometraje de Oberhausen, Alemania.