Por José de Jesús Chávez Martínez

Ernesto Contreras es un director mexicano que ha sabido encauzar su carrera en términos de películas sentimentales que rayan en la cursilería. Sin embargo, su ópera prima, “Párpados azules”, resultó ser un retrato íntimo de dos almas solitarias y carentes de toda capacidad socializante. Es decir, sus personajes viven su cotidianidad en términos prácticos que les permiten trabajar y subsistir, pero no son muy eficientes para relacionarse con los demás.

Es la historia de Marina Farfán (una excelente Cecilia Suárez), una empleada de una tienda de uniformes que solo hace su trabajo y nada más. En una fiesta de aniversario del negocio, la dueña Lulita (Ana Ofelia Murguía) rifa entre sus empleados un viaje para dos personas con todos los gastos pagados a Playa Salamandra, un paraíso tropical, y Marina resulta ser la afortunada ganadora. Éste es el detonante para comenzar a entender su solitaria vida al cruzarse con Víctor Mina (Enrique Arreola), un ex compañero de la escuela secundaria a quien ella no recuerda. En un encuentro casual Víctor la aborda y emocionado comienza a darle referencias de aquella época escolar, pero Marina no recuerda los detalles ni las personas que él le refiere, pero en cambio sí acepta intercambiar números telefónicos.

Y es que parece ser que el mundo no es para los solitarios. Marina no tiene acompañante para el viaje, invita a su hermana Lucía (Tiaré Scanda) quien explota contra ella porque quiere chantajearla para adjudicarse el premio y compartirlo con su esposo, pero el premio es intransferible. Así que Marina recurre a Víctor y lo invita. Aquí comienza una extraña relación de pareja.

La atmósfera de soledad y de vacío emocional que crea Contreras es sumamente eficaz, remarcado por las eficientes interpretaciones de Arreola y sobre todo de Cecilia Suárez, a quien vemos en un papel diferente como Marina, una insegura chica de barrio, adaptable a la practicidad de su entorno y con deseos y gustos que quiere llevar a cabo, pero no ha podido hacerlo. Víctor es una opción que aparece de repente, pero es igualmente solitario y repetitivo, insistente en rememorar los tiempos de secundaria aunque Marina no recuerde nada de eso, lo cual genera dudas de si estuvieron juntos en la escuela; “la mejor época”, dice él.

Esta pareja con el tiempo sale a pasear, al cine y a bailar, pero no tienen mucho que decirse. Sus diálogos son repetitivos, anémicos, melancólicos. Ambos desean algo más, una relación sexual (viven solos y recurren al onanismo) pero no se atreven a manifestarlo mutuamente, solo se miran o ven hacia un horizonte vacío. Ni siquiera el ambiente alegre que genera la música de la “Sonora Dinamita” los pone contentos en el salón de baile, aunque les sirve de pretexto para darse el primer beso, alejados del bullicio y de las demás parejas bailando. Pero a fin de cuentas el relato es tierno, con imágenes coloridas y una inocente sensualidad de Marina.

Luego de la salida a bailar y de una noche de sexo, inesperada y llevada a cabo con cierta candidez, se llega entonces a un momento de quiebre: el viaje a Playa Salamandra que servirá para que Marina y Víctor se encuentren y de cierta manera intenten unir sus vidas.

Contreras muestra una ciudad moderna que quizá oprima a estos dos personajes. Pero no es la modernidad la que determina la soledad (¿o sí?), sino más bien la enmarca en un juego social de roles que no empatan con la psique personal en una dinámica de relaciones muy difíciles de sobrellevar. El entonces novel director encontró la fórmula de conectarnos con esas vidas anhelantes de desplegar sueños y aspiraciones. Marina en sí es ensoñadora y Víctor solo quiere comprar un departamento ¿Tan difícil es la existencia? Siempre lo ha sido para muchos y esta película nos ayuda a entender en algo este sentido.

Vale mucho la pena ver esta obra, o volverla ver si es el caso. Ernesto Contreras lamentablemente no ha vuelto a encontrar ni a concretar un relato tan intenso como éste, con muchos elementos significativos de la ciudad en pantalla: aves, personajes, sitios, autos, lluvia y otros más. Sus obras subsecuentes tienen intensidad narrativa, pero no llegan a un punto tan alto como en este caso.

Un detalle: Jorge Ayala Blanco (sí, el tremendo crítico de cine) aparece en un cameo acreditado. Es otro atractivo de este filme que está en el catálogo de Netflix. A ver sin falta.

País: México. Año: 2007. Dirección: Ernesto Contreras. Guion: Ernesto Contreras. Fotografía: Tonatiuh Martínez. Montaje: Ernesto Contreras, José Manuel Cravioto. Música: Iñaki Cano. Productoras: Agencia SHA, IMCINE. Intérpretes: Cecilia Suárez, Enrique Arreola, Ana Ofelia Murguía, Laura de Ita, Tiaré Scanda, Luisa Huertas, Andrés Montiel.

Por José de Jesús Chávez Martínez

Comunicólogo egresado de la UAM Xochimilco. Profesor investigador en la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de Occidente Unidad Culiacán, con las líneas comunicación y educación, y el cine como dispositivo didáctico, de las cuales se han desprendido diversos artículos científicos y tres libros. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores (SNII). Desde 2021 es colaborador de correcamara.com