Por Hugo Lara Chávez 

A través de esta exposición nos referimos a dos conceptos grandes que se entreveran, que se han atraído a lo largo de una relación de un siglo, temas importantes para nosotros, para la historia del país y para varias generaciones de mexicanos y cinéfilos: el cine y la Revolución.  

La Exposición Cine y Revolución —abierta al público hasta finales de julio en el Antiguo Colegio de San Ildefonso—  tuvo su origen hace dos años, en el contexto de un naciente proyecto aún pendiente por realizarse, un Museo de Cine. El coordinador general Pablo Ortiz Monasterio —auxiliado en la coordinación de contenidos por el que esto escribe— cuya trayectoria ha sido en el ámbito de la fotografía y la edición de libros, tuvo el acierto de rodearse de gente conocedora del cine, investigadores destacados que a la larga nutrirían de ideas, hallazgos y, en definitiva, de variados argumentos que le dan sustancia y consistencia a la exposición que fue inaugurada hace unos días.

“El proyecto surge desde que el presidente Felipe Calderón anunció hace dos años que en 2010 habría un Museo de Cine –ha comentado Ortiz Monasterio— Luego propuse que hiciéramos una selección del cine de la Revolución. Hacer un museo es complejo y, aunque no se inaugura hoy, cumplimos con la encomienda de traer el cine al museo”.  

Al proyecto se fueron incorporando en varias etapas los historiadores Ángel Miquel, Elisa Lozano, Carlos Arturo Flores Villela, Raúl Miranda, Claudia Arroyo y Alicia Vargas. Para el desarrollo de la investigación, se invitó a coordinarla al historiador  Eduardo de la Vega Alfaro y a Álvaro Vázquez Mantecón, quien también brindaría asesoría para el trabajo de museografía, que estuvo a cargo del colectivo que encabeza Alejandro García Aguinaco en el Taller de Museografía. 

Además, se acudió a otros especialistas que hicieron aportaciones importantes y cuya participación fue decisiva, como Aurèlie Semichon, a cargo de la empeñosa tarea de producción; David Wood, autor de la investigación que dio forma al libro “Fragmentos”; el cineasta Gregorio Rocha que recopiló material antiguo;  Ricardo Pérez Montfort, quien propuso una revisión sobre los estereotipos en el cine; Francisco Montellano, quien proveyó de imágenes e impresos antiguos, y Fernando Muñoz, quien intervino en la extensa investigación en los archivos. Además, Paula Astorga que hizo una serie de propuestas para difundir la expo. Cada uno de ellos trajo consigo una peculiar y valiosa perspectiva sobre el cine de la Revolución.  

Algunas de las voces de los investigadores que participaron en este proyecto han sido recogidas en esta crónica del trayecto que dio luz a la exposición. 

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Un aspecto de la inauguración en el Antiguo Colegio de San Ildefonso

Filmando con rudimentos 

Uno de los ángulos de esta exposición consiste en recuperar la importante labor de aquellos pioneros del cine mexicano que llevaban pocos años experimentando con el formidable aparato introducido a México por los emisarios de Lumière hacia 1896: el cinematógrafo. Con aquella rudimentaria tecnología y, a la sazón, el incipiente lenguaje cinematográfico, los primeros cineastas del país— como Salvador Toscano, Jesús H. Abitia, los hermanos Alva y Enrique Rosas— se lanzaron a la aventura de filmar la primera revolución social del siglo XX. En 1910 iniciaron un camino que los hizo marchar echados hacia adelante, junto a las tropas, las caballadas y la artillería, siguiendo a los caudillos, al lado de las Adelitas y los Juanes.  

Sin saberlo —aunque su intuición fue notable y vanguardista— inauguraron un género en el cine, más allá de los reportes noticiosos. Los primeros largometrajes del mundo acerca de la estela de un caudillo popular se hicieron en el entorno de la Revolución mexicana: se trata del mismo Toscano y Antonio Ocañas, que filmaron en 1911 “La toma de Ciudad Juárez y el viaje del héroe de la Revolución, Don Francisco I. Madero”. En esta película vuelcan ya la sensibilidad de un autor, sus impresiones de una guerra civil, el júbilo de la victoria y la textura del dolor y la destrucción.  

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A la izquierda, Vázquez Mantecón, David Wood y Ángel Miquel en el archivo de la Fundación Carmen Toscano.

“En la sala 1, el público podrá apreciar cómo se estableció el oficio cinematográfico en el país en los últimos años del siglo XIX –describe Vázquez Mantecón, quien fue el responsable, junto con Angel Miquel, de desarrollar este tema— Se verá las características del trabajo de los pioneros del cine y de la manera en la que filmaron la realidad del país, desde los lugares hasta los eventos y las personalidades importantes. Se verá cómo adaptaron su oficio al registro de la revolución mexicana, cómo comenzaron a desplazarse hacia las zonas de conflicto y cómo conformaron un acervo invaluable sobre los diversos eventos que trajo consigo la lucha armada. Esos materiales sobrevivieron al paso del tiempo gracias a películas que funcionaron como compendios históricos de uno de los momentos más intensos de la vida nacional”, puntualiza. 

En efecto, de la gran cantidad de pies de película que se filmó de aquella época ha sobrevivido muy poco, pero esto conforma un patrimonio muy valioso para la memoria de México y del mundo. La loable labor de rescate y preservación que han llevado a cabo entidades como la Filmoteca de la UNAM, la Cineteca Nacional y la Fundación Carmen Toscano, nos señala el imperativo esfuerzo que las instituciones deben empeñar para la restauración, preservación y difusión de este legado para las nuevas generaciones. Esta exposición es un eslabón en ese sentido, así como los otros dos proyectos vinculados a la misma: el libro “Fragmentos. Narración cinematográfica compilada y arreglada por Salvador Toscano (1900-1930)” y la reconstrucción parcial de la película ya mencionada, sobre el viaje triunfal de Madero.

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Emilio Hernández, responsable de la Fonoteca Manuel Esperón, de los Estudios Churubusco.

El peso de los caudillos  

Entre el asombro y la prisa, la ansiedad y la emoción, los primeros cineastas mexicanos, que filmaron la Revolución en directo empuñando sus primitivas cámaras como si se tratara de una carabina 30-30, descubrieron una mina generosa que sería aprovechada por el cine mexicano que emergería, de forma sistemática y organizada —como industria— hacia la década de los años treinta del siglo pasado.  

El cine mexicano encontró en la Revolución y en los héroes populares como Pancho Villa y Emiliano Zapata, algunos de sus temas y motivos más socorridos, para abordar como circunstancia o pretexto, el ambiente de una gesta épica que encandiló a los espectadores de México, que los conmovía hasta lo más profundo con sus propios recuerdos o el de sus padres, bajo la idea de una utopía que había puesto en movimiento a todo un país, una utopía de transformación alumbrada entre el sufrimiento y la esperanza.  

“Pertenezco a la generación de espectadores fílmicos que crecieron con la idea de que Pancho Villa tenía el rostro de Pedro Armendáriz –explica el historiador De la Vega Alfaro, a cargo de la sala centrada en los caudillos— Y es que de las películas sobre la Revolución Mexicana que pude ver en mi época de infancia, tanto en programas dobles o triples como en televisión, ninguna me impactó más de ‘Así era Pancho Villa’, que años después supe que había sido dirgida por Ismael Rodríguez, el mismo realizador de ‘Nosostros los pobres’ y ‘Ustedes los ricos’, ese suculento e inolvidable banquete de cine popular y populista. Estoy seguro, entonces, que cada espectador tiene su imagen fílmica o película refrencial del movimiento revolucionario iniciado en 1910 y si la exposición instalada en San Ildeonso contribuye a evocar, cuestionar, desmentir, reforzar o aquilatar ese tipo de referencias, pues creo que habrá cumplido con uno de sus principales cometidos”, asegura.  

El cine de ficción que miró hacia la Revolución, como un argumento inmediato del que era necesario hablar —fuera en el tono de un drama o una comedia— se convirtió en un componente fundamental para hacer estallar la identidad mexicana hacia el imaginario colectivo: los anchos sombreros, las cananas que cruzan el pecho, las hazañas de los jefes y caudillos, el movimiento de las tropas a caballo o en tren, la convivencia idílica alrededor de una hoguera, las canciones y corridos, la lucha por ideales de justicia… Todo eso, y más, fueron incorporados e, incluso, reinterpretados por el cine, un espectáculo masivo y popular que tenía, hacia mediados del siglo 20, un impacto inédito, mucho mayor que otras expresiones del arte, paradójicamente, de las mismas que se nutría, como de las fotografías de los hermanos Casasola, las pinturas de José Clemente Orozco o Francisco Goitia, y la literatura de Mariano Azuela o Martín Luis Guzmán.  

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Claudia Arroyo en la Casa Tostado. Carlos Flores Villela en la armería de Estudios Churubusco.

“En mi opinión lo más relevante para la gente que visite la exposición —dice Flores Villela, investigador de la sala relativa a la representación de la violencia y la muerte— va a ser darse cuenta de la existencia de imágenes que prácticamente tienen cien años de existencia sobre la lucha armada iniciada en 1910. Que estas imágenes a su vez dieron pie a todo un género, dentro de la cinematografía nacional, que creó sus propias mitologías y símbolos, y cuya repercusión incluye al cine de otras nacionalidades, en particular, la italiana y norteamericana. En cuanto a la sala que desarrollé lo que espero es que se perciba que el ejercicio de la violencia para lograr cambios tiene un costo muy alto y que no es un juego. Que esa violencia arrastra hasta a los principales actores del proceso”.

El cine le da movimiento a esas expresiones y al mismo tiempo incrusta la movilidad como un concepto asociado a los dramas de la Revolución, no sólo como el traslado físico, sino como la experiencia de la transformación que entraña un viaje, en muchos casos, el de los hombres que dejan los campos de labranza para ir a la guerra, en medio de las condiciones de agitación que producen migraciones en el interior del país, desplazamientos que remueven la organización social y conflictos morales que ponen a los hombres frente a nuevos predicamentos y oportunidades, antes fuera de su horizonte. Los protagonistas se transforman en ese viaje, los hombres pasan de ser peones a generales, o las mujeres, de campesinas a prostitutas—pues la transformación a veces es degradante. Estos temas son tocados en un sala dedicada a los símbolos de la movilidad en esta filmografía, como el tren, el caballo y las comunicaciones.  

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Izquierda: en la Filmoteca de la UNAM. Derecha: en el Museo Nacional de los Ferrocarriles Mexicanos, en Puebla.

Los rostros cinematográficos de la Revolución  

La mayoría de nosotros podemos reconocer esta carga simbólica en las imágenes clásicas del cine de la Época de oro, aquel que consagró a figuras como María Félix, Dolores del Río, Pedro Armendáriz, Jorge Negrete, Gloria Marín, María Elena Marqués o Antonio Agular, así como en películas como “Vámonos con Pancho Villa”, de Fernando de Fuentes; “Enamorada”, de Emilio “El Indio” Fernández; “Así era Pancho Villa”, de Ismael Rodríguez; “Si Adelita se fuera con otro”, de Chano Urueta; “La Escondida”, de Roberto Gavaldón, y más. Estas películas se han alzado como símbolos de una mexicanidad y de un momento que plantea dilemas románticos y amorosos, pero también, de forma sugerida o abierta, encrucijadas de otros índoles, acerca de la perspectiva del país que los mexicanos hemos estado buscando. 

“La aportación más notable de esta exposición –afirma Claudia Arroyo, responsable junto a Alicia Vargas de desarrollar el tema sobre los hombres y mujeres del cine de la Revolución— es la de mostrar el papel central que el cine ha tenido en el proceso de producción de representaciones visuales sobre la Revolución mexicana.  

“Me gustaría que el visitante pudiera apreciar el papel crucial que los actores y actrices han tenido en el cine de la Revolución –continúa—, al encarnar a los personajes de líderes y revolucionarios comunes a través de los cuales se han expresado concepciones tanto sobre la misma Revolución como sobre las identidades de género. Para ilustrar esto, se pueden hacer ciertas observaciones generales sobre los dos periodos de mayor producción del cine de la Revolución. Por un lado, en los años 40 y 50, las estrellas fueron clave para expresar un discurso celebratorio sobre la Revolución y una exaltación de la masculinidad de los líderes revolucionarios, de la soldadera comprometida con la lucha y sumisa a su hombre y de una pareja romántica idealizada. Por otro lado, en los años 60 y 70, las estrellas y actores del momento fueron el vehículo para expresar una visión desencantada de la Revolución y un mayor interés por las causas que la desataron; mientras que, a la vez, sirvieron para continuar exaltando la masculinidad (hasta cierto punto) y para encarnar tanto a la figura de la generala revolucionaria como a una pareja amorosa menos idealizada y más sexualizada.”, concluye Arroyo.  

En esta exposición se ha querido dejar en el centro, como clave museográfica, a la expresión fílmica misma, es decir, las imágenes en movimiento, además de la rica iconografía que se ha producido alrededor de ellas, sean fotografías, carteles y otros materiales, que cruzan un arco de 100 años de creación de cine, un universo de 250 películas mexicanas y extranjeras que se refieren a la Revolución, directa o indirectamente, y que ha sido el corpus sobre el que ha trabajado el grupo de investigadores y museógrafos de esta iniciativa, en cuyo repaso se hallan desde aquellas películas de los pioneros hasta la producción más reciente, incluidos filmes significativos como La sombra del caudillo, de Julio Bracho; La soldadera, de José Bolaños; Reed, México Insurgente, de Paul Leduc; Cananea, de Marcela Fernández Violante, o Chicogrande, de Felipe Cazals, que se estrena esta misma semana. 

Los creadores del cine, a los que rendimos homenaje con esta exposición, han sabido tomar el pulso de una realidad mexicana apasionada y dramática, esperanzada y luchadora, la que se plasma en la atmósfera de la Revolución, un escenario que ha inspirado a fotógrafos como Gabriel Figueroa o Ezequiel Carrasco, pero también a escritores, guionistas, escenógrafos, vestuaristas, iluminadores, tramoyistas, músicos, sonidistas… El cine que ha abordado los temas y ambientes de la Revolución ha acogido a todos esos talentos, como arte y como espectáculo multidisciplinario, que necesita del concurso de un colectivo comprometido con un proyecto, con la posibilidad de decir algo en coro, de repercutir en los demás como grupo creativo.  

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Raúl Miranda y Elisa Lozano en la Fundación Televisa.

“Una experiencia enriquecedora durante esta investigación –describe Elisa Lozano, cuya investigación se centró en el ámbito de los hacedores del cine industrial— fue observar la variedad de escenarios utilizados por los directores nacionales y extranjeros, para ubicar las historias sobre la revolución mexicana filmadas durante el periodo 1933-2009. Bien por la necesidad de imprimir veracidad a esas cintas, o por que estos espacios cumplen una función primordial en la narración, los realizadores decidieron en no pocas ocasiones, abandonar la comodidad de la filmación en el interior de los estudios para trasladarse y hacerlo en los paisajes naturales más variados –selva, desierto, costa, montaña- desde Durango a Yucatán- así como en vestigios arqueológicos, edificios públicos, plazas, haciendas y otros espacios hoy desparecidos. Lo que convierte a estas cintas en  corpus documental importante para analizar -entre otras cosas-  la transformación de los espacios rurales y urbanos país, y evidenciar la pérdida de nuestro patrimonio cultural… del patrimonio arquitectónico”.  

Con esos mismos ecos, los ideales de la Revolución, su significado y repercusión —manoseados o no— han trascendido épocas y distancias en el cine. Las cinematografías extranjeras también lo han hecho asunto suyo, sea Hollywood o el cine de Europa, con filmes clave como Viva Zapata! de Elia Kazan, The Wild Bunch de Sam Peckinpah, Giù la testa de Srgio Leone o, desde luego ¡Que viva México! del ruso Serguei Eisenstein. 

“Las ‘versiones’ extranjeras de la Revolución Mexicana en distinto periodos, y de un cineasta a otro, plantean significados diferentes —apunta Raúl Miranda, que hizo una valiosa investigación al respecto disponible para su consulta en el Centro de Documentación de la expo— Estas películas muestran los síntomas de sus épocas, y el estudio de estos factores revela la concurrencia fortuita de valores y tendencias generales dentro de implicaciones culturales muy específicas: los directores de cine interesados en la ‘guerra mexicana’ implementaron sus conocimientos narrativos recreando sucesos del pasado mexicano para aclararse sus visiones ideológicas. La Revolución Mexicana fue para ellos un pretexto argumental, pero también un soporte para la construcción de sus estéticas.  

“Sin olvidar que los fenómenos culturales, y los históricos, presentan siempre gran relatividad en su interpretación, mas que pensar en cómo perciben la Revolución Mexicana los cineastas extranjeros, intenté diagnosticar cómo la historia mexicana de esa etapa produjo resonancias en esos estilos fílmicos cambiantes y en posiciones políticas diversificadas”, apostilla Miranda.

Además de la aportación extranjera, ha sido sobre todo, más importante y significativo, que el tema revolucionario se lo han apropiado, como pretexto, discurso o metáfora, los cineastas mexicanos de nuevas generaciones, cineastas experimentados y también los más jóvenes. La Revolución como tema de nuestro cine no está agotado. En las últimas décadas ha sido motivo de una reflexión que expresa la urgencia de pensar nuestra circunstancia, nuestras contradicciones y desafíos. Así, en el relevo generacional, ha habido lugar a la discusión de lo que supone nuestro presente como resultado de una Revolución, y de un cine que se ha ocupado de ella de forma circunstancial pero también crítica.  

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A la izquierda, García Aguinaco y los miembros del Taller de Museografía durante el montaje en San Ildefonso. A la derecha, Fernando Muñoz, Carlos Flores Villela y Aurelie Semichon en la Filmoteca de la UNAM.

El hecho de que lleguemos a un centenario de la Revolución mexicana, y que nuestros cineastas actuales aún quieran hablar del significado de aquella gesta, romántica o acremente, quiere decir que seguimos siendo un país en movimiento, a 24 cuadros por segundo, atento  a sus problemas, sus dificultades, sus dolores y sus ilusiones como un país que no olvida su historia, ni como ficción ni como realidad.  

La curaduría general que definió Ortiz Monasterio, a partir de los conceptos y materiales acopiados por los especialistas, acoge  algunas de las múltiples tesis semblanteadas en el proceso de investigación, aunque algunas otras quedaron de lado. Por razones de espacio y presupuesto, la exposición habla de conceptos y referencias fundamentales que son la punta de un iceberg que un cinéfilo puede descubrir más profundamente si decide internarse en él.

Todo ello fue posible gracias a la intervención de muchas personas e instituciones, especialmente el IMCINE, quien produjo la exposición, con el apoyo de la Fundación Televisa, la Fundación Carmen Toscano, la Filmoteca de la UNAM y el Gobierno del Estado de Zacatecas. Debe mencionarse también a otros participantes fundamentales, como Adriana García, Rossana Barro, Nacho Merino, Arturo Condado, Miguel Méndez e Ignacio Soriano, entre otros.

EN LA FOTO DE INICIO: Gina Morett, como un Zapata andrógino en la película Pafnucio Santo de Rafael Corkidi.

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Por Hugo Lara Chávez

Cineasta e investigador. Licenciado en comunicación por la Universidad Iberoamericana. Director-guionista del largometraje Cuando los hijos regresan (2017). Productor del largometraje Ojos que no ven (2022), entre otros. Director del portal Correcamara.com y autor de los libros “Pancho Villa en el cine” (2023) y “Zapata en el cine” (2019), ambos con Eduardo de la Vega Alfaro; “Dos amantes furtivos. Cine y teatro mexicanos” (coordinador) (2015), “Luces, cámara, acción: cinefotógrafos del cine mexicano 1931-201” (2011) con Elisa Lozano, “Ciudad de cine” (2010) y"Una ciudad inventada por el cine (2006), entre otros.