Cinecrítica: ‘Canícula’, un abanico de tomas, silencios, colores y movimientos

Por Arantxa Sánchez

En los últimos años, el documentalismo mexicano ha experimentado una ola de entusiasmo, apoyo y confianza. Con interesantes propuestas, se ha integrado un universo de temáticas que, a la luz de ser olvidadas, se retoman con una visión más particular, más personal, que no olvidan que la condición humana es una mina de oro explotada a medias.

El realizador mexicano José Álvarez hace esto en su más reciente trabajo “Canícula” (2011): la vida cotidiana de un grupo de totonacas establecidos en el estado de Veracruz, es explorada, principalmente, a través de dos tradiciones: la danza de los voladores y la alfarería que realizan mujeres de la población. Una combinación, dos partes diametralmente opuestas que, a pesar de todo, están íntimamente ligadas por el sincretismo de la comunidad.

La película es una acercamiento bien pensado del ser humano, a las tradiciones que prevalecen y las transformaciones que moldean el día a día de este grupo de personas. El director hace una suerte de traducción que va del pensamiento a la imagen con tomas largas, que se centran en personajes, en detalles, en gestos y en objetos que forman parte de esta cosmovisión.

Así, no hace falta que el documental añada explicaciones adicionales, “Canícula” pretende narrarse sola a través de un acompañamiento de sonido limpio, claro, que da cierta fuerza y empuje a lo que significa ser un hacedor de historias por medio de estos dos ritos: lo que significa hacer y ser parte de ellos.

El pan sale de horno, las manos moldean el barro, las mujeres se bañan en un ojo de agua, el traje de manta, los pies descalzos, los niños que juegan, las gallinas que cantan, el humo del comal, las tortillas hechas a mano: el olfato, la vista y el tacto se hacen cómplices para crear un montaje que da preponderancia a la parte sensorial.

Presentado en diversos festivales como el Festival Internacional de Cine de Morelia, el Festival Internacional de Cine en Guadalajara, en la sección “Ahora México” de FICUNAM 2012 y premiado en el Festival de Toulouse, Francia, Canícula hace un giro interesante para obtener una exploración casi total entre imagen y sonido ambiente.

De este modo, Álvarez permite que el espectador deambule y se dirija por su cuenta en todo un abanico de tomas, silencios, colores y movimientos: no hay guía, no hay instrucciones, no hay un hilo conductor bien definido, sólo una demarcación de tiempo y espacio que da una libertad inesperada al espectador.  

Armado como un documental clásico, “Canícula” corre el riesgo de transformarse en un trabajo que pierda su fuerza debido a la temática tan tocada y estudiada, pero ¿qué podría hacerlo diferente? El ímpetu de la imagen y el sonido que la producción se esmeró en recopilar con una preocupación y enamoramiento audiovisual está latente en los 65 minutos de duración.

Intensiones poéticas basadas en una interacción humilde, natural y sincera con la comunidad, intensiones que se establecen en un guión (en colaboración con Sebastián Hoffman) que busca confirmar que la preservación de las tradiciones en el país es un tema que, por más que sea abordado, aún existen distintas formas de acercarmiento. Los trabajos de corte paternalista, con una visión extranjera a la “mexican souvenirs” se quedan atrás para ser renovados por una mirada más intima y profunda.