Por Lilu 

Cuando una persona tiene en mente ir a ver una película del director Ridley Scott (Blade Runner, La Caída del Halcón Negro, Gladiador), es porque probablemente quiere resarcir el daño que tuvieron otras producciones de otros realizadores sobre ella. Pues claro, con una filmografía como la de este director, es difícil creer que pueda confeccionar algo que no sea un espectáculo digno de verse.  

Scott está consciente de esto, sabe que una entrega suya al público crea expectativas grandes, intensas ganas de ver un buen argumento vuelto tangible gracias a él. El deseo de superar el trabajo anterior debiera ser un común denominador entre los realizadores de películas y Ridley lo posee.  

Pero ¿qué pasa cuando creadores de la talla de Scott se topan con guiones débiles? ¿Qué sucede si, cosa rara, el director se equivoca en el reparto? Lo que sucede en su última producción Robin Hood lo explica todo.  

La dirección de arte así como el scouting (locaciones) son siempre aspectos atinados en las producciones del director. Puede llevarnos desde ambientes clásicos hasta terrores extraterrestres, y en Robin Hood acierta una vez más en este aspecto. Los castillos y verdes de tierras europeas valen la pena de verse por sí mismos. Prácticamente nos transporta a esos tiempos medievales y nos envuelve en esas atmósferas caballerescas. Punto a favor.  

En contra, prácticamente todo lo demás. Las actuaciones que parecieran buenas son mediocres al verlas con detenimiento; no se sabe a ciencia cierta si por la batuta del director o por cosecha propia, los actores caen en clichés representativos del género y que ya hemos visto muchas veces atrás –y mejor hechos-. 

Podría decirse que el reparto es bueno, pero no termina de embonar.  Russell Crowe, en el papel principal, intenta torpemente despegarse del personaje de Elio Máximo que lo lanzó como héroe en “Gladiador”. Los mismos movimientos, gestos y actitudes no se lo permiten. Blanchett no convence en el papel de Lady Marion, cuando al tratar de ser un personaje fuerte y decidido pierde un poco la feminidad y delicadeza que siempre evocó ese personaje en versiones anteriores.  

La fotografía es otro de los aspectos que nos deja ambivalentes, lo mismo pasa con la música. Si queremos pensar en el sentido dramático que aparentemente se busca con fotográficos acercamientos violentos y compases dramáticos de la orquesta, se vuelven comprensibles ambos aspectos. Sin embargo, rumbo a la mitad de la película el carácter artificioso y rígido de estos recursos empieza a despegarse de la historia. Las tomas y melodías ya no soportan la historia, si no que más bien parecen burlarse un poco de ella.  

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Retomar una historia como ésta no es fácil, los grandes mitos son complejos de contar y más de manera elocuente. Lo que genera la película en el espectador es una sensación de que el producto no se “cocinó” del todo. Como que las piezas se quedaron estancadas en alguna parte del proceso y que así, ya sea por urgencia o un mal sentido estético y de coherencia, fueron unidas de manera azarosa y presurosa. La narrativa presenta reveses y un ritmo extraño. Partes del principio parecen finales y batallas finales parecieran introductorias.  

La premisa es simple pero parece complicada, lejos de hacerse disfrutable termina, por su duración, pareciendo un calvario para quienes se encuentran en las salas. Demasiado larga. Cuando la gente está dispuesta a estar sentada casi sin moverse por más de dos horas continuas espera ver algo que le haga sentir que lo valió. Y de la misma manera si escoge ver un churro, espera que sea digerible, rápido y ameno en su totalidad.  

La película penosamente tendría que  inclinar la cabeza frente a la versión estelarizada por Kevin Costner, que si bien éste no termina de llenar los zapatos del personaje, es un producto redondo, bien entretejido y completo.  

Es probable que además o en vez del guión el problema sea que la inversión le quedó grande a la idea. Me pregunto qué habrán pensado los actores y el realizador del filme ya que lo vieron terminado. Es claro que no es Gladiador, pero tampoco es Robin Hood. ¿Cómo fue que un héroe anónimo resultó más efectivo que uno cuyo nombre titula el proyecto?  

Ridley Scott probablemente tenga que alejarse de los cuentos épicos y de época, refrescarse un poco con thrillers contemporáneos que no hace mal y tal vez en unos cuantos años regresar a su debilidad. Pasaron 10 años desde Gladiador a Robin Hood; para nosotros parece ayer cuando disfrutamos ampliamente del incluso inexacto, pero admirable, espectáculo “romano”.  

¿Será que la falta de historias originales en la industria fílmica está haciendo de los remakes un recurso gastado y una apuesta desfavorable? O quién sabe; existe la remota posibilidad que un público posmoderno como lo somos ya no reconozca buenas producciones y sólo tengamos un sentimiento de insatisfacción permanente independiente a lo que vemos en específico. De cualquier manera, Robin Hood queda en el olvido, no como un proyecto que quería ser bueno y fracasó, sino como irrecuperables dos horas veinte minutos de éstos, nuestros posmodernos tiempos

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