Por Manuel Cruz
Cruzderivas@gmail.com
Enamorándome, he amado. Me he enamorado en el cine. Recuerdo “La danza bajo la lluvia de Gene Kelly, “Los ojos” de Ingrid Bergman antes de ser lentamente devorados por Humprey Bogart o Cary Grant. La locura de James Stewart en “Vértigo”, Dustin Hoffman en “El Graduado”. El descenso trágico de “Amour”.
El mundo cambia con el amor, el cine crea mundos distintos al nuestro, y Michel Gondry es de sus mejores creadores. Cuando Colin (Romain Duris) se enamora perdidamente de Chole (la siempre hermosa Audrey Tatou), su mundo de tonos pastel, artilugios extraños y pasajes de breve stop-motion sólo gana más brillo. Gondry cuenta una historia fascinante alrededor de estos dos amantes, pero enfocarse en ella sólo ocurre tras observar el universo donde ocurre.
Más que director en el sentido tradicional, Gondry es un pintor de espacios constantemente mágicos, con sorpresas a la vuelta de cada esquina. Y cuando parece que el arcoíris no se acaba, la pasión entre ambos toma un giro inesperado, al igual que su mundo.
Esta película es sorpresiva, entre otras cosas, por el drástico cambio de tono que ofrece: de las sonrisas a las lágrimas, el júbilo al dolor.
El cine está para ser discutido, para escribir y ponderar sobre él. Incluso puede cambiar la realidad de sus espectadores (especialmente el cine de Gondry) Pero ante todo, está para verse. Y con suerte, llegar a enamorarse.
Regresaré a ver “Amor índigo”, esta vez para fijarme más en la actuación de Audrey Tatou y menos en ella (es finalmente una de las mujeres más bellas en la historia) y su increíble pero verosímil narrativa. Pero tu, deja de leer estos intentos de explicar imágenes, y ve a verla.
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