Por Hugo Lara
A finales de mayo de 1940, casi a inicio de la Segunda Guerra Mundial, ocurrió la batalla de Dunkerque, al norte de Francia, que más que una batalla se trató de una maniobra para evacuar a 400 mil soldados mayoritariamente ingleses que habían quedado a merced del poderoso ejército nazi que avanzaba implacable sobre ellos. Se llamó la Operación Dinamo. Este es el escenario en el que se sitúa la más reciente película de Christopher Nolan, “Dunkerque” (“Dunkirk”, 2017), un impresionante ejercicio de estilo del cineasta inglés que ha despertado el entusiasmo de sus seguidores y la polémica entre sus detractores alrededor del mundo.
El filme reconstruye la evacuación de la costa francesa hacia la isla británica a partir de diferentes puntos de vista, que se entreveran, se adelantan o se retrasan en el tiempo hasta coincidir en cierto punto, bajo la forma narrativa de la estructura Rashomon. En tierra, se sigue el trayecto de un soldado (Fionn Whitehead) que busca desesperadamente un espacio en las embarcaciones militares para escapar de la costa, además del comandante Bolton (Kenneth Branagh), encargado de dirigir desde el muelle la caótica evacuación. En el mar, se siguen las incidencias del señor Dawson (Mark Rylance), un civil que a bordo de su propio yate zarpa de Inglaterra junto a su hijo y otro muchacho (Tom Glynn-Carney y Barry Keoghan) para apoyar la evacuación militar, respondiendo al llamado de Churchill. Y en el aire, se siguen las trepidantes proezas de dos pilotos de la RAE (Tom Hardy y Jack Lowden) a bordo de sus Spitfire.
Las diversas acciones de retirada son acechadas por un enemigo invisible, toda vez que el director-guionista opta por jamás mostrar a los nazis, salvo algunas avionetas de caza de la Luftwaffe que atacan inmisericordes con metralla, lanzan bombas y cobran decenas de víctimas.
Bajo la adrenalina del miedo, los personajes transmiten su angustia en ascenso, el cual se acopla a las imágenes épicas que captura el fotógrafo Hoyte Van Hoytema y una edición impecable de Lee Smith que le confiere un ritmo que va de la nerviosa espera a la anárquica retirada, todo el tiempo bajo la inquietante música de Hans Zimmer.
El director de otros imprescindibles filmes como “Memento” (2000), “The Prestige” (2006) o “Inception” (2010), además de la saga de “Batman Begins” (2005), hace gala de los símbolos que le gusta visitar: los laberintos del tiempo; las insospechadas reacciones del instinto; el miedo y el asombro a lo desconocido. Nolan abreva de la larga tradición del cine bélico, desde clásicos como “El acorazado Potemkin” (1925) hasta “Apocalypse Now” (1979) o “Full Metal Jacket” (1987), pero sin alcanzar la maestría de estas tres, quedando acaso más próximo de “Salvando al soldado Ryan” (1998), con la que comparte un gusto de propaganda, de final dulce y edificante.
Para algunos medios franceses, “Dunkerque” es una inexacta descripción de los sucesos históricos, pues le reclaman a Nolan haber pasado por alto la importante participación de los soldados franceses para lograr exitosamente la evacuación, que a la larga le permitiría a los aliados reagruparse y conseguir la victoria. Inlcuso algunos críticos franceses (como Geoffroy Caillet de Le Figaro) consideran esto como una traición, mientras que un aertículo de Le Monde la califica como una manera de expresar el espíritu del Brexit, es decir, el desprecio de Inglaterra por la Europa continental.
Más allá de esas lecturas, el filme es muy disfrutable, es un deleite a nivel cinematográfico, con imágenes y situaciones cautivadoras, emotivas y poderosas.