Por Diego Martínez

En “El extraño del lago” (L’inconnu du lac, 2013), el realizador francés Alain Guiraudie plantea un argumento conciso para desarrollar este thriller psicológico dentro de un solo espacio que, más que locación, funge como personaje: un lago nudista enclavado al costado de la playa y de un frondoso y laberíntico bosque, que facilita el encuentro hedonista y clandestino de parejas homosexuales durante el verano.

Franck (Pierre Deladonchamps), un joven amable, romántico y naïf acude diariamente a este edén para nadar, conversar y tener sexo. Ahí conoce a Henri (Patrick D’Assumçao), un hombre casado de edad avanzada que, por el contrario, visita las orillas del lago para sentarse en un territorio apartado del resto del grupo y observar tranquilamente su interacción. Como un personaje socrático dentro de este espacio que celebra la virilidad y las relaciones de amor homosexual (práctica común  en la antigua Grecia), Henri no busca un encuentro físico sino una relación de amor intelectual; cultivar la belleza del alma por encima de la del cuerpo.

En oposición, Michel (Christophe Paou), un estupendo nadador de mediana edad, escultórico y varonil, es el objeto de deseo de Franck, quien –por accidente– se convierte en testigo de un asesinato al observarlo ahogar a su joven y celoso amante dentro del lago, como metáfora de la desaprensión contemporánea a las relaciones sexuales. Así, el protagonista encuentra dos formas de amor distintas, al mismo tiempo que confronta el dilema moral de denunciar al asesino o sucumbir ante su deseo erótico.

A consecuencia del hecho, y ante los rumores que atribuyen la muerte del joven a un siluro gigante, un cuarto personaje irrumpe en la orgiástica escena como agente externo y guía de la moralidad. Un inspector escéptico y taciturno que incomoda a los visitantes recurrentes del lago, al profanar un espacio consagrado a la libre expresión de su sexualidad, y que cuestiona la extraña relación amorosa de los protagonistas.

El lago, ese espacio fuera del tiempo y de toda geografía específica, se sugiere como espacio mitológico; es decir, un lugar de encuentro entre Eros y Thanatos, donde los impulsos de la vida y la muerte están presentes en una contradicción constante, y donde la dualidad de esa condición humana constituye la materia prima del suspenso. Un suspenso “hitchcockiano” que se acrecienta con la ausencia de una banda sonora y el empleo de ambientes naturalistas, así como la amenaza constante de una noche que caerá inevitablemente al final del día y cubrirá aquel edén –por completo– con la pesadez de su sombra.        

En “El extraño del lago” predomina un esquema dramático de tragedia que reconoce valores absolutos como la vida, la muerte, el amor o el deseo; por ello, no son gratuitas las referencias implícitas al pensamiento de la Grecia clásica, depuestas en las personalidades y relaciones de estos tres personajes, y perfectamente identificables como formas inherentes del comportamiento humano. Personalidades que, en diferentes grados, se reflejan al interior de cualquier espectador, quien ante el vértigo de un final abierto, no logra más que preguntarse ¿cuál de ellos es el extraño?