Por Javier Tapia Sierra.
Este 2016 “El niño y el mundo” (título original O menino e o Mundo) se convirtió en la primera película latinoamericana en estar nominada en la categoría de mejor animación en los Oscares. Junto a ella se encuentran compitiendo producciones de gigantes en la historia de la animación como Pixar, Ghibli y Aardman Studios, así como la increíble “Anomalisa” de ese genio excéntrico llamado Charlie Kaufman.
La animación en Latinoamérica tiene una larga y esforzada tradición que muchas veces es olvidada y relegada al cajón de segunda mano y aunque ha habido grandes intentos y proyectos más qué decentes (“Metegol” de Juan José Campanella es un ejemplo) existen pocos milagros por este lado del charco como el creado por el brasileño Alê Abreu.
“El niño y el mundo” es una oda a la alegría y la esperanza a través del color, la música y la sencillez. Justo como el aura de un niño inocente que se va abriendo camino en un mundo salvaje y lleno de monstruos aterradores que se han cortado las garras, escondido los colmillos y deambulan por la calle con la apariencia de un ser humano. Con una narrativa simple pero poderosa Abreu, nos cuenta la historia del niño y como se embarca en una aventura para encontrar a su padre, del cual sólo conserva una melodía que lo lleva a sus recuerdos felices. Durante la aventura el niño se irá encontrando con una serie de escenarios y personajes que resuenan profundamente en la historia de Brasil y a un nivel más grande en la historia de Latinoamérica.
Abreu, con sus trazos coloridos, vibrantes y de simple manufactura utiliza la animación para reflexionar sobre la situación socio-política de un pueblo azotado por la violencia, la indiferencia y la perdida de esperanza a través de un sistema capitalista salvaje que destruye a la tierra y con ella a miles de familias que se ven inmersas en un mar gris, cuyos heraldos de la muerte se ven representados en figuras vestidas de negro que bien pueden ser políticos, empresarios o cómplices silenciosos que discretamente van clavando sus garras en aquellos lugares y personas que pretenden ser luz en una noche tan oscura. Y todo esto lo muestra sin caer en maniqueísmos o mensajes sentimentalistas.
Y mientras la oscuridad parece ir ganando, el animador brasileño nos invita a unirnos en un canto lleno de vida y a reconocer la belleza en los aspectos más simples de la vida. Tan simples como dibujar bolitas y palitos y hacerlos bailar a un ritmo contagioso de hip hop, samba y el sonido de risas, muchas risas que pueblan los recuerdos que nos permiten seguir adelante. El único pero que se le puede poner a “El niño y el mundo” es que su duración sea tan breve. Y aunque probablemente no gane en los Oscares, este pequeño milagro existe para bailar con la música de nuestra memoria.