Por Rodrigo Garay Ysita
Las intenciones de esa frasecita ridícula que dice que “gana el que más se divierta” son indudablemente muy dulces, pero, aunque sean efectivas al consolar a los segundos lugares de cualquier clase de competencia, no la eximen de solapar la insuficiencia y el pobre desempeño de aquellos que en realidad no lograron lo que querían: ganar a toda costa.
A la selección nacional de futbol de Samoa Americana nadie los había consolado ni siquiera. Hace quince años, en un partido de clasificación para la Copa Mundial de 2002, sufrieron la derrota que por mucho tiempo tuvo el récord del marcador más humillante en un partido internacional (palabras más, palabras menos): 31-0 en manos de Australia. Hasta el momento en que el documental Gol gana (Next Goal Wins, 2014) comenzó su rodaje, los samoanos no habían tenido una oportunidad de quitarse la etiqueta de “el peor equipo del mundo”.
La ocasión que registraron sus directores, Mike Brett y Steve Jamison, no pudo ser más oportuna para contar una de esas historias de superación tan emocionantes para los esperanzados. Su cámara, luego de atestiguar un intento fallido de mejorar la dolorosa reputación del equipo en los Juegos del Pacífico de 2011, presenta la solución de la Football Federation American Samoa para sobrevivir las eliminatorias de Brasil 2014 que pone en marcha la narrativa de la película: la contratación del holandés implacable Thomas Rongen, que llega desde Estados Unidos para entrenar a un grupo de amateurs que, sin importar cuántas veces pierdan, no dejan de volver a la cancha.
Por muy interesante que sea el defensa transgénero Johnny/Jaiyah Saelua o el portero atormentado Nicky Salapu, Rongen es el corazón del documental. Un hombre de temple inquebrantable, escalador de altos cerros a sus cincuenta y tantos años, cuyo ritmo de trabajo está completamente desfasado del de los reyes de la pachorra. Es el alto estándar de la FIFA y el primer mundo sumergido en un limbo tropical de colores desvanecidos y húmedos atardeceres, de cánticos religiosos y de franca estupefacción ante el intento de disciplina del hombre blanco. Lo que el entrenador va a descubrir entre las decepcionantes sesiones de práctica es que en Samoa Americana el futbol se juega por el juego mismo, por la sudorosa cofradía del team back y las tertulias nocturnas con canciones y bailongo. Clasificar a la Copa del Mundo es una idea tan inverosímil que no se contempla como un objetivo tangible.
Gol gana contrapone el impulso dinámico de los comerciales pamboleros de cualquier marca de tenis y la pasividad de la vida cotidiana insular, en donde la misa interrumpe el entrenamiento y los niños juguetean con la hierba que ya crece de más en los postes de la portería. Las prácticas publicitarias de Brett y Jamison (que, a través de su compañía Archer’s Mark, han lanzado promocionales como Robben vs. Robben, para Adidas, y Undiscovered, para Nike) resultaron funcionales al momento de encuadrar a los jugadores haciendo lo propio con un montaje más ágil que las acciones que reforma, un soundtrack al son del funk que Junkie XL y Terry Gilliam hicieron indispensable en aquella legendaria campaña del Secret Tournament (2002) y un abuso de la cámara lenta para aguantar lo más que se pueda el suspenso sofocante de no saber si ese balón entra o no entra.
Considerando la excesiva sencillez de la exposición, que a base de intertítulos explica todo lo que sucede en pantalla, y sin ninguna clase de menosprecio por el entretenimiento de las secuencias deportivas, hay que remarcar que la película brilla en realidad gracias al pathos de sus imágenes más íntimas. De los rezos bajo la lluvia que purgan a los samoanos de su vergonzoso estigma y que le dan al entrenador la extraña oportunidad de volver a llorar después de muchos años de no hacerlo. En la playa se logra lo que en el campo de futbol se quedó a deber por tanto tiempo: un sentimiento de calma y de grandeza, de la serena compañía en donde “la sangre del guerrero” sí se siente bien viva.
Cuando Thomas Rongen se va de Samoa Americana, deja un mejor equipo que el que los australianos apalearon en 2001. No es una alineación campeona, pero una que puede sentirse orgullosa de muchas cosas a pesar de la inevitable sensación de abandono cuando despiden a su mejor coach en el aeropuerto. En Gol gana, los últimos jamás serán los primeros, aunque, al divertirse (y divertir) en el proceso, quizás hayan ganado más de lo que buscaban originalmente.