Por Jessica Oliva
@Pennyoliva

El segundo largometraje del director Humberto Hinojosa (“Oveja Negra”) es una historia que, en efecto, se inscribe dentro del género romántico “juvenil”, pero cuya ejecución, naturalidad, dirección en las actuaciones y ligero aire “charolastra”, la distinguen de otros filmes del estilo. Sí, es un amor prohibido entre adolescentes a punto de convertirse en adultos, pero no aspira más que a ilustrar, con cuidadosa manufactura, esa “primera vez” que logra sentirse como una revelación, incluso en las almas más pesimistas o en aquellas que están destinadas a una vida de silencio.

Tal es el caso de Robo (Christian Vázquez), un estudiante como cualquiera que perdió su audición durante un accidente traumático en el mar de Acapulco. Desde entonces, su capacidad de “escucha” se reduce a percibir las vibraciones de los sonidos a su alrededor, por lo cual, el aprendizaje del idioma inglés en su preparatoria no es precisamente su fuerte. Sin embargo, eso no le impide toparse y establecer una silenciosa conexión con Eve (Diane Rosser), una “gringa” con impulsos suicidas, de quien, desafortunadamente, también está enamorado su mejor amigo, Cobra.

“I Hate Love” (Odio el amor, en español), que se embolsó el Premio del Público en la pasada edición del Festival de Cine de Morelia, es un drama que acierta, en primera instancia, en la forma en que se presenta a sí mismo. Sus momentos más disfrutables se encuentran principalmente al inicio, cuando –tras el incidente que deja sordo a Robo– conocemos al trío de adolescentes cómplices y empieza a germinar el triángulo amoroso bilingüe. Hay tensión sexual en lugares confinados y clandestinos, pero también hay mucha comicidad fresca al estilo: “equis, somos chavos”. Y el que esto suceda en medio de allanamientos de morada y viajes en carro a la playa no puede evitar recordarnos a filmes como “Y tu mamá también” (Alfonso Cuarón, 2001), con todo y sus amistades complicadamente sencillas.

La cinta utiliza el recurso del silencio, sin sobreexplotarlo, para sumergirnos en la forma en que Robo percibe su alrededor. La sensación es equivalente a tratar de escuchar una conversación bajo el agua: llena de ese misterioso murmullo insonoro y pequeños ruidos sin sentido, que logran envolver al espectador. Y mientras tanto, en la parte visual, la intuitiva cinefotografía de Kenji Katori– quien también trabajó con Hinojosa en “Oveja Negra”– nos regala tomas urbanas elegantes, una tras otra. Una panorámica del atardecer en la Ciudad de México, desde lo alto de la Montaña Rusa en Chapultepec, es de las imágenes más memorables, que tampoco pretenden distraer demasiado con estilismos ni encuadres perfectos. Lo importante es crear el ambiente para otra de las exploraciones de Hinojosa, quien se ha caracterizado por abordar el tema de las relaciones románticas en su trabajo.

Sin embargo, es en el segundo y tercer acto en el que “I Hate Love” encuentra sus principales contratiempos. Conforme el triángulo amoroso se convierte en una relación solamente de “dos”, el guión se compromete cada vez más con un tono trágico que no está del todo justificado. El tema de la muerte, que se cierne sobre ambos protagonistas desde el inicio, explota en un suceso algo inverosímil (no porque no suceda en la vida real, sino por la forma atolondrada en la que se maneja en el filme), y finalmente lleva a sus personajes a tormentas internas gratuitas. En otras palabras más a tono con la trama: los protagonistas terminan por “intensear” demasiado.

Aún así, se trata de una historia que merece una oportunidad, por su rechazo a tratar con grandilocuencia melodramática temas como las clases sociales (que se queda latente en este relato), el amor y los estragos de una discapacidad auditiva. Consigue frescura dentro de los esquemas de un género que parecía ya no dar para más.