Por Manuel Cruz
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¿Cómo pensará Dios? La pregunta acecha, pero no es respecto a la figura divina, sino su representación humana. Tras milenios de historia, la Iglesia Católica ha recibido muchos nombres: lugar de los santos, puerta hacia el cielo, colectivo de billonarios racistas y perversos… ¿Pero serán realmente inteligentes? Es decir: ¿tendrán la habilidad de enfrentar una situación usando un poco de sentido común y — sobre todo — permitir que sus emociones fluyan a la conclusión más intuitiva, sin prejuicios externos? Tras ver la última cinta de Alex Gibney, documentalista experto en retratar la realidad detrás de lo que muchos consideran verdad (que suele ser una mentira, como demostró en “Enron”, película del 2006) lo dudo profundamente.

Y es que “Mea maxima culpa” no es únicamente la historia y testimonio de un grupo de señores sordos que, en los años 60, fueron abusados sexualmente por el Padre Murphy, cura del instituto especial a donde asistían, iniciando uno de los primeros escándalos alrededor del tema. La película inicia con su relato, y es conmovedor, así como encolerizante, observar sus reacciones frente al recuerdo distante. Siendo niños, alejados de sus padres y con el lenguaje de señas como único medio de comunicación (también hablado por Murphy) no había muchas formas para entender que les estaba haciendo. En efecto, muchos veían el abuso sexual como algo incómodo e incluso normal, rutinario, sólo para dejar salir el dolor años después, y hacer algo al respecto. Pero a los 20 minutos de la cinta, Gibney y su equipo entrevistan a un cura y terapeuta que sostiene la información clave para el resto de la historia: En la Iglesia Católica, un cura no es exactamente humano. Representa a una entidad superior, encargada de demostrar toda la bondad y cariño que Dios tiene por sus súbditos en la tierra. Es una especie de Cristo, y la Iglesia condensa tal experiencia. Los sordos del inicio sabían eso en aquel momento, y la equivalencia entre hombre de Dios y hombre de bien es al mismo tiempo una puerta para todas las perversiones del mundo.

Lamentablemente, los casos de abuso sexual no son novedad (Aristegui construyó la segunda mitad de su carrera hablando de Marcial Maciel, quien recibe mención en la cinta) pero la reacción natural de horror, furia, y un intenso deseo por lograr un cambio parece pegar sólo en un lado de la red. Gibney se esfuerza por analizar la relación entre casos de abuso sexual por parte de sacerdotes (En Estados Unidos, Irlanda, México, etc) y el Vaticano, máxima casa de la organización católica. Todo parece llegar a Ratzinger, quien antes de ser papa encabezaba una división especial, supuestamente encargada de resolver esta situación. Todas las cartas de las víctimas, las peticiones de los arzobispos locales, etc, pasaban por sus ojos, como atestiguan diversos periodistas que cubrieron los escándalos y llegaron a reunirse con él. Pero, ¿por qué nunca hizo algo al respecto? Siempre está el motivo, perfectamente real, del dinero. Los canales de corrupción (se muestra también que Maciel estaba protegido por un cardenal superior a Ratzinger, y que la iglesia es finalmente una estructura jerárquica).

Para las víctimas, la incredulidad a priori era lo más terrible: “Cómo se te ocurre pensarlo, si un cura jamás haría eso” Pero todo parece regresar al papel que cada uno juega dentro de la estructura católica. Ratzinger es culpable por no tomar acción, sin duda alguna. Pero siento que esta cinta, además de mostrar los hechos y el trauma, quiere explorar la mentalidad de los católicos, desde el padre Murphy hasta el Papa. Todos encubren un crimen, y en repetidas confrontaciones con la prensa, la protección del Vaticano iba extrañamente dirigida a los curas perpetradores, no tanto a las víctimas. Recuerdo el escándalo que se armó cuando el reciente Papa Francisco, un personaje ciertamente más popular que Ratzinger, hizo comentarios respecto a los homosexuales.

Desde aquel momento, medio planeta comenzó a idolatrarlo, pero la frase original señalaba que la homosexualidad es un pecado, y aquellos que lo cometen deben ser absueltos. Regresando a la cinta, se revela en algún momento que uno de los curas confesó sus actos de pedofilia al Vaticano años después, sin ningún conocimiento de que eran un crimen. Algunos lo pensaban como un rito de pasaje, otro alega que se trataba de limpiar a los jóvenes de sus pecados, para irse a rezar inmediatamente después… y con la larga historia de la Iglesia frente a la sexualidad, no es particularmente descabellado — aunque profundamente perturbador — pensar que no sólo la ven como algo reprimible, no terminan de entender el papel genuino que tiene en la vida de un ser humano, abriendo entonces la puerta a excusas tan patéticas como las mencionadas anteriormente. A fin de cuentas, la piedra angular de la fe católica consiste en reemplazar cualquier racionalidad que un ser humano tenga, con un sistema de reglas muy específico y cerrado. Cualquier duda es consultable en las escrituras, una especie de Wikipedia muy antigua, y sin ninguna posibilidad de modificación (aunque probable censura).

Lo único más horrible que el acto de abuso sexual es la fría e irracional noción que se tiene frente a el en la Iglesia, especialmente en el caso de sus autoridades (máximas y menores) y varios seguidores… fuera de algunas excepciones, las víctimas se quedan literalmente solas a la hora de presentar sus razones, un concepto que elude cualquier tipo de conexión en la mente católica. Es incluso inexistente. El extremo es tal que, para Raztinger y compañía, las víctimas no eran tal cosa, e incluso podían llegar a ser considerados como agresores a los pedófilos que iniciaron todo el caos. Los caminos del Señor son extraños y — a título personal — completamente idiotas.

Además de ser un relato fuerte y honesto, “Mea maxima culpa” busca entender el proceso mental del catolicismo, donde todo lo que debería hacer sentido es, en realidad, un puñado de increíbles mentiras. ¿Cómo pensará Dios? Gibney ya podría hacer un documental alrededor de esta pregunta, con Richard Dawkins como uno de sus invitados. Espero que así sea.

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